El delirio humano

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hebert gatto
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Como resulta ratificado por una clara mayoría de estados, el ataque ruso a Ucrania carece de toda justificación. Tanto moral como jurídicamente. La no intervención, particularmente cuando la misma se concreta en una agresión armada, no puede sostenerse en ningún caso, ni siquiera cuando 

se justifica en razones preventivas, como las que aquí alega el agresor. Después de la segunda guerra mundial que enlutó al siglo XX con más de cuarenta y cinco millones de muertos, que ésta se repita en el XXI, se revela fuera de cualquier baremo relacionado con el progreso humano. Mucho peor todavía cuando, como aquí, la agresión es promovida por la segunda potencia militar del mundo dirigida contra un país como Ucrania, carente de un ejército relevante mediante un conflicto que involucra directamente a la población civil, hoy sitiada e inmolada en Kiev, su capital. Ninguna sanción parece suficiente para semejante desborde internacional.

No obstante, no debemos olvidar que la presente no es la única agresión cometida luego de 1945. Los Estados Unidos, atacaron Panamá y depusieron a su Presidente en un claro acto de intervención y lo mismo hicieron en la segunda “Guerra del Golfo” cuando con fútiles justificaciones, rápidamente demostradas falsas y con el concurso de otras naciones cómplices como Francia y Reino Unido, invadieron Irak. En ambos casos, pese a la ambigua intervención de las Naciones Unidas, en clarísima violación de un derecho internacional de carácter centenario. Tales precedentes, si bien no tuvieron el impacto de la presente guerra en Europa, especialmente por situarse fuera de ella y contra un autócrata menor, impide que alguien pueda alegar total santidad en el tema.

Aún cuando, y ello debe remarcarse, tampoco justifique la presente invasión ni sirva de recurso para aminorar la responsabilidad de sus autores. Menos aún la muerte de los civiles ucranianos encerrados en sus ciudades. Tal como si se reeditase la coyuntura de 1938 donde el régimen nazi, con el pretexto de reivindicar los Sudetes checoslovacos, de habla y composición mayoritariamente alemana, se los anexó directamente terminando muy poco después con la independencia de esta nación ante la inacción del resto del continente. En un calco casi idéntico de la actuación rusa de 2014 a al fecha. Primero apoderándose de Sebastopol, Crimea y las llamadas repúblicas separatistas, ahora, en un último zarpazo, del resto de Ucrania.

Carlos Marx dijo que la historia se repite en tono de farsa. La conjetura no es siempre correcta. A menudo sucede, como aquí ocurre, que ambos acontecimientos constituyan una tragedia. Lo fue la Guerra Fría y la división del mundo en campos ideológicos donde ambas partes se disputaban el liderazgo del planeta. Lo es ahora donde un autócrata rapaz, formado en las entrañas de la siniestra KGB soviética, vuelve a tratar de imponer dos mundos, esta vez no ideológicos sino nacionales y étnicos, tan intensos e irracionales como los anteriores.

Ya no nos separan ideas o doctrinas, sino el sempiterno nacionalismo, que mide el éxito de las gestiones políticas no ya por el bienestar y la realización de sus ciudadanos en una sociedad democrática, sino por el tamaño de sus fronteras y la fortaleza de sus tanques.

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