El Derecho en mala época

El Presidente Trump interviene sin pudor en la vida interna de Brasil, protegiendo a Bolsonaro, y de la Argentina, arropando a Milei para las elecciones de medio término. Promete seguir mandando dólares para comprar pesos, a condición de que el domingo voten a su amigo. A la violación de la soberanía se agrega una actitud de “bueno ¿y qué?” que proclama que a los dos contratantes -el tomador de más deuda y el proveedor de más salvataje- les importa un bledo el Derecho.

Las guerras de Medio Oriente y de Ucrania confirmaron que, en pleno siglo XXI, la ONU tiene la misma carencia que mató de impotencia a la Sociedad de las Naciones. Quedó a la vista que el Derecho Internacional Público -que en el programa del siglo pasado prometía regir el mundo- y las Naciones Unidas -que nacieron en 1945 como un parlamento mundial de paz-, cuando hay guerras se reducen a simbolizar la nada mal dialogada.

Si del escenario mundial volvemos a mirar a nuestra comarca, advertiremos que en el Uruguay se han multiplicado órganos y leyes de protección a colectivos, se ha reformado el proceso penal y se ha modificado hasta el lenguaje, pero el conjunto del sistema desampara al común de nosotros. Quien lo dude, que haga la experiencia de denunciar un delito, anotar el NUNC (Número Único de Noticia Criminal) y sentarse a esperar avances. Un régimen de prioridades incontrolable y un sistema de vallas informáticas lo dejarán en el desamparo, a contramano de lo que se les hizo creer a los distraídos por unanimidad que votaron el nuevo Código.

Si todo eso indica debilidad del Derecho, la retahíla de homicidios y la admisión pública de que hay mafias armadas hasta los dientes proclaman, a voz en cuello, que en el Uruguay estamos viviendo el terrorismo que hace décadas se nos noticiaba desde otros escenarios.

Y hay más. El tema no es sólo policial, procesal, fiscal o judicial. Además, es moral. En el país de Aréchaga, Sayagués y Real, se ha sembrado el hábito de flechar políticamente los premios, los castigos y hasta las indagaciones de orden público. Los resultados son tan escandalosos como designar embajadora a quien coparticipó en facilitarle a Marset que saliera de la cárcel de Dubái, donde estaba preso por haber ingresado a Emiratos Árabes con un falso pasaporte paraguayo del Mercosur, ayudándolo con un flamante pasaporte del mismo Mercosur pero auténtico y uruguayo. (Quien se interese por el tema, que lea los “Ocho errores graves” que ejemplarmente analiza Manuel Flores Silva en el lapidario texto que insertó en las redes.)

Sí: el Derecho se nos astilla, se nos enferma, se nos reviene a la vista de todos, sin que nadie parezca dolerse por la violación de sus principios, porque cada vez más se lo mide desde la óptica de las especialidades y de los intereses corporativos, sin elevar la mirada a la armonía unificadora que debe inspirarle rigor y ánimo para servir el ideal de Justicia.

Si con este cuadro no perdemos las esperanzas es porque sabemos que el Derecho nunca se hizo solo y siempre fue, para sus cultores, fuente de dolor y angustia. Aun en sus tiempos de esplendor, requirió alerta y lucha. Por lo cual, ahora que cruje en el mundo, debemos rescatar el pensar político-jurídico, para que nuestros nietos no sean reducidos a espectadores zombis de la degradación humana.

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