En el 2003 el Ministerio de Turismo realizó una encuesta a los turistas que visitaban el país. Preguntados por lo que destacarían del país la mayoría respondió: “Seguridad”.
Veinte años después si se hiciera la misma encuesta no se respondería lo mismo. Hemos retrocedido.
¿Qué sucedió? ¿Por dónde va el camino para solucionar la inseguridad que tenemos?
Lo primero es reconocer el problema.
El Frente Amplio negaba la inseguridad. Decía que era “una sensación térmica”, algo subjetivo. El aumento del crimen durante sus quince años de gobierno dio por tierra esa afirmación. Entre 2005 y 2020 se triplicaron las rapiñas y casi se duplicaron los homicidios.
Tenemos un problema y cabe preguntarse qué hacer.
En su inolvidable “La Causa Remota”, Jorge Luis Borges cuenta la historia de un esclavista en los Estados Unidos. En el comienzo cita al cura De las Casas que sintió mucha lástima por los pobres indios que se hacinaban trabajando en las minas de oro antillanas. Para solucionarlo propuso a Carlos V “importar negros que se extenuaran en las minas de oro antillanas”. ¡En lugar de los indios!
Dice Borges que a esa ocurrente variación de un filántropo se deben infinidad de hechos posteriores: los Blues, el Jazz, el éxito del pintor doctor oriental Pedro Figari en París, la figura mitológica de Abraham Lincoln, los más de quinientos mil muertos de la Guerra de Secesión, el moreno del Martín Fierro, la abominable rumba “El Manicero” y una cantidad de acontecimientos.
Bucear en la causa remota ayuda a entender lo que vino después.
En el caso de la inseguridad en Uruguay hay un cúmulo de hechos.
El primero, en 1999 cuando los presidentes Pastrana de Colombia y Clinton de los Estados Unidos firmaron un Acuerdo llamado Plan Colombia. El fin era crear una estrategia antinarcótica en el primero, terminar el conflicto y generar una revitalización social y económica.
Supuso un aporte de billones de dólares. Hasta el año 2005 no dio resultados. Ese año se aumentaron los aportes. Estados Unidos sabía que no alcanzaba con combatir el narcotráfico en sus ciudades y calles e iba a la causa.
Los efectos se comenzaron a ver a partir del 2006. La actividad de los narcos se corrió de lugar. En Colombia comenzó a disminuir el narcotráfico pero a aumentar en otros países.
Una mala coincidencia se dio en ese momento.
Uruguay estrenaba su primer gobierno de izquierda. Llegaba sin experiencia previa en materia de seguridad y con postulados naif como “no hay que reprimir”, “la inseguridad es una sensación térmica” o “la liberación de presos para solucionar el hacinamiento carcelario”. Como reconociera el hoy fallecido ex Ministro Bonomi “para ese gobierno la seguridad no fue una prioridad”.
Las consecuencias fueron nefastas.
Aumentó el consumo de pasta base, se liberaron presos, se llevó a cabo un discurso tolerante contrario al endurecimiento de las penas, y se llegó a la liberación de la venta de marihuana. La justificación de esta última fue que era la mejor forma de combatir las drogas. Se prometieron campañas para advertir del peligro del consumo que nunca llegaron. Mostraron más preocupación acerca de si el producto nacional “pegaba” lo suficiente.
El argumento de combatir el consumo a partir de la legalización quedó en la nada. Fuimos conejillos de indias de los centros de poder del norte y la izquierda local se prestó, contenta, a ello con el apoyo de notorios capitalistas que criticó en el pasado.
Con narcos emigrando de Colombia a otros países, nos dijeron que Uruguay era sólo un lugar de ocultamiento de ellos. Después que sólo éramos un lugar de paso de la droga rumbo a mercados grandes. Al final empezaron a justificar los homicidios por ser Ajustes de Cuenta entre traficantes.
Luego de quince años de gobierno del FA pasamos de diez mil rapiñas anuales a 30 mil, de 200 homicidios a 400 y nos dimos cuenta de que no sólo no tuvimos en cuenta lo que pasaba en Colombia. Lo peor de todo fue que gente sin experiencia no sólo no enfrentó esto sino liberó presos, se justificó diciendo que era una sensación térmica, legalizó la venta de drogas, regaló entradas a barras bravas del fútbol y no atacó las causas, negando su existencia.
Hoy ya no alcanza con cerrar bocas, capturar cargamentos, encerrar delincuentes y seguir combatiendo el delito. Hay que atacar las causas.
Necesitamos un plan Uruguay contra el narcotráfico, que nos asesoren los que saben cómo combatirlo. Aceptar que necesitamos ayuda. Qué es un problema social y económico. Cambiar el sistema penitenciario. Darle un enfoque de Reeducación y Reinserción. Con el 70 o más por ciento de reincidencia no hay otra posibilidad que el aumento del delito y la población carcelaria. Pasar las cárceles a un Servicio Descentralizado con funciones bien claras. Con expertos en reinserción y educación a su frente.
De lo contrario, seguiremos combatiendo al delito, con más o menos fuerza, pero no terminaremos con él. Seguirán los narcos llegando a nuestras costas y nosotros esperando que vengan cien mil turistas a consumir droga en el verano.