Los partidos políticos tienen un rol pedagógico frente a la sociedad en cuyo seno funcionan. No pueden limitarse a ser maquinarias electorales; tienen también otras funciones y otras obligaciones frente a su gente y frente a la sociedad donde actúan.
En el caso de Uruguay, esto es particularmente claro. Los dos partidos históricos tienen un enorme bagaje acumulado de interpretación del ser nacional. Interpretación y construcción. Un pueblo o una nación no es como un asentamiento irregular: grupo de gente que la vida amontonó en un determinado sitio. El sentido nacional compartido y reverenciado también se construye y se transmite en la lucha política bien llevada y mediante el discurso político de altura. Los partidos tradicionales uruguayos, en su siglo y medio largos de actuación, han acumulado una cantidad enorme de elementos de esa identidad nacional. También el Frente Amplio llegó a reunir elementos como para cumplir una función pedagógica. Su tipo de contribución sería más bien ideológica, aunque ya sea un sello tradicional.
La función pedagógica de los partidos frente a la población consiste, entre otras cosas, en mantener un debate y una acción políticas que preserven un sentido de unidad en la gente. Una nación es una acumulación histórica, un humus ancestral, propicio para ciertas cosas y reacio para otras. Hay plantas nativas allí y otras trasplantadas. Sin percepción de continuidad no hay sentido nacional. La continuidad, el saber que tenemos una base, un sustrato (sudor, coraje, talento, idiosincracia y muertos en el cementerio) sobre la cual se asentará lo que se aspira a construir es esencial para sentirnos una nación. Los problemas nacionales, desvinculados de sus antecedentes, se convierten en acertijos o en un juego de recetas.
En el Uruguay, como en cualquier país del mundo, lo que pasó ayer dejó consecuencias (buenas o malas). Parte de la situación actual proviene y se explica por decisiones que se tomaron en el pasado. No es posible saltar afuera de la historia. El pasado nunca es neutro: pesa o ayuda. Si queremos transformar algo, mejorarlo o cambiarlo, sólo será posible con dos condiciones: conocimiento de lo que existe e interpretación de las razones por las cuales eso llegó a ser como actualmente es y no fue de otra manera.
Todos los grandes temas que hoy el Uruguay está manejando y procesando trabajosamente tienen antecedentes, no surgieron por generación espontánea. Se falsifica toda discusión que no tome en cuenta los contextos. Allí es donde entra la función pedagógica de los partidos, ubicando los temas en la continuidad histórica de la nación. Solo así se hacen inteligibles y solo así la discusión se torna pertinente y útil.
La reforma del estado, la problemática de las empresas públicas, la renta agropecuaria, la apertura económica (o el encierro), todo eso está enrabado. No solo enrabado entre sí sino con el pasado, con decisiones anteriores, con procesos políticos prolongados, con “saberes” adquiridos. El Uruguay no empezó ayer.
La función pedagógica de los partidos (y de los dirigentes políticos) es ubicar los temas y los problemas en su contexto y sobre todo en su secuencia. Importante función que, además de lo dicho, acarrearía el impagable beneficio colateral de complicarles la función a charlatanes, encantadores de serpientes y malabaristas varios.