El lunes, el presidente profesor Orsi y los expresidentes doctores Lacalle Pou y Sanguinetti recibieron en el teatro San Martín de Buenos Aires, el Premio Ana Franck con que se honró al Uruguay por su democracia y su convivencia pacífica. El mandatario actual surgió del FA; los ex, uno del Partido Nacional y el otro del Partido Colorado. Su presencia conjunta fue símbolo vivo de la civilidad por la cual se premió a la República, bajo el signo de Ana Franck, mártir judía de Auschwitz.
“En tiempos de intolerancia, guerra o extremismos, que hoy se valore de esta forma los derechos humanos, la paz y la convivencia es un faro de esperanza para todos”, expresó Orsi. Y subrayó que el pueblo uruguayo construyó una “acumulación positiva a lo largo de la historia” y enalteció el hábito nacional de “entender que del otro lado también haya una parte de la verdad”.
Dos días antes de esa ceremonia, el sábado, en Bogotá un sicario de 15 años encajó seis balazos al senador y aspirante presidencial Miguel Uribe Turbay. La Cancillería hizo muy bien en calificar el hecho como una “afrenta injustificable a la democracia y a la libertad”. Hay que temer que los inspiradores del crimen estén buscando repetir lo ocurrido en 1948, cuando el asesinato del candidato Jorge Eliécer Gaitán desembocó en el Bogotazo.
El día antes de la ceremonia, el domingo, Javier Milei cerró en Madrid un Foro Económico organizado por inversores en criptomonedas. Saltando y cantando un estribillo de La Renga, Milei, eufórico, calificó a su colega Pedro Sánchez como “el bandido local”, Y entre un coro de insultos a la madre del presidente español, exclamó “Viva la libertad carajo, muerte al socialismo”. Para la democracia, un horror.
El día siguiente a la ceremonia, la Corte Suprema argentina ratificó la condena a Cristina Kirchner, con pruebas validadas por los múltiples jueces que examinaron la causa de las coimas por obras de Vialidad. Pero por encima de la verdad ilevantable de la cosa juzgada, se alzó la turba del peor peronismo, ese que es capaz de aplaudir al que lo roba y amar al que lo humilla. Con lo cual la condena a la ladrona se anota como un capítulo más de la historia argentina de las befas. Otro horror.
En ese caos amoral, el Premio Ana Franck tiene un significado inmenso. Nos llama a sentir que no conquistamos la libertad y la paz de una vez y para siempre. Nos convoca a defenderlas hoy y aquí, porque en el siglo XXI sigue siendo radical la diferencia entre el alma liberal que nos hace acumular diálogo y la perversidad de los fanatismos que siembran odios. Esa diferencia no va a matarla la deshumanización de los protocolos ni la Inteligencia Artificial.
Si el Uruguay se construyó por acumulación histórica de reconciliaciones y tolerancias, sepamos que unas y otras son misión actual. No se alimentan solas. Requieren ampliar la conciencia, nutriéndola no solo con datos especializados sino con aleteos del pensamiento y el sentimiento.
Démonos cuenta de que distintos materialismos nos han hecho bajar la guardia del proyecto humanista que en nuestra Constitución hermana al individualismo con el socialismo; y pongamos entusiasmo en dialogar, en vez de ordeñar el desprecio al discrepante.
Y sepamos que nuestra crisis es valorativa y filosófica antes que partidaria o económica, “digan lo que digan los demás”.