Leonardo Guzmán
La Plaza Mayor de Madrid repleta de manifestantes que no se van. Los comerciantes de la Puerta del Sol reclamándoles que saquen las carpas, retiren los letreros que tapan las vidrieras y abran paso a los peatones de Montera a Preciados y Arenal.
Los reclamantes "15 de Mayo" son unos pocos plantados sobre sí mismos, en medio de una España que no se detiene por ellos. Pero no es para encogerse de hombros mascullando un "no pasa nada" que envilece la mirada y la actitud. Tanto no lo es, que el Departamento de Estado alertó sobre el "malestar social" y recomendó "a los ciudadanos de EEUU que eviten la Puerta del Sol en Madrid y la Plaza de Catalunya en Barcelona", reparando que "grupos menores se han reunido en Bilbao, Sevilla, Valencia, Granada y La Coruña".
Las acampadas empezaron una semana antes de las municipales y siguen después de la derrota del PSOE. Es que sus móviles no fincan en los nombres ni en las alternativas de los menús partidarios. Radican en su indignación con la forma y los resultados con que lo han ejercido todos.
Las definiciones del 15-M no nacen de manifiestos cocinados en salsa ideológica ni de consensos forcejeados en cúpulas cerradas. Brotan de las entrañas de lo humano, anteriores a la división en bandos: "Con el futuro de mis hijos no se juega." "Queremos ser escuchados y que nos dejen participar de verdad." "Democracia no es elegir quién te robará." "Los romanos daban pan y circo al pueblo. Ahora nos quitaron el pan e hicieron de la política un circo." "Exijo una clase política de excelencia, capaz de asegurar políticas de Estado a largo plazo." "Quiero pararme a vivir."
En el fondo, lo que gritan es el "¡no puede ser!" del alma que reclama valores al quehacer político, a la gestión económica y al mundo financiero, en un país donde la crisis ha venido a anudarse tardíamente con largos años de investigaciones judiciales sobre pestilencias. Es el yo y el nosotros hispánico, anterior a las definiciones técnicas del Derecho, que afirmó fueros antes que existiera la letra de las Constituciones.
El 15-M brotó de las redes de Internet; basta buscarlo allí para advertir lo precario de sus medios y lo acotado de sus fines. Es traducción a lenguaje tecnológico de la secular matriz histórica de la conciencia. No nace porque la comunicación hoy es fácil. Viene de más lejos y más hondo, desde la perenne voz interior que nunca termina de resignarse a chapalear barro o aceptar bajezas. Gracias a esa voz interior, a ambos lados del Atlántico se generó la civilización de la libertad y la dignidad del hombre sin más medios de comunicación que el libro, la carta, el caballo, el buque a vela y la carreta. Por eso, el 15-M suena afinado, como expresión informal de un clamor por sensatez.
Tendrá el destino que sea.
Pero los ideales y sentimientos que lo vienen sacando a las calles de España lo tornan consanguíneo de las santas indignaciones que venimos acumulando entrecasa, en una tierra que supo el valor de la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable mucho antes de tener independencia, Constitución y partidos.