Una LUC en el camino

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DIEGO ECHEVERRÍA
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"No nos une el amor sino el espanto” escribía el gran Jorge Luis Borges en su poema “Buenos Aires”. Y es que sí, a veces no unen las causas a “favor de” sino “en contra de”.

No alcanza un sentir común, no es suficiente una ilusión, sino que se necesita una figura concreta, a quien responsabilizar y hasta demonizar, haciéndola cargo de cuanto mal haya en la vuelta.

Y el Referéndum contra la Ley de Urgente Consideración (LUC) fue eso. Una mezcla de excusa y oportunidad para aquellos que coincidían en su espanto por algo, más que por el amor a un causa común.

Lo interesante es que no todos se espantaban por lo mismo ni con la misma intensidad.

La Ley 19.889 de 9 de julio de 2020 (la famosa LUC) contiene 476 artículos, de los cuales el Frente Amplio votó el 52% en la Cámara de Senadores y el 48% en la Cámara de Diputados. Sí, una ley tan “mala” según ellos que votaron casi la mitad en una Cámara y más de la mitad en otra. La verdad que es llamativo, pero no tanto como el hecho de que luego quieren derogar artículos que efectivamente votaron. Porque los artículos 135, 136, 235 y 236 fueron votados por la oposición. ¿Qué pasó para que se diera ese repentino cambio? ¿Traicionaron sus principios cuando los votaron o cuando quisieron derogarlos? Porque es evidente que en una de las dos ocasiones se fallaron a sí mismos. En fin, la coherencia brillando por su ausencia.

Tal vez la falta de coherencia se deba a que el Frente Amplio tuvo que ejercitar una voltereta olímpica en busca del apoyo de distintas organizaciones que no estaban de acuerdo con lo que ellos sí. Porque esos 135 artículos de la más variada índole fue una olla donde todos volcaron aquello que no les gustaba de la LUC, pero sin saber (ni prestar atención) a los artículos que otros depositaban.

Nutrir de militancia y movilización la campaña contra la LUC no fue fácil ni gratis. Hubo que cerrar los ojos y dejar prendas en el camino, como la coherencia y la honestidad intelectual.

Porque nunca importó el contenido. Pasó más de un año de su promulgación y ninguna calamidad ha sucedido. Solamente avances en materia de seguridad con una ley que cuida a quienes nos cuidan. Que respalda con valor simbólico y herramientas concretas a la fuerza policial que arriesga su vida cada día.

Los delitos no bajaron por casualidad, disminuyeron porque de esos 135 artículos que quieren derogar los agoreros del mal, 33 son en materia de seguridad y han dado resultados a la vista.

Porque los datos matan los relatos, y al menos 500 personas han sido imputadas por delitos y agravantes creadas en la LUC. Es decir que si se derogara, esos delincuentes se beneficiarían. Así de simple, porque hay cosas que no cuentan los que se espantan por la LUC y la acusan de “regresiva” (vocabulario típico en el manual de lugares comunes de la izquierda) sin saber por qué ni qué significa.

Vale la pena mencionar aquí al artículo 15 del Código Penal uruguayo, la retroactividad penal más benigna a favor del reo, que establece que “cuando se suprimen, en cambio, delitos existentes o se disminuye la pena de los mismos, se aplican a los hechos anteriores a su vigencia, determinando la cesación del procedimiento o de la condena en el primer caso, y sólo la modificación de la pena, en el segundo, en cuanto no se hallare ésta fijada por sentencia ejecutoriada”. Imaginemos las consecuencias (prácticas y simbólicas) de un retroceso en la LUC. Realmente una preocupante señal: ganan los malos y pierden los buenos.

¿Dónde está lo terrible de que la Policía pueda pedir la cédula? Delincuentes comunes y hasta asesinos requeridos se han podido apresar con este instrumento. Siempre los prejuicios disfrazados de política son los que atacan esas herramientas.

La inseguridad no se combate con los voluntarismos de los que hicieron gala y fracasaron durante 15 años. Eso solo trae malos resultados y una sociedad fracturada. La inseguridad se combate con instrumentos legales y jerarquizando el valor autoridad, institucionalizando el respeto a la fuerza pública con figuras como la de “resistencia al arresto” y “agravio a la autoridad policial”. Derogar esas figuras es una señal terrible, es decir que está bien irrespetar a un funcionario que debe mantener el orden, es decir que no nos importa ni su honor ni su investidura.

Estamos frente a una ley buena, necesaria, importantísima en tiempos de incertidumbre pospandemia.

No volvamos a un sistema de adopción que era lento y alejaba el sueño de tantas familias que quedaban truncas. No volvamos a un sistema de inclusión financiera obligatoria que imponía a trabajadores y empresarios manejar sus finanzas sin la libertad que merecían y sin el realismo de un sistema centralista que miraba más por el sistema financiero que por el ciudadano de a pie.

No volvamos a un esquema social donde los sindicatos están en la cúspide del poder sin importar trabajadores ni empresarios.

No retrocedamos a un sistema educativo que nos puso entre los peores de la clase, solo por funcionar en un marco de gobernanza dogmática, corporativista, lento y alejado de los sistemas que avanzan en el mundo.

El conservadurismo de quienes impulsan la derogación de la LUC es la muestra viviente de un Uruguay que busca quedarse en el pasado, en un pasado que fracasó. Por eso el desafío no está en hablarle a quienes abrazan dogmas y rechazan la evolución hacia un Uruguay mejor, eso es “gastar pólvora en chimangos”. Hablemos con el uruguayo de a pie que ya empezó a ver y vivir mejoras con la LUC.

Debatamos sobre datos y resultados. Porque para atacar con éxito hay que tener una legitimación de la que carecen los promotores del retroceso, que no solo no pueden demostrar resultados positivos con el viejo esquema que defienden, sino que no pueden demostrar impactos negativos de lo que atacan. La verdad que la tienen brava.

Y no es que no les guste la LUC. No les gusta el gobierno que la creó, porque querrían estar ellos. No les gusta el resultado del pronunciamiento popular de noviembre de 2019. Y por eso quieren plebiscitar al gobierno, desgastarlo, distraerlo con una especie de “elección de medio término”. Pero ¡ojo! No vengan por lana y salgan trasquilados, porque ese 68% de aprobación del presidente significa algo, significa respaldo al gobierno.

Un gobierno en coalición que tiene una hermosa oportunidad de solidificar vínculos y estrechar lazos, ya no solo en ámbitos parlamentarios y de gobierno, sino en las bases, en territorio con sus estructuras que claman por coincidir en el amor a una causa común. Ese sentimiento que los hizo militar y llegar al gobierno, hoy es militar para defenderlo.

Es claro que hay una luz en el camino, porque hay una LUC en el camino.

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