Los océanos de gente que inundaron las calles de las ciudades argentinas fueron una alarma que sonó muy fuerte. Seguramente, como ocurre siempre en las cercanías de los dueños del poder, nadie se atreverá a decirle al presidente que el ropaje ideológico con que lo vistieron sus ideólogos ultraconservadores, se parece al traje “invisible” que los cortesanos aduladores le elogiaron al rey desnudo del cuento de Hans Christian Andersen. En lugar de un niño gritando la verdad al paso de la carroza del monarca, a Javier Milei se lo gritaron las multitudes en las calles de las urbes grandes y pequeñas.
Igual que a los políticos tradicionales, a Milei lo rodean obsecuentes que elogian su traje invisible. Es típico de las dirigencias mediocres y decadentes. Agobiado por sus delirantes fracasos, el Napoleón crepuscular dijo “sólo los traidores me mostraron la verdad”.
Los leales son, en realidad, sólo leales a sus cargos y a sus porciones de poder, no al líder al que dicen sólo lo que los malos líderes quieren escuchar.
Los ideólogos retardatarios que escribieron el oscuro discurso que generó estupor en Davos, dicen que las masivas movilizaciones “contra la homofobia y el fascismo” fueron un “rotundo fracaso”.
A juzgar por la envergadura de la movilización del sábado y por las críticas que despertó en Argentina y el mundo el discurso en el que Milei atacó brutalmente a homosexuales ligándolos a la pedofilia, además de dar rienda suelta a sus aborrecimientos habituales a feministas, ecologistas, agenda woke, promotores de conciencia sobre cambio climático, etcétera, la realidad evidente es que lo que fracasó rotundamente fue el discurso de Milei en el Foro Económico que se realiza en la ciudad suiza.
El entrañable personaje del periodista Chiche Gelblung que hacía el comediante Fredy Villarreal, en un momento miraba hacia atrás de las cámaras y le decía a sus incompetentes productores: “si tienen dignidad, échense”. Eso podría decirle Milei a sus ideólogos más recalcitrantes. Pero la realidad es que es el propio presidente argentino quien eligió ese camino que nada tiene que ver con el voto masivo que lo convirtió en presidente. A él lo votaron para que elimine la inflación y el déficit generado por el desenfreno populista que lo precedió, y no para que descargue sus sentimientos más oscuros y viscosos hacia minorías y hacia todo lo que no coincida con la ideología extrema que abraza con obsesión fanática.
En esa inmensa masa de votantes, la mayoría debe sentir escozor de leer en un tuit a su presidente diciendo “…los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta…zurdos hijos de puta, tiemblen”.
Por cierto también habrá, entre tanto apoyo que obtuvo para que no gane otra opción impresentable, muchos de conservadores recalcitrantes, homofóbicos, racistas y ultraderechistas. Pero el grueso de esos votos es de personas centristas y centroderechistas que no profesan desprecios violentos contra minorías y defienden la cultura de la tolerancia y el respeto a las diversidades.
Esa es la cultura occidental que se forjó en las revoluciones culturales del siglo 20. Esas revoluciones culturales no ocurrieron en sistemas marxistas ni en teocracias orientales sino en Europa y en democracias maduras de América del Norte como Canadá y los Estados Unidos. La China de Mao Tse-tung, la Cuba de Fidel Castro y la Unión Soviética, fueron regímenes fuertemente antifeministas y homofóbicos.
Las verdaderas revoluciones culturales se produjeron en el siglo 20 en las democracias que dan lugar al pensamiento crítico, la oposición y los movimientos contestatarios que se expresan en las calles, los libros y las artes. El surrealismo, el hipismo, el rock y las canciones de protesta son parte de la efervescencia cultural que generó la sociedad abierta.
Contra ella embisten los liderazgos recalcitrantes que están fermentando en los pliegos de la democracia, carcomiéndola desde adentro.
La libertad, la diversidad, el pluralismo, la inclusión y la tolerancia son el rasgo de las sociedades con sistemas liberal-demócratas que hicieron la grandeza de Occidente. Repudiar esos valores es atacar a la cultura occidental.