El vicio ricardiano

Joseph Schumpeter tenía una expresión muy buena para definir cierta tendencia de los economistas a verse seducidos por abstracciones que dejaban de lado cualquier realismo: el vicio ricardiano, en referencia implícita a las condiciones de laboratorio a partir de las cuales Ricardo había deducido las ventajas teóricas del libre comercio. Algo de eso ocurre con los análisis críticos que se hacen hoy de las iniciativas de los Estados Unidos (EEUU) de Trump con respecto a los intercambios internacionales.

Quien compartía esta idea de Schumpeter era Albert O. Hirschmann, perceptivo intelectual de la segunda mitad del siglo XX. En particular su libro publicado en 1945, National Power and the Structure of Foreign Trade, presta atención a las relaciones de potencia entre los países y las relaciones de comercio.

Se identifican allí dos factores que hacen que el comercio exterior se transforma en una fuente de poder: por un lado, lo que llama el efecto aprovisionamiento, es decir todo lo que permite a una potencia en tiempos de crisis evitar fuertes dependencias o vulnerabilidades estratégicas, como por ejemplo la fijación de relaciones bilaterales privilegiadas, el control de ciertos mares, o la acumulación de reservas de materias primas claves. Por otro lado, el efecto de influencia, que es cuando el comercio se transforma en una alternativa a la guerra: se trata, por ejemplo, de ha-cer dependientes o fuertemente influenciables a ciertas naciones a través de la digitación del comercio exterior por parte del país-potencia internacional.

La obra de Hirschmann es, obviamente, conocida en los círculos de poder y de decisión de política exterior de los principales países del mundo. Y en tiempos de Trump, sin duda en esos lugares han perdido influencia, si alguna vez la tuvieron, los que sufren el vicio ricardiano. La clave está en entender entonces, desde nuestras lejanas penillanuras, que EEUU vive un enfrentamiento estructural con la potencia ascendente que es China y que, en ese marco general de comprensión de la escena global, todo el tema del comercio exterior resulta una herramienta más para contener y limitar el auge chino.

No quiere decir esto que yo esté de acuerdo con la política comercial de Trump. Sí quiere decir que, en vez de lamentarnos por su traición a un deber ser teórico de libre comercio, debemos ver que la actual circunstancia internacional nos da una oportunidad magnífica: avanzar desde un lugar pequeño y alejado del centro mundial hacia ventajas comparadas mayores que pueden sernos muy favorables. Algo de eso ha entrevisto con inteligencia la diplomacia argentina de Milei apostando a un mayor vínculo con EEUU, por ejemplo. Y algo de eso debiera de hacernos ver, de una vez por todas, que en el contexto general de conflicto militar europeo actual no hay ninguna chance de que las potencias de Europa pongan en tensión a sus sectores proveedores de alimentos claves por causa de una dura competencia con la zona de mayor competitividad mundial en ese rubro, como es el Mercosur.

Desde la izquierda ideologizada antiestadounidense, y desde los liberales que sufren del vicio ricardiano, es tiempo de ser más realista en las relaciones internacionales.

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