Dos ejemplos de intromisión del Estado en la libertad de la gente: en Argentina, si querés pagar un viaje al exterior con tarjeta y en cómodas cuotas, te lo prohíben. En Corea del Norte, si ingresás al país la serie “El juego del calamar” en un pendrive, te fusilan.
Y si sos uno de los adolescentes que la miran clandestinamente y te descubren, te mandan a cinco años de trabajos forzados.
Se me podrá decir que no son casos comparables. Es verdad; no hay duda de que privarse de par de semanas en Piriápolis es menos grave que morir acribillado. Y que tomarse unas vacaciones es bastante más edificante que mirar esa serie de Netflix, tan exitosa como desagradable.
Pero el espíritu autoritario que está en el origen de ambas medidas es exactamente el mismo.
Incluso hay una clara semejanza en las causas esgrimidas para aplicarlas.
En el caso argentino, es un mecanismo de supervivencia aparentemente inevitable, ante el terremoto financiero que los viene aquejando en forma creciente. En el caso coreano, lo es también para la continuidad de su repugnante dictadura. Atar manos o matar para sobrevivir, de eso se trata.
Es lo que tienen los gobiernos fallidos, ya sea por su errónea conducción económica o por su irrespeto a la soberanía popular. Como gestionan la cosa pública en un callejón sin salida, se sienten obligados a tomar medidas absurdas o sanguinarias. El bote se hunde y sin embargo, en lugar de taparle los agujeros, prefieren achicar peso tirando gente al agua, para que al menos el naufragio demore un poco más.
Y en plan de encontrar equivalencias, aparece otra: en Argentina, el que puede pagar su viajecito al contado, zafa. En Corea del Norte, los chiquilines cuyos papás tienen recursos para sobornar con unos miles de dólares a los funcionarios corruptos, también.
A esto ha llegado aquella mística izquierdista de la justicia social y el amparo a los más débiles: tener poder económico es un valioso salvoconducto para escapar de la tiranía. Todos iguales ante la ley, pero algunos más iguales que otros.
Me hace acordar a la simpática reforma tributaria del primer gobierno del FA (que aún sobrevive para desgracia de profesionales, emprendedores y microempresarios): si ganás más, pagás más.
Pero si traés una inversión millonaria al país, vos no, no pagues que está todo bien. Cada vez que los escucho defendiendo con uñas y dientes su bancarización obligatoria, esa que rebautizaron con el encantador eufemismo de “inclusión financiera”, pienso lo mismo: ¿cómo no van a aplaudir un sistema que les permite fiscalizar cada peso que nos ingresa y cada centésimo que gastamos? Lo de Argentina es paradigmático: no podrán enterarse cuántos dólares escondés en tus calcetines, pero a tu tarjeta de crédito la tienen bien controladita.
Solo que el ingenio popular no descansa. Prácticamente el mismo día en que el gobierno del país vecino anunció la medida, apareció un aviso en Mercado Libre que se viralizó hasta el infinito: “vendo esta lapicera Bic por 450.000 pesos, en 24 cuotas, con un viaje a Disney de regalo”. No sé si fue en serio o un mero chiste; poco importa. Si algo de bueno tiene el humor es su capacidad para desenmascarar el absurdo de las decisiones más sesudas y solemnes. El mercado siempre encontrará un resquicio a través del cual sortear cualquier obstáculo que le imponga un improvisado con poder.
He ahí una grata diferencia entre los dos ejemplos: mientras que en Argentina, la gente puede burlarse de una medida draconiana del gobierno, en Corea del Norte, el chistoso de la Bic hubiera terminado en el paredón, al lado del contrabandista de series…
Lo que nos lleva a una conclusión obvia pero clave: donde la opinión pública se expresa libremente, queda escaso margen para la soberbia diletante.
¿Hasta qué punto se puede avanzar sobre la libertad del individuo, en un país democrático abierto al mundo?
Y a futuro, ¿cuánto tiempo más van a poder los gobiernos resistirse al sinceramiento de sus economías? ¿Cuánto margen les quedará para seguir imprimiendo billetes, endeudando a las futuras generaciones, trabando la iniciativa individual o echando mano a un FMI del que abominan, pero que inevitablemente termina pagándoles los platos rotos?
¿Cómo van a hacer para sostener un sistema político y económico que recorta libertades, sin apelar a una de esas lindezas como la que inventó el dictador norcoreano en 2020, bajo el título de “Ley de eliminación del pensamiento y la cultura reaccionarios” (sic)? ¡Ni el mismo George Orwell la hubiera definido de manera más contundente!
Mientras exista un mínimo agujerito en el techo por donde se cuele la luz de la libertad, la gente se las ingeniará para aprovecharla al máximo y huir de la mediocridad dirigista y sus patéticos capitostes.
El problema principal está en el desvalimiento educativo y cultural en que intencionadamente la han dejado. Porque si no somos capaces de reconstituir la urdimbre de valores, conocimiento y humanismo que heredamos de nuestros abuelos, la prepotencia populista seguirá al acecho.