Bastiat es uruguayo

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Las noticias respecto a las nuevas pérdidas de Ancap y el cierre de Alas Uruguay nos interpelan sobre un fenómeno curioso. ¿Cómo persiste nuestra cultura estatista ante los reiterados fracasos del Estado? Y no es que no existan soluciones, algunas bastante elementales como mejorar el gobierno de las empresas públicas, tener mejores mecanismos de rendición de cuentas y mejores instituciones que limiten la discrecionalidad creativa, verbigracia.

Las noticias respecto a las nuevas pérdidas de Ancap y el cierre de Alas Uruguay nos interpelan sobre un fenómeno curioso. ¿Cómo persiste nuestra cultura estatista ante los reiterados fracasos del Estado? Y no es que no existan soluciones, algunas bastante elementales como mejorar el gobierno de las empresas públicas, tener mejores mecanismos de rendición de cuentas y mejores instituciones que limiten la discrecionalidad creativa, verbigracia.

Se ha anunciado que Ancap va a dejar de fabricar perfumes y otros productos, lo que es un paso en la dirección correcta, pero que no va a evitar que sigamos pagando uno de los combustibles más caros del mundo. Luego del récord Guinness de llevar al borde de la quiebra (recuérdese la capitalización de comienzos de año) a la principal empresa del país que tiene el monopolio de un bien de venta segura, seguimos confundiendo soberanía nacional con Estado empresario y ese es uno de los problemas profundos de nuestra peculiaridad cultural.

Otra noticia que no puede tomar por sorpresa a nadie fue el cierre de Alas Uruguay, con las consecuentes nuevas pérdidas para el Estado uruguayo. Era evidente que iba a fracasar y que nos íbamos a clavar de nuevo, pero con el insólito argumento de que era una “vela prendida al socialismo”, fuimos para adelante comprobando una vez más el aserto de que el presidente más pobre del mundo nos salió carísimo.

El economista francés Frédéric Bastiat escribió sobre estos asuntos en el siglo XIX, con una vigencia prodigiosa para el Uruguay del siglo XXI. Amén de su influencia decisiva en la cátedra de Economía Política de nuestra Universidad de la República en sus primeras dos décadas, a partir de 1860, su lúcido análisis resulta siempre atractivo. Si su lectura estuviera más difundida ciertamente no hubiéramos tenido perfumes “Alma mía”.

En su célebre trabajo Lo que se ve y lo que no se ve, Bastiat plantea uno de los grandes dramas de nuestro país: la incapacidad para ver los beneficios de la interacción libre y voluntaria de las personas versus la acción directa y concreta del Estado. “Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es esta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever”, escribió Bastiat.

Mientras que los recursos del Estado para que funcionara Alas Uruguay mantuvieron puestos de trabajo visibles, los que se restaron al sector privado y que hubieran generado riqueza y puestos de trabajo no se visualizan. Los recursos que dilapida el Estado no surgen de la generosidad de los políticos, salen del trabajo de cada una de las personas que paga impuestos en nuestro país. Si esas personas hubieran podido gastar esos recursos de la forma en que hubieran preferido, ya fuera consumiendo, ahorrando o invirtiendo, el país hubiera sido más rico y se hubieran generando emprendimientos donde la sociedad lo demandaba, no donde se le ocurrió a algún político. La diferencia es que en el segundo caso alguien corta la cinta y aparece como un benefactor, mientras que en el otro nadie se lleva el crédito, aunque sea mejor para la sociedad en su conjunto. Si Bastiat hubiera conocido al Uruguay tendríamos muchos más libros, obra de su brillante y prodigiosa inteligencia.

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Hernán Bonilla

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