Donald Trump recalculando

Al recibir en la Casa Blanca a un presidente africano, Donald Trump mostró un desconocimiento grave en un líder norteamericano. Cuando le preguntó dónde había aprendido a hablar tan bien inglés, evidenció desconocer un país cuya existencia y población tienen origen en Estados Unidos. Por lo tanto, Joseph Boakai aprendió a hablar inglés, igual que todos sus compatriotas, en el país en el que nació, creció y del cual es presidente: Liberia.

Ese territorio sobre la costa atlántica del Africa fue adquirido por una organización norteamericana de principios del siglo 19, para poblarla con esclavos afroamericanos que habían sido liberados por sus amos. A esos pioneros se sumaron muchos miles más de libertos tras la abolición de la esclavitud que eligieron vivir en lo que, desde 1847, ya era un país independiente. Por ese origen se llama Liberia y su capital se llama Monrovia por el entusiasta apoyo al proyecto colonizador del presidente norteamericano James Monroe.

Pero Trump ignoraba por completo esa historia tan ligada a la historia de Estados Unidos.

No pudo corregir ese error, pero no fue grave. El error que pudo corregir es su decisión de cerrar la Agencia de Gestión de Emergencias. La consideraba parte de una burocracia inservible, pero la catástrofe climática que se abatió sobre Texas dejando casi ciento cuarenta muertos y un centenar de desaparecidos le hizo ver que estaba equivocado.

“Nunca había visto algo así”, dijo el presidente al tomar dimensión de la tragedia texana. Quizá la perplejidad incluyó recapacitar sobre su negacionismo del cambio climático. Lo evidente es que lo hizo ver que su decisión sobre la Agencia de Gestión de Emergencias era errada. Y la corrigió.

También era totalmente errada su visión sobre Vladimir Putin y sobre la guerra que se desarrolla en Ucrania. Hasta hace un par de semanas, Trump era un vocero más de la versión rusa del origen del conflicto. Repitiendo el argumento elaborado en usinas de propaganda del Kremlin, el jefe de la Casa Blanca decía que la CIA había organizado la Revolución naranja, a la que consideró un golpe de Estado para poner en el gobierno de Ucrania presidentes pro-occidentales que incorporarían Ucrania a la alianza atlántica, organización militar que instalaría en el Este de su nuevo miembro misiles nucleares apuntados a Moscú.

Por creer esa justificación de la invasión ordenada por Putin, es que Trump maltrató públicamente a Volodimir Zelenski y le cortó a Ucrania los suministros norteamericanos de armas y municiones. Incluso desde antes de asumir su segunda presidencia, el magnate neoyorquino venía debilitando a Ucrania para favorecer a Putin. ¿Cómo? Haciendo que su gente en el Congreso obstruya todo lo posible la aprobación de cada ayuda al ejército ucraniano.

Eso le posibilitó a las fuerzas rusas lograr un avance lento, pero sostenido, conquistando nuevos territorios en Ucrania. Y cuando llegó a la presidencia y cortó totalmente los suministros, en el país invadido escasearon incluso los misiles antiaéreos Patriot y demás cohetería de intercepción de misiles.

Con Ucrania debilitada, Trump se declaró negociador y proclamó un cese del fuego para negociar el fin de la guerra. Pero lo que hizo el presidente ruso fue aprovechar la vulnerabilidad de las ciudades ucranianas por la escasez de proyectiles interceptores y lanzó las más masivas oleadas de misiles y drones contra los centros urbanos, provocando muertes civiles y destrucción de infraestructura civil.

En ese punto Trump empezó a entender su grave error. Putin no invadió Ucrania por culpa de la CIA y por un plan de la OTAN para poner en el Dombas misiles apuntando a Moscú. No invadió Ucrania para defender a Rusia sino para expandir su territorio hacia el Oeste. La de Putin no es una operación preventiva de defensa, sino una guerra de expansión territorial. Y Trump recién lo entendió al ver que Putin lo dejó en ridículo al bombardearle su tan anunciado cese del fuego.

El giro fue copernicano, reiniciando el suministro de armas y anunciando aranceles altos contra Rusia. Pero el error de Trump le permitió al presidente ruso conquistar más territorio y causar más muertes civiles y destrucción en las ciudades cuya vulnerabilidad él había incrementado.

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