Israel enfrenta nuevamente una hora decisiva. Su gobierno hizo lo que debía atacando preventivamente los recursos materiales y humanos que tenían el objetivo de proporcionarle la bomba atómica a Irán. Importa mucho, en esta particular circunstancia histórica, expresar sin ambages un alineamiento tras su posición responsable, y la solidaridad ante el desafío existencial que enfrenta.
Una de las mayores desgracias ocurridas en Medio Oriente fue la revolución iraní de 1979, que instauró una dictadura teocrática chiita en una potencia regional milenaria que hacía varias décadas respiraba occidentalismo laico. La sumatoria del expansionismo persa-chiita y del fanatismo del régimen del ayatolá, corrupto y asesino como pocos en el mundo, ha sido un factor de desestabilización muy grave, y en particular un peligro para Israel. Teherán financia hace décadas a grupos terroristas afines, en Líbano, palestina o Yemen, por ejemplo, de manera de dañar a Israel; y ha procurado sobre todo en Siria, Líbano y luego de 2003 en Irak, influenciar gobiernos para extender su halo chiita y eliminar al “pequeño satán” judío de la región.
La ceguera de Occidente ha sido enorme. Y seguramente uno de sus errores más grandes, liderado por la administración Obama, fue el acuerdo de Viena de 2015 sobre el programa nuclear iraní, que dio a Teherán acceso a cientos de millones de dólares frescos, a través del alivio de las sanciones económicas y financieras que sufría. El sector político más inteligente de Israel siempre se opuso a todo esto, y siempre ha dicho que no toleraría que un régimen que constituye una amenaza vital para Israel tuviera el poder militar como para efectivamente cumplir con su designio.
Occidente debiera de sincerarse de una vez por todas y admitir las siguientes verdades: la influencia de la dictadura iraní es nefasta en el mundo; su modelo de extensión terrorista busca dañar la estabilidad de las democracias occidentales por doquier; y la propuesta civilizatoria de la dictadura iraní y sus aliados de Hamás o Hezbolá, por ejemplo, comporta consigo prácticas y valores que de ninguna manera son aceptables por las sociedades de tipo laico, democrático, individualista y libre de Occidente, cuyo mejor y más cercano ejemplo en Medio Oriente es, claramente, Israel.
Hay un extendido infantilismo, que se alía con un amplio izquierdismo, que le está haciendo el juego a la horrorosa expansión de la barbarie musulmana en Occidente. Unidos a un viejo antisemitismo, cuya peor expresión es la crítica actual a la defensa de Israel por su supervivencia, afirman tonterías y sostienen posiciones totalmente delirantes: desde el derecho a que Irán posea armas nucleares como cualquier otro país, hasta la solidaridad con los terroristas de Hamás y sus apoyos sociales en la franja de Gaza, pasando por la infamia de que la política israelí implica un genocidio, o terminando con sandeces referidas a colonialismos o imperialismos, asistimos a una extendida irresponsabilidad que está muy lejos de asumir la gravedad de nuestra hora internacional.
Israel está defendiendo los valores de Occidente, y por eso mismo está librando guerras justas y necesarias contra una barbarie de múltiples rostros que debe ser enfrentada con coraje y decisión. Hay que apoyar a Israel.