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El Galpón y el fascismo

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Pablo Da Silveira
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En el año 1984, en plena apertura democrática, se realizó en el Platense Patín Club de Montevideo una gran convención de la Asceep: la asociación civil que daba marco legal a la reorganización del movimiento estudiantil uruguayo.

Fue un evento cargado de significado, del que participaron centenares de estudiantes de todas las facultades y de todos los colores políticos. Algunos grandes objetivos comunes (terminar con la intervención universitaria, acelerar la vuelta a la democracia) dejaban en segundo plano otras diferencias.

Ese marco entusiasta y generoso no impidió que allí ocurriera un hecho tragicómico: como parte del proceso de elaboración de una declaración final, el plenario de la convención dedicó largas horas a discutir si la dictadura que terminaba era o no era fascista. Hubo un gran despliegue de discursos y momentos de alta emotividad mientras se intentaba dirimir el tema.

Muchos de los presentes nos reímos de la situación. La discusión era conceptualmente pobre y las prioridades estaban en otro lado. En apariencia, todo se reducía a un capricho de los estudiantes de filiación comunista, que parecían considerar una cuestión de honor que el sustantivo "dictadura" estuviera siempre acompañado del adjetivo "fascista".

Pero los que nos reíamos estábamos equivocados. En aquel momento no fuimos capaces de ver que esa insistencia no era casual, sino parte de un operativo de control político sobre la transición universitaria. Ese operativo fue tan exitoso que logró convertir el retorno a la autonomía en una restauración conservadora, donde finalmente no hubo espacio para impulsar transformaciones institucionales que ya entonces eran urgentes.

Aquella discusión absurda fue parte del sometimiento a la ortodoxia de un movimiento estudiantil que tenía otras potencialidades. Lo de "dictadura fascista" respondía a una vieja directiva internacional del aparato de propaganda de la Unión Soviética, que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial venía presentando al comunismo como el gran vencedor sobre "los fascismos". La intención original era dejar en desuso la palabra "nazismo", para que nadie tuviera la oportunidad de recordar que la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin habían sido aliadas entre agosto de 1939 y junio de 1941, y que solo dejaron de serlo por decisión de Hitler.

También había, desde luego, el afán por controlar el lenguaje de la organización que estaba naciendo (de esa convención surgiría la Asceep-Feuu que existe hasta hoy), porque controlar el lenguaje es un paso decisivo para controlar las ideas y finalmente las decisiones. Que la Asceep-Feuu defienda hoy a Maduro es un corolario de lo que pasó aquel día.

Esta vieja historia recupera vigencia cuando se escuchan las palabras de Héctor Guido, secretario general del Teatro El Galpón, en sus intentos por justificar la caza de brujas que han lanzado sobre Franklin Rodríguez. Frente al argumento de que El Galpón debe facilitar el acceso a sus instalaciones porque se ha beneficiado de dinero público, Guido respondió: "La dictadura fascista nos robó decenas de millones de dólares. A nuestra sala la usó el fascismo durante ocho años. El Estado sigue en una enorme deuda con El Galpón".

Es difícil saber qué es más chocante: si lo insostenible de la respuesta o la ortodoxia de un lenguaje que nos devuelve a la época de la Guerra Fría.

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