Cien años y mil vidas

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Fue un hombre que con el transcurso del tiempo se convirtió en artista y leyenda, que hizo conocer al Uruguay en el mundo entero. El miércoles pasado hubiera cumplido cien años de vida. Me refiero a Carlos Páez Vilaró, el joven que luego de ensayar muchos oficios y profesiones, decidió a los 30 años dedicarse por completo al arte y seguir los pasos de Pedro Figari. Luego vendrían los viajes por Europa, África, Estados Unidos y Tahití y con ellos las aventuras dignas de una serie de Netflix.

A fines de la década de 1950, comenzó a construir en el lomo de Punta Ballena una enorme escultura habitable blanca, y la bautizó como Casapueblo. Sin saberlo, cambiaría para siempre el destino de Punta Ballena y de Punta del Este.

Hijo de una familia de clase media alta, su infancia y adolescencia transcurrieron entre Pocitos y Cordón. Vivió en la abundancia y conoció la estrechez cuando su familia perdió la estabilidad económica. Su primera aventura fue en una Buenos Aires en la que llegaba Juan Domingo Perón al poder. Trabajó allí en una imprenta y también armaba vidrieras de tiendas. Fue entonces que descubrió sus condiciones para el dibujo y un sentido estético innato. Volvió a Montevideo y se dedicó junto a su hermano Miguel a la publicidad en la agencia que fundaron y que llamaron Exeter.

Al poco tiempo se casó con Madelón Rodríguez, una hermosísima mujer de clase alta, y tuvo a sus primeros tres hijos: Agó, Carlos Miguel y Beba.

A comienzos de la década de 1950, se mudó al conventillo Medio Mundo, alquiló una pieza y comenzó a pintar. Dos años más tarde organizó su primera exposición y recibiría el elogio de la crítica y de Delia Figari de Herrera, hija de don Pedro.

A partir de entonces la vida de Páez se convirtió en un vertiginoso viaje por países y continentes muy lejanos. En cada lugar que visitaba mostraba su arte que también usaba como moneda de pago. Conoció a Picasso en su exilio en Francia y cuando intentó hablar con Salvador Dalí en la puerta de un Hotel de París, Gala casi le parte un paraguas en la cabeza. Vivió un tiempo en el leprosario de Albert Schweitzer, y se embarcó luego a Tahití tras los pasos de Gauguin. En casi todos los lugares que visitaba pintaba murales, era su forma de agradecer el afecto y la hospitalidad recibidos.

El 1° de noviembre de 1957, día de su cumpleaños 34, escaló el lomo de Punta Ballena y descubrió el lugar donde construiría su atelier y su casa. El proceso llevó años y mucho esfuerzo, en 1962 cuando la edificación de material comenzaba a adquirir volumen, la bautizó como Casapueblo, y un pueblo comenzó a desfilar por el lugar donde se pueden contemplar los atardeceres más hermosos del mundo.

Se divorció, se volvió a casar con Verónica Algorta, para nuevamente contraer nupcias con la alemana Anette Deussen, con quien tuvo otros tres hijos: Sebastián, Florencio y Alejandro.

Casapueblo es desde hace muchos años, un símbolo ya no solo de Punta Ballena, sino del Uruguay. Las figuras más importantes de todos los ámbitos que han visitado el país fueron huéspedes de Páez Vilaró. En febrero de 2014, Páez murió. Tenía 90 años, tal vez partió a encontrarse con ese sol que como él decía “todas las tardes venía a despe-dirse”. Su legado está a la vista en Punta Ballena y en las miles de obras y decenas de murales que pintó por todo el mundo.

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