Argentina finaliza este traumático año divida en tres. Un 30% quiere el retorno de Cristina Kirchner; otro 30% quiere que Mauricio Macri obtenga un segundo mandato, mientras que el 40% restante no quiere a ninguno de los dos.
La porción de argentinos que no están con Cristina ni con Macri es la mayoritaria. Ese sector observa con cierta desesperación el año electoral que se avecina, porque siente que las dos minorías intensas acabarán dirimiendo el comicio, obligándola a tomar partido por una u otra en un angustiante ballotage.
Precisamente por eso es que Macri y Cristina se necesitan. Es probable que cualquier tercer candidato tendría la suerte a la que estaba destinado quien entrara a la segunda vuelta con Menem en el 2003. Quien llegó a esa instancia fue Kirchner, pero cualquiera de los otros candidatos también se habría consagrado presidente.
En este caso, si Roberto Lavagna o Sergio Massa compitieran en un hipotético ballotage, ganarían, ya sea a Macri o a Cristina. El problema es que las encuestas vaticinan que a la segunda vuelta entrarán sólo los exponentes de los dos bandos que se aborrecen mutuamente, dejando fuera a la mayoría que rechaza a ambos.
La mirada que prima hacia Cristina en ese 40% la ve ególatra y autoritaria. Siente también rechazo por una militancia a la que considera fanática y ciega ante una corrupción descomunal. Frente a esa trama delictiva, sólo hay dos opciones para encuadrar a la ex presidenta: o comandaba ese esquema de enriquecimiento ilícito, o era tan negligente como para no percatarse del robo que se perpetraba bajo sus narices.
Respecto a la economía, en el 40% primaría la consideración de que, por demagogia, el kirchnerismo desaprovechó la oportunidad histórica que le brindó un periodo excepcionalmente excedentario por el alto precio de la soja. Y cuando esos excedentes extraordinarios menguaron por la caída del precio de las materias primas, Cristina financió su deriva populista con descapitalización, dejando a su sucesor un déficit altísimo, reservas diezmadas y un parque energético diezmado.
Respecto a Macri, en esa mayoría que está huérfana de líder y de candidato muchos parecen ver un hombre bien intencionado, pero de una ineptitud abrumadora. Para la mayor porción de ese sector, Macri recibió una muy mala situación provocada por el gobierno anterior. Pero la empeoró notablemente.
En la franja de argentinos que no quieren votar a Cambiemos ni al kirchnerismo, con tantos pronósticos fallidos y el record de promesas incumplidas, no hay absolutamente nada que esperar de un segundo gobierno de Macri.
La ventaja de Cambiemos sobre el kirchnerismo, es que si reemplazara a Macri por María Eugenia Vidal en la candidatura presidencial, tendría una probabilidad de victoria mayor a la que tendría el kirchnerismo si reemplazara a Cristina por cualquier figura notoria de su entorno.
El problema es que quienes conducen la coalición oficialista parecen decididos a condenar a los votantes de ese espacio a tener por candidato al actual presidente.
Ante el desolador panorama electoral que preanuncian las encuestas, la única esperanza de la mayoría que no quiere a Macri ni a Cristina es que el peronismo "no kirchnerista" y las fuerzas centristas que no están en Cambiemos, acuerden un candidato capaz de unificar el voto peronista y el voto "no peronista" que, de unirse en la primera vuelta, podría liberar al 40% de los argentinos de esa disyuntiva de hierro en la que los atenaza.