A nadie escapa, con angustiante preocupación, que la educación está en crisis en todas partes.
La pedagogía no le encuentra la vuelta al mayúsculo desafío que enfrenta la sociedad moderna de cómo redireccionar la educación, modernizar la didáctica y encauzar la enseñanza para que dejen de confundirla con la instrucción.
Los cambios sociales, científicos y tecnológicos son tan veloces que parecen no dar tiempo para asimilarlos correctamente, y ajustar las estrategias a los nuevos parámetros.
En esa desafiante lógica es que irrumpió hace unas décadas, con vigor desparejo, una propuesta innovadora, muy bien intencionada para dar respuesta a la búsqueda de una mejor comprensión de la complejidad del mundo que nos rodea -del cual formamos parte indisoluble.
Se la denominó educación ambiental, aunque ese “apellido” solo se utilizó como un intento inicial de comprensión de lo que podía percibirse como un nuevo saber, más integral y holístico, aportado por el mundo científico y académico.
Llamó a relacionar más estrechamente los procesos naturales, físicos, biológicos con los económicos, sociales y culturales, como pilares fundamentales para intentar alcanzar el mejor desarrollo humano.
Los avances espectaculares obtenidos en el terreno de la ciencia y la tecnología, al mismo tiempo de imprimirle una aceleración asombrosa al desarrollo tecnológico de la gente, ha sacudido la parsimonia natural de la evolución social en lo que va del siglo XXI. Por eso nos enfrentamos (estando en cierta inferioridad de condiciones) a una nueva ética de la vida en permanente construcción, sobre pilares más sólidos gracias al mejor conocimiento que tenemos del mundo que habitamos y compartimos.
¿Cómo aborda la educación tan enorme desafío si tiene que adaptarse a una realidad, muy cambiante y vertiginosa, utilizando prácticamente las mismas herramientas y conocimientos que ya quedan obsoletos?
No alcanza con actualizar los programas curriculares, con rediseñar los contenidos educativos si no se actualiza el cuerpo docente -que fue formado para una realidad que ya ha cambiado mucho y lo sigue haciendo. Por esa razón la actualización didáctica es una necesidad imperiosa y urgente. Nuestro sistema educativo debe encarar el desafío que tiene sobre sus hombros con la seriedad y la honestidad intelectual que demanda.
Alcanzar una buena educación pública es el activo más valioso al que la sociedad uruguaya debe aspirar, porque es el principal responsable de la formación moral y social de la mayoría de la sociedad. Transmite la herencia cultural, prepara a los niños y jóvenes a ser más libres y capaces de enfrentar el mundo, colabora con la adaptación de las personas al medio, y los ayuda a mejorar la convivencia social basada en valores.
Pero, aunque los resultados puedan resultar decepcionantes ante tan encumbrados objetivos, hay que decir que la educación de los pueblos siempre ha enfrentado ese doble desafío de aspirar a lo mejor y conseguir mucho menos. Nunca hay que dejar de intentarlo. Por eso perseguir la calidad educativa pero con mayor dedicación de horas, es la premisa a implantar de inmediato, sin excusas ni dilaciones.