Cocktail explosivo

Hace unos días el INE publicó sus proyecciones de población para las próximas décadas. En 2070 nuestro país habrá perdido casi medio millón de habitantes, reduciendo su población de tres millones y medio a alrededor de tres millones. Pero, además, esa reducción tendrá un sesgo enorme hacia el envejecimiento. En efecto, los mayores de 65 años se duplicarán y pasarán a ser un tercio de la población, mientras que los menores de 15 años se reducirán y serán apenas un 11% de los uruguayos, mientras que la edad promedio pasará de 39 años a casi 50 años.

Bastarían sólo estos datos para encender las alarmas sobre la situación económica, laboral y de sostenibilidad social de nuestro país en apenas cuarenta y cinco años.

Por otro lado, las tendencias demográficas señaladas son estructurales y, por lo tanto, no se revierten con voluntarismos, ni es fácil que las conductas asociadas a estas tendencias se modifiquen.

Vivimos cada vez más, y ello se debe a las condiciones de cobertura y asistencia de la salud junto a los avances tecnológicos en el sector. Y eso es una buena noticia.

Además, las pautas reproductivas de las nuevas generaciones indican una postergación de la maternidad y paternidad y una reducción del número de hijos que no parece que vaya a cambiar a la brevedad.

Bajo estas condiciones, vale mucho la pena tomar en cuenta lo señalado en estos días por el Ec. Diego Aboal, que indicó que estas perspectivas demográficas obligan a que nuestra sociedad tenga que duplicar la productividad de su actividad económica para sostener nuestro actual estado de bienestar, en caso contrario enfrentaremos una drástica crisis de nuestras políticas sociales.

Sin embargo, si a este panorama le agregamos algunas tendencias presentes entre nuestros niños, adolescentes y jóvenes que llevan décadas sin alterarse con independencia del signo ideológico del partido que gobierne, la gravedad del pronóstico aumenta considerablemente.

Efectivamente, desde fines de los ochenta sabemos que en nuestro país la pobreza entre los niños es de manera constante el doble de los niveles de pobreza que existen en el conjunto de la población. Hay que recordar la frase de Juan Pablo Terra cuando constató por primera vez esta situación en sus investigaciones para UNICEF en 1988, “en nuestro país la pobreza tiene cara de niño”.

Han pasado casi cuarenta años de aquel descubrimiento y la situación permanece inalterada.

Pero, además, la mitad de los adolescentes de nuestro país no culminan la educación media y, si bien durante el período de gobierno anterior se logró reducir del 60% al 50%, seguimos estando entre los países de América Latina con mayor nivel de deserción en la educación media desde hace varias décadas.

Finalmente, el índice de desempleo entre los jóvenes de 15 a 25 años es el triple que el del conjunto de la población económicamente activa, y este indicador también está inalterado desde hace décadas.

Los uruguayos vamos a ser muchos menos, además seremos aún menos los económicamente activos, seguiremos teniendo tasas de natalidad muy bajas, por lo que nuestros niños, adolescentes y jóvenes seguirán siendo pocos.

Pero, además, si no hay un radical y urgente cambio de tendencia, muchos de ellos no estarán capacitados para asumir los puestos de trabajo más valiosos y mejor remunerados.

La vieja consigna, que fuera un valor adoptado unánimemente en nuestra sociedad en el pasado, hoy en día choca con la realidad y ya desde hace tiempo para muchos jóvenes el camino de la educación se percibe como un camino inútil y bloqueado.

De hecho, estamos observando cómo en un cierto número de hogares más jóvenes, los padres ya no tienen la consigna de que enviar a sus hijos a la escuela es una obligación ineludible para que sus hijos triunfen en la vida adulta.

Y, por lo tanto, están aumentando en forma muy preocupante los casos de asistencia intermitente en estos últimos años.

Para completar el cuadro, tenemos un incremento del accionar del crimen organizado que recluta sus miembros entre los más jóvenes. Y demasiados de estos jóvenes han vivido una niñez de privaciones y pobreza, una adolescencia de fracaso educativo y una correlativa imposibilidad de obtener un trabajo digno. Por lo que el camino hacia las adicciones y la delincuencia es un camino lamentablemente posible que puede incrementarse significativamente en poco tiempo.

No hay duda de que estamos ante un verdadero cocktail explosivo.

No podemos seguir esperando cómo avanza esta realidad con los ojos abiertos y sin reconocer que ya estamos llegando tarde.

Por eso, más que nunca es inentendible que el nuevo gobierno haya decidido destinar U$ 32 millones para comprar un predio para Colonización y no destinarlos para comenzar el muy urgente proceso de rescatar de la pobreza a los niños.

Por eso, seguimos esperando que este gobierno proponga un paquete de medidas urgentes destinadas a la reducción de la pobreza, lo que, pasados más de cinco meses aún no ha ocurrido.

Y por eso estamos convencidos de que la transformación educativa iniciada en el período de gobierno anterior debe profundizarse y acelerarse, en vez de dar marcha atrás con medidas como las que se anuncian que van en sentido contrario al cambio.

El tiempo pasa y hay que actuar ya.

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