Firmar un TLC con China? ¿Sí? ¿No? Mucho se habla de esto. Los hay a favor, viéndolo como una enorme oportunidad para crecer en exportaciones y los hay en contra, con miedo ante el gigantesco desnivel de poderío económico.
Las dos eventualidades son ciertas: el tamaño del mercado chino hace agua la boca de cualquier exportador (real o potencial) y ese mismo tamaño, concentrado en un socio comercial, tiene que asustar.
El Presidente argumenta, cuando le levantan este último punto, que “es lo que hay valor” y también eso es cierto. Pero eso sólo, el que no haya otras opciones en el horizonte, no es per sé, razón suficiente: la única no es igual a la buena.
Los motivos de aprensión con respecto a China son fundados y no se agotan en el mero argumento de la diferencia de tamaño. Hay otros factores más a tener en cuenta:
1° Que el régimen chino, un capitalismo de estado gobernado dictatorialmente, conlleva, para un socio comercial, el riesgo de que cambie de política abruptamente y te deje colgado del pincel.
2° A lo que se suma la opacidad en el funcionamiento del gobierno chino: las decisiones no son siempre tomadas en función de factores económicos o sociales, visibles. Muchas veces intervienen motivos políticos o geopolíticos, pero también de los otros: político-partidario y político-familiar. Como, a la vez, la información pública acerca de la realidad económica se oculta, hay un riesgo latente de que en cualquier momento estalle una crisis. Lo estamos viendo ahora con lo que se destapó del mercado inmobiliario chino a partir del desbarranco de la empresa Evergrande. Ese tipo de fenómenos también puede estar ocurriendo en el sector financiero, donde no se conoce la realidad de los balances de los bancos y se teme por los efectos de decisiones que son tomadas en función de otros criterios que no los propios de la actividad bancaria.
Recuerdo una reunión informal, hace muchos años, con directores y gerentes del FMI, en la cual, con el placer que siempre le causaba épater les bourgeois, Alex Vegh, integrante a la sazón del Directorio del Fondo, sostuvo que el propio Fondo no creía en las cifras publicadas por el gobierno chino y que, si bien nadie se animaba a decirlo, había verdadero temor por la composición de las carteras de los bancos chinos. Nadie lo contradijo.
Después se suman, además, las teorías conspirativas, que ven, en el interés de China por un TLC con un país pequeño, el comienzo de una estrategia para la penetración geopolítica. Quién sabe.
De todas maneras, confieso que todas estas preocupaciones -valederas- no me inquietan a raíz de un posible TLC con China. Porque lo veo cada vez más remoto. De afuera, parecería que el interés de China ha perdido intensidad (quizás porque se han cruzado otros intereses).
Mi preocupación no radica en un futuro abrazo comercial, un TLC, sino en la realidad que ya tenemos. Depender tanto de un sólo comprador (y no es sólo el caso de la carne), implica un enorme riesgo. Pregúntenle a los arroceros, que ya han vivido algo parecido y más de una vez. Si, además, la dependencia por volumen, se da con un comprador, que es, a la vez, poderosísimo, opaco y que funciona por úkases, el peligro es enorme. Hoy.
¿Qué hacer?
Pensar en reducir la dependencia comercial es fantasioso.
Pero, silbar en la oscuridad tampoco es buena idea.
Lo primero, me parece, es informar claramente a los involucrados y a la opinión pública en general, de la realidad (para que después no se rasguen las vestiduras).
Luego, pensar en qué se puede hacer para prevenir, o al menos, para amortiguar un cimbronazo. No es fácil.
Una posibilidad a analizar es la constitución de mecanismos de seguro, sea de forma convencional, o mejor aún, respaldado por una suerte de fondo regulador, como hace Chile con el cobre. Significa tener conciencia suficiente como para aceptar un sacrificio presente. No es …
Después (o antes) viene el llamado a la reflexión que este tema debe significar sobre aspectos de nuestra realidad económica: tenemos que encarar de una buena vez los lastres que tiene nuestra productividad en muchas áreas. Lastres originados en rigideces del mercado laboral y en el creciente bosque de reglamentaciones.
Dos frentes bravos de atacar, aunque el segundo se ve facilitado por los buenos precios actuales. El Uruguay está particularmente frágil y vulnerable por sus altos costos (el último ejemplo es el cierre de Cinter).
Esto se vincula muy directamente con la necesidad de encarar una reforma del sistema de seguridad social. Rompe los ojos que, así como está, no es sostenible y que, además, se come la ya poca capacidad de inversión que tiene el Uruguay. Quienes están haciendo demagogia con este asunto, deben ser duramente denunciados: su postura es nefasta para la sociedad.
Por último, no es estrictamente cierto que China sea nuestra única opción, está la posibilidad de adherir al acuerdo comercial transpacífico, el CPTPP, que si bien no es un picnic, parece equilibrar mejor potenciales ventajas y potenciales riesgos. Junto con lo cual, hay que seguir explorando, sistemáticamente, todas las posibilidades.
No es fácil y nuestros vecinos lo hacen aún más difícil, pero hay que seguir luchándola.