Chile ingresó en la dimensión desconocida. Las urnas marcaron el final de tres exitosas décadas conducidas por dos coaliciones. En este tiempo dominado por una polarización virtuosa, se concretó la “despinochetización” de la política y la consolidación del crecimiento económico.

Aunque la mejora social fue muy significativa por la reducción de la pobreza, la desigualdad fue el flanco débil del proceso democrático que lideró, sobre todo, la alianza entre dos antiguos adversarios: los socialistas y los democristianos.

Los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, hicieron el mayor aporte a la “despinochetización” y fortalecieron el centrismo político. La alianza entre los partidos derechistas UDI (Unión Demócrata Independiente) y RN (Renovación Nacional) recién pudo gobernar cuando llevó un candidato que no había colaborado con la dictadura y que en el plebiscito de 1988 había votado contra la continuidad de Pinochet: Sebastián Piñera.

La deuda pendiente del proceso, la inequidad social, llevó hacia el estallido social que en el 2019 sacudió el tablero político. De haber prevalecido la polarización virtuosa, al ballotage habrían pasado Sebastián Sichel, de la coalición centroderechista de Piñera, y Yasna Provoste, candidata democristiana de la alianza apoyada por Bachelet.

En lugar de eso, a la segunda vuelta pasaron el candidato ultraconservador y el de la izquierda. Aunque por una diferencia ínfima, el más votado fue José Antonio Kast, discípulo dilecto de Jaime Guzmán, neurona civil del régimen militar y autor de la constitución pinochetista. Guzmán tuvo un leve corrimiento a la centroderecha antes de ser asesinado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).

A Kast le dieron competitividad los temores y fobias que generan la inmigración ilegal en el norte y el conflicto mapuche en las sureñas Araucanía y Biobío, además de una tendencia de radicalización y anti-sistema que está marcando este tiempo en muchos países del mundo.

Ese fenómeno que da gravitación a los extremos, absorbiendo los votos del centro, también explica el derrumbe de la centroizquierda tradicional a favor de la izquierda que postuló a Gabriel Boric.

Si bien este líder surgido del movimiento estudiantil y las protestas callejeras presentó un programa moderado y avanzó hacia posiciones socialdemócratas abandonando su radicalidad inicial, encabeza una coalición en la que está el Partido Comunista, formación marxista que nunca había integrado la alianza centroizquierda que tuvo cinco gobiernos.

Boric intentó que lo apoyen las fuerzas de centroizquierda, pero como éstas se alinearon con Yasna Provoste, invitó al PC a compartir un espacio, junto con otras fuerzas. Si el programa de la coalición que entró al ballotage es moderado y no de izquierda radical, es porque Boric derrotó en la interna al comunista Daniel Jaude. El modelo que propone Boric, no es el cubano ni el chavista sino el Estado de Bienestar que existe en Europa.

En cambio Kast lleva un programa de conservadurismo duro, planteando públicamente como modelo político al presidente brasileño Jair Bolsonaro.

Salir de la polarización entre centroizquierda y centroderecha que protagonizó los últimos 30 años, implicara para Chile concluir una etapa y comenzar otra de momento impredecible. Por primera vez en décadas, vuelven a asomarse al escenario político el pinochetismo y el allendismo. No obstante aún hay chances para el principal derrotado en esta elección: el centrismo.

Es difícil saber hacia dónde irán mayormente los votos que, en esta primera vuelta, acompañaron a los centroderechistas Sebastián Sichel y Franco Parisi, y también si podrá Boric absorber la totalidad de los votos que tuvo Yasna Provoste. Pero si ante el vértigo de un regreso a los extremos vuelve a gravitar el centrismo, el favorecido quizá sea Boric, porque de los dos candidatos fue el que más se había corrido hacia el centro.

De momento, lo que impera es el misterio, porque Chile ha ingresado en la dimensión desconocida.