El Estado Munchausen

Existe un síndrome llamado Munchausen por poder. Quien lo padece inflige daño a otro -frecuentemente a un hijo- para sostener la ilusión de su propia utilidad. Lo enferma, lo atiende, lo vuelve a enfermar. La víctima no logra discernir entre el afecto y la manipulación.

Me interpela pensar que, en Uruguay, hemos configurado un Estado que actúa de manera análoga: se presenta como protector mientras erosiona la fortaleza y autonomía de sus ciudadanos.

Durante varias décadas hemos interiorizado la creencia de que el Estado nos resguarda, que, ante cualquier contingencia, estará ahí́ para sostenernos. Pero cuando la tutela se transforma en control absoluto, deja de ser cuidado y deviene dependencia.

Ese vinculo -entre el supuesto salvador y quien termina subordinado- remite inquietantemente al que se establece en el síndrome de Munchausen por poder.

Contamos con un sistema de salud que restringe medicamentos esenciales a quienes podrían prolongar su existencia, pero simultáneamente ofrece la muerte como una alternativa rápida y “digna”.

Una salud mental colapsada, donde los turnos se prolongan por meses, donde la desesperación no encuentra interlocutor.

Me pregunto si no estamos normalizando la idea de que la vida es prescindible cuando resulta incómoda o dolorosa.

Simultáneamente, se promueven políticas que, bajo el pretexto de la libertad y el progreso, fomentan prácticas que deterioran aquello que deberían preservar: la mente, el cuerpo, el futuro colectivo. Mientras tanto, la natalidad se desploma, las aulas se vacían y la población envejece aceleradamente.

Es como si la sociedad fuese anestesiada, mientras se le convence lentamente de que disfruta de una autonomía plena.

La educación, que debería alumbrar la capacidad crítica, languidece entre el descuido y la repetición mecánica. No se busca formar individuos reflexivos y autónomos, sino sujetos dóciles, funcionales a un sistema que privilegia la obediencia sobre la lucidez.

Un pueblo sin criterio propio constituye el paciente ideal para el Estado Munchausen: agradece el remedio sin percibir el veneno.

No escribo desde la indignación, sino desde la inquietud que me interpela al constatar como confundimos compasión con indiferencia, progreso con resignación, autonomía con abandono.

Una sociedad que proclama el derecho a morir pero no garantiza el derecho a vivir con dignidad ha perdido de vista la esencia del cuidado.

El síndrome de Munchausen no se corrige con denuncias, sino con conciencia. Y quizá́ eso nos falte: confrontar la contradicción entre lo que proclamamos proteger y lo que efectivamente promovemos. Uruguay no requiere un Estado que se torne indispensable, sino una ciudadanía que recupere la fuerza de valerse por sí misma.

Porque, al fin y al cabo, el cuidador que más daño inflige no es el que odia, sino aquel que, bajo la apariencia de afecto, logra convencer al otro de que sin él no puede vivir.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar