El juez, la vacuna y la paranoia

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El tema de esta semana fue la acción de amparo aceptada por un juez de feria, que prohíbe vacunar a niños hasta que el gobierno atienda sus reclamos.

Que van desde conocer el contrato entre el gobierno y Pfizer, hasta que se informe a los padres de la composición de las vacunas, y los efectos adversos detectados hasta ahora.

Para empezar, el fallo del juez Alejandro Recarey ha suscitado muchos cuestionamientos técnicos. Si bien el autor de estas líneas es abogado, el nulo ejercicio de la profesión no le permite ingresar en esos aspectos con solvencia mínima. Sería como que un juez quisiera polemizar con Rafael Radi o Gonzalo Moratorio en materia de vacunas. Solo hay una cosa que choca de este fallo a vista gruesa: el amparo es una acción prevista para tutelar un derecho o libertad constitucional que está por ser violada, y cuando no hay otro camino para protegerlo. ¿Qué derecho o libertad se está por violar estos días al vacunar a un niño cuando en Uruguay no es obligatorio vacunarse, y cuando se está vacunando desde hace un año?

Un segundo aspecto llamativo es que el juez exija como contrapartida para dejar vacunar niños, conocer los términos de un contrato de compraventa celebrado con una empresa. Se trata de un acuerdo que en los países donde ha sido polémico, la razón es más financiera que sanitaria. En Argentina, por ejemplo, el gobierno no quería firmar porque alegaba que la empresa le exigía garantías económicas que eran una afrenta a su soberanía. Viendo lo que pasa hoy, parece fácil entender la desconfianza de la empresa.

Solo hay dos aspectos que justifican este planteo. Que tenga una intencionalidad política, o que estime que allí hay recaudos excesivos de la empresa, ante posibles efectos dañosos de la vacuna. Y es probable que haya de lo segundo. Todos sabemos que se trata de vacunas que se aprobaron de manera inusual, y de lo que la empresa se debe querer proteger es de algo que vemos dos por tres en las noticias. Que un día aparezca alguien en Tonga que diga que la vacuna le generó pérdida de vello en el pubis, y le exija 200 millones a Pfizer.

Porque, y acá vamos a entrar en el meollo del asunto, lo que no se sostiene es la tesis del juez y los reclamantes. Que las empresas y los gobiernos estarían aplicando a sabiendas un producto que generará efectos terribles en la salud.

Esto es parte de esas teorías conspirativas que siempre proliferaron, pero que con las facilidades que da internet para buscar información específica, y las redes sociales para vincular a grupúsculos de chiflados en distintas partes del mundo, ha cobrado una fuerza asustadora. ¿Por qué un gobierno querría hacerle daño a su gente? ¿Por qué una empresa querría matar a sus clientes? ¿Por qué?

No se sostiene por ningún lado, salvo que ya se ingrese en esas miradas eugenésicas delirantes, como las que manejan los extremistas en EE.UU., el “pizzagate”, “el gran recambio”, y esas zandeces. Mire, como alguien que ha trabajado 25 años cerca de los centros de poder, tengo algo preocupante que contarle. No existe un orden mundial, no hay un titiritero moviendo los hilos de lo que pasa. Ni Soros, ni Rothschild, ni el hermano Koch que queda vivo.

La verdad es que vivimos en un tren a toda velocidad y que va cambiando de dirección de manera mayormente caótica. Es perturbador, sí, pero es la realidad. Y todo el resto de las cosas que cree descubrir leyendo ese documento secreto filtrado en internet, y que lo hace sentir tan especial y despabilado, son pamplinas merecedoras del mismo nivel de relevancia que los alienígenas ancestrales de History Channel.

Vamos a ser claros. El autor de estas líneas ha sido crítico de la soberbia de algunos científicos, de la histeria colectiva de la sociedad, de las cuarentenas, del SMU, y de los periodistas mesiánicos. No tuvo problema en vacunarse con lo que le dieran, pero a la hora de vacunar a sus hijos se lo pensó. Sobre todo porque el covid no afecta tanto a los niños, y en el fondo no sabía si valía la pena el riesgo. Que siempre existe y todos conocemos, sin necesidad que un juez nos tutele como si fuéramos incapaces. Entonces tuvimos la chance de hablar en una cena con Radi, un tipo de primera, que dejó el alma en la pandemia para ayudar al país.

Con total franqueza, Radi nos dijo lo que ha dicho públicamente mil veces: “Si vos me pedís que yo te diga que esto es 100% seguro y efectivo, no puedo. Como con nada en la vida. Ahora, yo a un hijo mío, lo vacuno”. Viniendo del científico más calificado del Uruguay, y uno de los más calificados del mundo, para mí fue suficiente.

Ahora, si para usted no lo es, la cosa es bien fácil: no lo vacune. De nuevo, en Uruguay no es obligatorio, y si bien hay lugares donde legítimamente no quieren recibirlo si usted no se vacunó, hay normas antidiscriminación que lo ampararán en su postura. Entonces, señor Recarey, haga lo que quiera con su vida, pero a mí déjeme hacer lo que yo entiendo correcto. Con la mía, y con la de mis hijos.

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