Diálogo social y País inspirado

El decreto 86/025 creó, en la órbita de la OPP, la Comisión Sectorial de Protección y Seguridad Social “como ámbito de articulación y coordinación interinstitucional en materia de protección y seguridad social”. Estableció que dicha Comisión Sectorial “implementará y coordinará el Diálogo Social”, el cual “se diseñará de modo que incluya la diversidad de perspectivas sobre la protección y seguridad social. Para ello se fomentará la participación activa de la sociedad civil, las organizaciones sociales más representativas y los partidos políticos con representación parlamentaria, a los efectos de alcanzar los acuerdos más amplios posibles.”

Ese decreto hizo estribo en el decreto 96/985, que, 40 años atrás, intentó gobernar por Concertación Nacional Programática: un ensueño que antes -hace 90 años, en 1934- figuró en la Constitución terrista como habilitación para crear “un Consejo de la Economía Nacional, con carácter consultivo y honorario, compuesto de representantes de los intereses económicos y profesionales del país”.

La ilusión de gobernar por acuerdo feliz tiene viejo arraigo, pues. Por cierto ha inspirado grandeza y unión en momentos estelares de la vida pública, pero nunca disciplinó las angustias por largo tiempo. Ello ha sido así porque la vida no se deja atar a protocolos prefijados; y, además, porque el Uruguay transita sin generar un debate de ideas, da por sentados los principios republicanos y se resigna a mirar el futuro como bruma indescifrable.

Por todo esto, más que un diálogo para procurar consensos, lo que necesitamos es un llamado a exclamar nuestros disensos, de modo que la indignación con el cuadro que tenemos -de la miseria infantil a la drogadicción, del suicidio al crimen narco- se convierta en proyectos concretos de gestión, que podamos respaldar sin preguntarnos si nos palpita más la aurícula derecha o la izquierda.

La Constitución es un gran proyecto humanista que tenemos a medio cumplir. No nos obliga desde colectivos de gremios obreros o patronales, clasificados por oficios e intereses. Como personas y como ciudadanos, nos convoca por encima de nuestros apetitos. Declara los derechos individuales y autoriza a regularlos o limitarlos por razones de interés general.

En otras palabras: la Constitución nos manda gobernarnos por “la razón sin apetitos”, según la definición aristotélica de la ley, resolviendo los conflictos de intereses por reflexión de ideas. No por guerra de clases ni por pulseadas o forcejeos, sino por justicia y amor al prójimo -actos del espíritu.

Para que fructifique el diálogo social es imperioso, pues, repasar estos fundamentos, dando fecundidad y proyecto a la vida nacional, en vez de seguir sin ideales claros, con medio país esperando la derrota de la otra mitad. En nuestro sistema institucional, la síntesis de las contraposiciones está a cargo del Estado, iluminado por el pensamiento de los partidos políticos.

Por eso, blancos, colorados e independientes hicieron muy bien en dolerse por incluírselos en la convocatoria como uno más entre los actores sociales, cuando sus bronquios son esenciales para el sistema cardio-pulmonar de nuestra democracia y la representación de nuestra soberanía.

Y haremos muy bien, todos, en releer la Constitución, que hoy cumple 195 años, como un Grito de Asencio de nosotros mismos.

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