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Argentina bajo un nuevo mesianismo

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En los momentos traumáticos las convicciones absolutas son apabullantes. Sus poseedores avanzan sobre los que dudan y sobre los que cuestionan. Los anatemiza y los desprecia desde una supuesta superioridad moral.

No importa que el eventual supremacismo moral sea de izquierda o derecha. La ubicación en el arco ideológico pasa a ser un dato menor. En cualquiera de los extremos la convicción absoluta es avasallante. Intimida. La vacilación pasa a ser un pecado y la crítica un sabotaje imperdonable.

El gran salto que implicó la duda cartesiana, empezó a ser neutralizado por una de las contraindicaciones del iluminismo: el surgimiento de las ideologías. Pero no en el sentido planteado por quien acuñó el término, el filósofo francés Antoine Destutt, sino como ecuación histórica con pretensión de certeza absoluta.

En ese sentido, la ideología fue el reciclado de la religión, manteniendo su esencia, la Fe, y sus peores consecuencias: el dogmatismo y el fanatismo.

El kirchnerismo debilitó la democracia argentina y extravió la política y la economía en un laberinto en declive, al mezclar ideologismos con liderazgos supuestamente esclarecidos y, por ende, infalibles.

Eso implicó la consideración del otro (el que disiente y cuestiona) como “enemigo”, y del que duda como idiota útil y funcional al enemigo.

En un revelador rapto hegeliano, Cristina Kirchner llegó a describirse como un “instrumento de la historia” para imponer sus designios infalibles.

La decadencia y el empobrecimiento no disuaden a la feligresía K, pero alimentó en amplias mayorías un hartazgo que se canalizó a través de los discursos más irascibles. La indignación con lo existente hizo cotizar lo más visiblemente contrapuesto a la continuidad de ese estatismo que entumeció la iniciativa privada, debilitando la economía y gangrenándola de corrupción.

La furia que expresaba Javier Milei fue el ducto por el que transitó el hartazgo y la indignación de la mayoría. Pero ¿es el nuevo presidente una salida de la decadencia causada por el liderazgo mesiánico y sus recetas ideológicas? ¿O es sólo otra variante de mesianismo y de ideologismo?

El Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que transforma de manera radical la economía argentina, refleja la convicción absoluta que profesa el presidente en los “textos sagrados” de su fe ideológica.

Está claro que Argentina necesita liberarse de la madeja de trabas y regulaciones que fueron maniatando a las fuerzas productivas, empobreciendo la sociedad y endeudando el Estado. Está claro que necesita más libertad de mercado, más iniciativa privada y menos estatismo anquilosado y corrompido. Pero el salto hacia el extremo opuesto, que es el anarco-capitalismo, implica convertir la sociedad argentina en un experimento sin antecedentes en el mundo.

A eso se suma la forma, evidentemente controversial porque implica eludir los consensos que necesitan las transformaciones en toda democracia.

Pasar del populismo izquierdista a un extremismo más ultraconservador que liberal, sin tejer consensos políticos y sociales, implica reemplazar al estado y las instituciones de la democracia por un híper-presidencialismo de carácter revolucionario, por lo tanto de esencia autoritaria.

Milei emprende una transformación socio-económica sin precedentes, con minoría en el Congreso y sin señales de buscar consensos. Paralelamente, en las redes, él y un ejército de agresivos seguidores repudian de manera lapidaria a los críticos, acusándolos de ser “la casta” o funcionales a “la casta”, el equivalente en el nuevo fanatismo de descalificaciones como “la derecha” y “medios hegemónicos” que usaban los líderes y la militancia del kirchnerismo.

Al presidente lo guían las prédicas de Murray Rothbard y la “protección” de “las fuerzas del cielo”. El paraíso libertario de Rothbard está más allá de la economía de mercado, porque lo que propone es la “sociedad de mercado”, estadio en el que todo es mercadeable, incluido los órganos del cuerpo humano, los niños, las armas, los mares, las montañas y todo lo demás.

A la “sociedad de mercado” confía poder llevar Javier Milei a la Argentina, porque de su parte están “las fuerzas del cielo” que invocaba Judas Macabeo al exhortar a los judíos a enfrentarse con el inmensamente más poderoso ejército invasor de los griegos.

Como hizo con la teoría económica, a la hora de mostrar su admiración por el judaísmo, el presidente no eligió las corrientes hebraicas que expresan los rabinos moderados, sino una vertiente ultra-ortodoxa. Y es evidente que, más que identificarse con Israel como proclama a menudo, el presidente se identifica con el gobierno extremista y fundamentalista que encabeza Netanyahu.

Demasiadas señales de que haber salido del sectarismo ideológico kirchnerista y del liderazgo mesiánico de Cristina Kirchner, no implica necesariamente que Argentina haya salido de los ideologismos sectarios y del mesianismo.

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