El colono y la gallina

Linda semana para meterse en el lío de la marcha por los desaparecidos, y la polémica en Nacional por la camiseta esa famosa de que todos son familiares. Pero por suerte, el padre de este autor lo hizo hincha de Wanderers (hincha en serio, no como otros). Y... pensándolo bien... ¡qué necesidad!

Sobre todo porque esta semana también nos regaló dos imágenes icónicas. Dos fotos que bien podrían usarse para definir qué es el Uruguay en el año 2025.

La primera fue el sorteo para definir quién sería el alcalde de San Bautista, una población en Canelones de 3.684 habitantes. Sí, ni 82, ni 85... 84. Que en Uruguay nos gustan las cosas precisas. Conocida por ser el hogar de la fiesta del Pollo y la Gallina, la elección en esta localidad milagrosamente dejó un empate en 857 votos, entre el colorado Joaquín Farina y el blanco Roberto Siriani.

Todos los medios corrieron a San Bautista para la definición, y al menos en la redacción de El País el tema se siguió como unos penales en la Copa del Mundo.

Pero lo más lindo fue la imagen, que mezclaba por un lado la formalidad burocrática sepia de los funcionarios de la Corte Electoral, una estampa del ADN nacional, con lo “macondístico” del proceso en sí. La funcionaria de cabello mojado que colocaba seriamente los sobres en una urna naranja. La mesa de cármica llena de micrófonos y una plantita verde en el rincón. El hombre que empieza a girar en el aire la urna, sin poder contener una sonrisa. Consciente de la solemnidad, y lo aldeano del momento.

Lo siguiente fue casi tan icónico. Gana el candidato colorado, y se funde en un abrazo incómodo con una decena de personas que lloran y gritan, como si un cuadro de San Bautista hubiera ganado el torneo de OFI. En pleno rapto emotivo, un señor de cuerpo voluminoso, que tiene al novel alcalde agarrado del pescuezo como una llave de lucha libre, atina a sacar un teléfono con una foto del fallecido Adrián Peña, tal vez el hijo más famoso de la “capital nacional de la avicultura”. Y las lágrimas derraman por las mejillas, como lluvia de mayo.

¡Uruguay, nomá!

La otra imagen fue menos humorística. Día dos de funeral del expresidente Mujica. El cortejo se detiene frente a la sede del MPP, y un visiblemente emocionado Pacha Sánchez, rodeado de gente compungida, lanza una proclama conmovedora.

“La siembra del tiempo ahora se transformó en miles. Pepe, no te fuiste. Una parte de esa siembra, una parte del trillo del viejo, y en honor al viejo, a 8 kilómetros de Cerro Norte, en Florida, hoy el Instituto de Colonización compró 4.000 hectáreas para nuestros trabajadores rurales”. Y agregó: “¡Por el pueblo, la lucha continúa, compañeros!”. Gritos y lágrimas.

Entre los enfervorizados, una mirada atenta podía descubrir a quien pocas horas después sumiría al flamante gobierno en una nueva polémica incómoda. El presidente del Instituto de Colonización, Eduardo Viera.

La imagen, en una composición que nos hizo recordar a aquel cuadro “El Aquelarre” de Goya, muestra un punto revelador de la política y la sociedad uruguaya. A ver, entendemos el momento de máxima emoción. Pero el propio Sánchez, alguien de inteligencia bastante por encima de la media de nuestra dirigencia, tiene que haberse da-do cuenta del error. Un jerarca público, anunciando a los gritos y enfervorizado, que va a gastar 33 millones de dólares ajenos (los pone el contribuyente, no el MPP), en un plan para homenajear a su líder. Encima en una decisión que apenas se empieza a ver con detalle, está llena de vicios y problemas.

Pero más allá de la imagen, está lo que dice la decisión del país en que vivimos. Porque el Instituto de Colonización es una idea del año 1948, que buscaba resolver problemas de esa época, como la migración incipiente del campo a la ciudad, la necesidad de aumentar la producción, y aquella mirada de que “poblar es civilizar”. Estamos en 2025, el país es otro, y sus desafíos también. Hoy Colonización maneja un capital de 1,200 millones de dólares, para beneficiar a poco más de 3 mil colonos. ¿Se hizo alguna evaluación si esa es la forma más eficiente de invertir ese dinero en el desarrollo del país?

Pero, además, resulta que el propio presidente del Instituto es la imagen de otro problema. El hombre fue director de una gremial, y consigue un predio, un préstamo para construirse una casa que debe valer un par de cientos de miles de dólares, y no está al día con el pago de BPS.

¿Cómo le justificamos al ciudadano de a pie que toda esta plata que invierte la sociedad, no beneficia de manera privilegiada a los “insiders” del sistema político?

Salle se debe estar refregando las manos, mientras se sirve un scotch.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Difícil imaginar una mejor definición del Uruguay de hoy, que estas dos que marcaron la semana.

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