Pasa una cosa llamativa en la polémica sobre la LUC. Hay una cantidad de gente fanatizada, convencida que la ley es un engendro demoníaco, culpable de cosas tan disímiles como que suban los combustibles o que haya una ola represiva a lo “Harry el Sucio”.
Por otro, hay un porcentaje muy elevado de uruguayos, en el entorno de un 20% de la sociedad, que no tiene idea de qué va la cosa, ni mucho menos un concepto claro de qué votar. Algo llamativo teniendo en cuenta que esa ley está en vigencia hace más de un año, y si fuera el 10% de terrible de lo que denuncian sus antagonistas, nadie podría estar indiferente.
Aunque le parezca un contrasentido, las dos reacciones son bien lógicas, y tienen explicación.
Pasando raya, y con brocha muy gruesa, la Ley de Urgente Consideración afecta al sector sindical que cobró mucho poder en Uruguay durante las gestiones del Frente Amplio. Los cambios en materia de combustibles dejan en evidencia el costo real de las ineficiencias de Ancap. Los cambios en la educación quitan poder de voto e influencia a los gremios. Y la prohibición de ocupar empresas y de impedir con piquetes el ingreso a trabajar de los no huelguistas, pegan en la línea de flotación de la gran arma de presión con que contaban los sindicatos.
Esas son las cosas centrales que hacen “roncha”. Todo lo demás es fuego de artificio para asustar a la gente, y convencerla de que esa ley es un Apocalipsis para el raquítico estado de bienestar nacional. Por algo quienes de verdad se han opuesto a la LUC han sido los sindicalistas de Ancap, del Sunca y de la educación. El resto se subió al carro cuando no tuvo más remedio. Y si se fija bien, es poco lo que han salido los dirigentes políticos “puros” del FA.
Tan razonable como esto es lo que ocurre a los uruguayos que no tienen idea de qué va la LUC.
Hay un porcentaje grande de gente, sobre todo en el interior, cuya vida no pasa por el sindicato, que no entiende mucho de política pero, sobre todo, que no termina de entender de qué va todo este escándalo cuando a él no parece haberle cambiado mucho la vida. Es más, cuando intenta informarse, lo que escucha son insultos, o cosas de un nivel de sofisticación jurídico que escapan a su comprensión e interés.
La razón de esto es que la mayoría de los temas en debate hoy con la LUC son cosas que deberían definirse a nivel de dirigencias políticas profesionales, no de ciudadanos de a pie. Claramente, el instituto de la democracia directa no está pensado para temas con este nivel de complejidad. Y menos para una clase política tan tosca, tan plagada de sectarismo, y con tan poca capacidad de comunicación. Que decir disparates en twitter no es lo mismo que comunicarse con la sociedad.
Este elemento es bien entendido por la cúpula de ambos extremos de la política uruguaya. Los impulsores de la LUC, por un lado, apostaron a que una ley con tantos temas iba a ser muy difícil de cuestionar ante el gran público. Y sus rivales se aprovechan de su complejidad, para mentir a cara de perro diciendo disparates como que privatiza la educación, permite a los malvados propietarios echar a la calle a mujeres embarazadas, o da vía libre a la policía para matar pobres.
Vale decir que los periodistas tampoco hemos sido muy constructivos. Ya sea por una visión extremista de la llamada “doble campana”, por simpatías políticas personales, o por miedo a la sanción social del “mundo redes”, hemos permitido decir mentiras flagrantes, cuando no hemos replicado consignas insostenibles.
Pero en los últimos días algo cambió. Y dos episodios han puesto blanco sobre negro el trasfondo del debate.
Por un lado, el choque del presidente Lacalle Pou con el líder del sindicato de Ancap, donde este último dejó en claro que su preocupación es su gremio y nada más. Que si el país lleva 20 años perdiendo plata produciendo cemento no es cosa suya. Y que lo único que le importa es que el Estado siga poniendo dinero, que sale de los impuestos que paga toda la sociedad, para que sus afiliados tengan algo que hacer. Porque ni siquiera arriesgan perder su trabajo.
Luego, la furia del líder del sindicato Fenapes porque el presidente optó en vez de una cadena de TV, por hacer una conferencia de prensa. ¿Por qué se podría enojar alguien por eso? Si en vez de leer un texto en forma impune, Lacalle Pou se está exponiendo a las preguntas del enviado de TV Ciudad, o a tragarse un editorial de la notera de Caras y Caretas.
Justamente, porque el contraste entre una momia estalinista de Fenapes leyendo un discurso, o las declamaciones de Michelini creyéndose Alberto Candeau, y una persona que habla y contesta sin mayores complejos lo que se le pregunta puede ser decisivo para toda esa gente que no es fanática de ningún bando. Y que todavía no entiende por qué le piden a él que defina algo que deberían solucionar los tipos a los que les paga un sueldo para estas cosas.