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Educación y palabras

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PABLO DA SILVEIRA
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Vivimos en un país donde las palabras se usan como armas arrojadizas. Su sentido literal ha dejado de importar. Lo que importa es el impacto emocional que se pretende lograr con su uso.

Esto ocurre con términos que en esencia son metáforas espaciales sin un sentido definido (“derecha”, “izquierda”, “avance”, “retroceso”) y también con términos que se han vuelto etiquetas demonizadoras (“neoliberal”, “neofascista”, “privatizador”).

Quienes hacen un uso político de estos términos no suelen tener interés en verificar si lo que están diciendo tiene algún sentido. Lo que importa es que, al adjudicarle a un actor alguna de estas características (ya sea una persona, una fuerza política o un gobierno) se lo está empapando de una tonalidad afectiva fuertemente negativa. La verdad no interesa. Tampoco la claridad de razonamiento. Lo único que cuenta es el efecto descalificador ante un público sensible a estas maniobras lingüísticas.

Así las cosas, es un ejercicio sano tratar de entender qué pueden significar ciertas palabras en un contexto de uso más o menos específico. Por ejemplo, ¿qué significa ser conservador en educación y qué significa no serlo? Una respuesta definitiva puede dar bastante trabajo, pero hay al menos algunos criterios de fácil aplicación.

Si usted defiende la manera en que se vienen haciendo las cosas como si se tratara de un legado sagrado e inmodificable, hasta el punto de negarse a cambiar incluso aquello que probadamente no funciona, entonces usted es un conservador en educación (como lo sería en cualquier otro ámbito en el que reaccionara de la misma manera). Por el contrario, si usted admite que las reglas de juego pueden ser modificadas y está dispuesto a considerar cambios relativamente profundos, entonces es una persona abierta a la mejora y a la superación.

Si usted cree que la antigüedad es la fuente casi exclusiva de beneficios y privilegios, al punto de defender una aristocracia de los que llegaron antes, entonces usted es un conservador. En cambio, si usted piensa que la antigüedad no es un valor en sí mismo, a menos que vaya acompañada de preparación, compromiso y superación constante, entonces usted es un innovador que está dispuesto a crear oportunidades para los más jóvenes dentro de una organización o de una profesión.

Si a usted no le importa que las reglas de juego vigentes perjudiquen sistemáticamente a los alumnos más débiles (como ocurre, por ejemplo, con el régimen de elección de horas en la enseñanza media), entonces usted es un conservador. Si usted se rebela ante esta situación y busca caminos para salir de ella, entonces usted es un progresista y un renovador.

Si a usted le dan miedo las zonas de turbulencia que todo proceso de cambio genera, entonces usted es un conservador. Si usted ve esas turbulencias transitorias como problemas lógicos y manejables, entonces usted es un innovador de mente abierta.

Si a usted no le importa defender sus intereses tomando medidas que castigan de manera especial a los más vulnerables (por ejemplo, los paros en la enseñanza) usted es un conservador al que no le importan los costos sociales de sus propias decisiones. Si a usted le importan esos costos, entonces usted es un progresista con sensibilidad social.

Cada uno puede usar las palabras como quiera. Pero la realidad de los hechos está allí, empecinada y clarita.

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