En el Brevario de Los Políticos, Giulio Mazarino plasmó en una frase una de las fórmulas más antiguas y continuas en las luchas por el poder: “Ex inimici salus mea”, que puede entenderse como “mi fuerza sale de mi enemigo”, o “mi enemigo me vigoriza”.
Igual que Maquiavelo en El Príncipe, aquel cardenal italiano que integró el séquito del Papa Urbano VIII y acabó encabezando el gobierno de Luis XIV, supo captar y explicar ciertas leyes gravitatorias de la política, que ocurrieron siempre pero no habían sido explicadas y calificadas como fórmulas del poder.
Los liderazgos ideológicos y los autoritarismos de distintas gradación, así como también los demagogos, inescrupulosos y fabuladores, necesitan un enemigo para sostenerse y, si la realidad no se los provee, entonces lo inventan. La cuestión es tener siempre a mano un temible enemigo al acecho.
El de Javier Milei es el kirchnerismo, así como el del kirchnerismo es “la dictadura con Martínez de Hoz”, el de Vladimir Putin es el nazismo, el de Donald Trump es la “cultura Woke”, el del chavismo y el castrismo es el imperialismo yanqui, y así.
Mientras la economía generaba expectativas, el discurso de Milei se centraba en el “éxito” de la eliminación del déficit visibilizado en la baja de la inflación. Pero a medida que se hacían visibles los hilos estatales que mantienen el dólar bajo para que no vuelva la inflación, el discurso mileísta fue centrándose en el enemigo que le resulta más funcional: el kirchnerismo.
Desde que estalló el escándalo por los audios que parecen mostrar una red de sobornos a proveedores de medicamentos para discapacitados, la impresión es que, más que fortalecerse de tener al kirchnerismo como enemigo, es el kirchnerismo el que recupera fuerzas por ser considerado enemigo del mileísmo.
Mientras se sumaban nuevas denuncias de sobornos en el terreno de los medicamentos y los tratamientos médicos, esta vez para los pacientes afiliados a la obra social del Estado para los jubilados, la cabeza del gobierno siguió mostrando una negligencia obtusa. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quien cuando gobernaba Cristina Kirchner defendía que se difundan hasta los audios judicialmente irrelevantes pero que opacaban la imagen de la ex presidenta, ahora reclama allanar medios y periodistas opositores, denunciando una operación orquestada desde Moscú, Teherán y Caracas. Todo a renglón seguido de que el gobierno lograra que un juez cometa el estropicio jurídico de censurar la difusión de audios en los que se escucha a su hermana.
Mientras mostraba tanta puntería para pegarse tiros en los pies, el gobierno que presumía del “dólar flotante” aunque se vieran los hilos que movía para evitar que se encarezca más de lo que soporta la estabilidad de los precios, anunció que de ahora en más el Tesoro Nacional intervendrá en el mercado libre de cambios. El presidente y el ministro que días atrás cantaban en un streaming que en Argentina “el dólar el flota”, ya no pueden entonar esa estrofa, lo que los beneficia porque cantándola se veían ridículos.
Salpicado por la corrupción y la decadencia de la clase política que prometía erradicar, muchos de sus votantes y seguidores empiezan a ver en Javier Milei lo que antes no veían.
Las fotos haciendo trompita con los pulgares para arriba empiezan a parecer estúpidas. La procacidad verbal empieza a sonar vulgar en una persona cuya voz llega a todos, incluido los niños. Los arrebatos y las gesticulaciones de histeria empiezan a verse como señales de una naturaleza autoritaria y emocionalmente desequilibrada. El apego a las fórmulas ideológicas comienza a ser visto como fanatismo dogmático y el aborrecimiento de las visiones políticas y económicas opuestas empieza a ser percibido como la petulancia absurda del supremacismo ideológico.
En éste oír para ver que están causando los audios, también es probable que algunos obnubilados por Milei empiecen a considerar que describir al Estado “como un pedófilo en un jardín de infantes con niños envaselinados” no es una anecdótica cuestión de formas, sino la señal más perturbadora de algo muy oscuro.