La historia siempre estará recordándoles a Washington las graves consecuencias que tienen las acciones injustas. La sombra amenazante de la teocracia persa tiene en sus orígenes el golpe de Estado con que la CIA y la agencia británica de inteligencia MI-6 derrocaron, en 1953, al gobierno democrático y secular que encabezaba el líder nacionalista Mohammad Mosaddegh.
Para restablecer el expolio que realizaba el Reino Unido a través de la Compañía Anglo-Iraní de Petróleo, los dos aparatos de espionaje y actividades secretas más grandes de Occidente derribaron al primer ministro que había nacionalizado las reservas de petróleo, convirtiendo a Reza Pahleví en un monarca absolutista.
La tiranía represiva del shá y su llamada “Revolución Blanca”, que fue el intento de occidentalización forzosa de la cultura persa, insufló el chiismo político de carácter ultra-islámico, debilitando el nacionalismo secular y democrático que había impulsado Mosaddegh.
La caída de Pahleví y la creación del régimen oscurantista de los ayatolas fueron consecuencia del golpe en el que Winston Churchill logró involucrar a Harry Truman. Y le tocó pagar la primera cuenta a Jimmy Carter, cuando turbas de fanáticos enardecidos que había organizado Ruholla Jomeini, asaltaron la embajada de Estados Unidos en Teherán y la mantuvieron ocupada con sus funcionarios y empleados como rehenes durante casi un año.
A renglón seguido, el régimen impuso la sharía (ley coránica), recortó derechos a las mujeres, sentenció de muerte en la horca a los homosexuales y dictó “fatuas” criminalmente delirantes, como la que condenó al escritor Salman Rushdie a morir asesinado por un “buen musulmán” en cualquier parte del mundo.
El ayatola Jomeini propició revoluciones para tumbar las monarquías sunitas asociadas económicamente con Washington, le permitió a Estados Unidos extender al plano militar la influencia sobre Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar y Bahrein.
Pero eso no acabó con la amenaza iraní. La hizo reformularse tras la muerte del líder creador del régimen, avanzando hacia el sistema de proxis que diseñó y manejó el general Qassem Soleimani desde la comandancia de la Fuerza Quds.
Si Musaddegh no hubiese caído, posiblemente la economía iraní se habría fortalecido por los ingresos del petróleo y eso habría vigorizado la secularidad en la sociedad, inmunizándola contra el fanatismo guerrero.
Aquel no fue el último estropicio. Quizá Irán no hubiera incrementado el enriquecimiento de uranio como lo hizo en estos últimos años, si Donald Trump no hubiera roto el acuerdo sobre el programa nuclear iraní que firmaron en el 2015 Barak Obama y el entonces presidente de Irán: el moderado Hassan Rohani.
A poco de haber iniciado su primera presidencia, el magnate neoyorquino cedió a las presiones de Benjamín Netanyahu para que retirara a Estados Unidos del acuerdo que Irán estaba cumpliendo y contaba con consenso global. Además, Trump repuso y agravó las sanciones económicas. Y la consecuencia fue que el régimen iraní se lanzó a incrementar de manera sostenida el enriquecimiento de uranio, acercándose a la posibilidad de construir su propio arsenal nuclear.
Consciente de esa consecuencia, Trump reinició tratativas con Teherán para acordar algo muy similar a lo que él mismo había roto. Estaba en eso cuando el primer ministro israelí logró nuevamente empujarlo a una confrontación.
En términos generales, no hay duda que el resultado de doce días de guerra, con el ataque de los bombarderos furtivos B-2 norteamericanos que precipitó el cese del fuego, fue una derrota del régimen iraní y de su aparato militar; un triunfo limitado de Netanyahu, quien quería mantener las acciones bélicas hasta derribar la teocracia chiita, y una victoria de Trump. Pero una victoria acechada por una peligrosa contraindicación: después de haber sido bombardeada por Israel y Estados Unidos, es posible que el régimen decida, finalmente, avanzar en forma directa hacia la construcción de sus propias armas nucleares. O sea, dejar el plan de acumular reservas de uranio enriquecido al 60% para sí, llegado el caso, decidiera convertirlo en ojivas atómicas en pocas semanas, y avanzar directamente al enriquecimiento en el 90% para disponer cuanto antes de un arsenal nuclear.