Hay un punto ciego en el país ambicioso de grandes logros y mayor prosperidad, reformador y optimista que está construyendo la Coalición Republicana (CR): el asunto de los derechos humanos (DDHH).
La izquierda ha bastardeado el tema DDHH. Desde promover la tesis de que los únicos que los violaron entre 1963 y 1985 fueron las fuerzas represivas del Estado; pasando por apoyar la infame evolución de nuestra Justicia dedicada a estos temas, que viene operando arbitrariamente para intentar poner presos a la mayor cantidad de militares de aquellos años, hayan o no cometido delitos; y terminando por pretender que la nueva integración de la Institución Nacional de DDHH que depende del Parlamento responda a los criterios de organizaciones civiles especializadas -que no representan más nada que su triste dolor y su bíblico resentimiento-, su posicionamiento es demagogo, sesgado, cruel y sobre todo profundamente irresponsable con la Historia del país y con la construcción de un futuro de concordia nacional.
Del otro lado, la CR no tiene una posición convergente. Por un lado, la seriedad institucional del Partido Colorado dice verdades y marca límites, pero se ve sobrepasada por el relato tan falso como victimista de la izquierda que en todos estos asuntos lo deja mal parado, como por ejemplo con la mentira radical, instalada incluso legalmente, que ha favorecido el otorgamiento de pensiones para zurdos de tercera edad, según la cual la dictadura comenzó con Pacheco en 1968.
Por otro lado, Cabildo Abierto señala obviedades, como por ejemplo el avance de una Justicia revanchista que contradice las dos veces apoyada por el pueblo ley de caducidad, pero ellas son deslegitimadas por nuestra hegemonía cultural que descalifica al partido de Manini Ríos por miliquero, de extrema derecha y blablablá.
Finalmente, está el protagonismo mayor del Partido Nacional en la CR. Su posicionamiento histórico lo lleva a sensibilizarse y valorar los temas de DDHH: se sumó gustoso a la creación de la Institución Nacional de DDHH; nunca objetó que viejos torturadores pagaran sus responsabilidades por crímenes atroces del pasado; y participa convencido de la mayor preocupación internacional sobre los DDHH, esa que termina influyendo en el mainstream del sentido común ciudadano de nuestro tiempo.
Empero, quizá ingenuo o quizá displicente, no asume la evolución que sobre este asunto de los DDHH termina imponiendo el talante gramsciano de la izquierda. En concreto, por ejemplo, no contraría radicalmente la idea según la cual los únicos que violaron en el pasado los DDHH fueron ciertas fuerzas represivas del Estado -más allá de la buena idea del ministro García de abrir al público la cárcel del pueblo-; no busca cerrar la institución de DDHH, o al menos erradicar sus tareas proselitistas izquierdistas; ni, finalmente, da señales políticas fuertes contra las tropelías de una fiscalía decidida a poner preso al militar retirado que se le canta y porque se le canta.
Es un punto ciego. Porque al no dar una batalla ordenada, conjunta y eficaz, la CR deja el campo libre a la izquierda en un tema que, hoy en día, es clave en la idea que se hace la ciudadanía de lo que es bueno y lo que es justo en nuestras sociedades. Demasiado hándicap.