Publicidad

Un grito de libertad con clima de menos 4 grados

Compartir esta noticia

THOMAS L. FRIEDMAN

Observar los despertares democráticos en lugares como Egipto, Siria y Rusia equivale a viajar con un resplandor en el corazón y un hueco en el estómago.

El resplandor viene de ver a la gente perdiendo su miedo y de su disposición a correr enormes riesgos para afirmar, no una ideología en particular, sino la más humana de las emociones: la búsqueda de la dignidad, justicia y el derecho a moldear el futuro propio. Estuve en Moscú -justo al tiempo que se estaban formando las manifestaciones en contra del primer ministro y candidato a la presidencia para este año Vladimir Putin. La temperatura era menos 4 grados Fahrenheit. Una regla simple: cada vez que 120 mil personas se reúnen para promover la democracia -y que se puede ver el propio aliento y no sientes los dedos-, hay que tomarlo con seriedad.

Los aliados de Putin estaban pronosticando que solo un pequeño grupo soportaría el clima. Estaban equivocados, y eso pone de relieve algo que muchos cínicos sencillamente no captan con respecto a estos movimientos. Son como terremotos o volcanes. Son fenómenos totalmente naturales, y surgen de un lugar muy profundo en el alma de la gente. Quienes las montan no están sentados por ahí calculando las probabilidades de éxito antes de que empiecen. Cualquiera que piense que el presidente Barack Obama podría haber salvado al expresidente de Egipto, Hosni Mubarak, se equivoca. Todos somos espectadores, observando una auténtica ola humana.

Consideren a Siria. No tengo duda que muchos de los sirios que montan la insurrección en contra del régimen de Asad -el cual está dominado por una rama chiíta conocida como los alauitas, quienes integran 10% del país- son impulsados por una búsqueda de una Siria libre y plural. Pero, no nos hagamos ilusiones: algunos también son musulmanes sunitas -quienes conforman la mayoría- que ven este momento como su oportunidad de derrocar cuatro décadas de dominio de la minoría alauita.

Consideren este párrafo de un artículo sobre Siria publicado en la edición sabatina del Times por Nada Bakri, corresponsal en Beirut: "Una maestra de 34 años de edad de la secta alauita dijo que su vida había cambiado en formas que nunca imaginó. Hace seis meses, ella empezó a cubrirse la cabeza como lo hacen las mujeres musulmanas de la vertiente sunita, con la esperanza de no sobresalir. Su marido, oficial en el ejército sirio, rara vez sale de su base para ir a casa. Destacó que tanto ella como sus dos hijos varones no lo habían visto en meses. Hace unas cuantas semanas, su casero, quien es sunita, le pidió que dejara la casa porque su hijo recién casado quería mudarse a ella. "Los sunitas han empezado a sentir que tienen poder", dijo la maestra.

Con buena razón. Hay mucha ira acumulada allá. La familia Asad ha manejado Siria como una organización de la mafia alauita desde 1970. Si bien el clan Asad a veces pudiera haber sido una conveniente amenaza de fuerza para Israel y Occidente, también ha sido un enorme agente de la destrucción, matando a periodistas y políticos libaneses, armando a Hezbolá, desviando insurgentes al interior de Irak, sirviendo como un trampolín para fechorías iraníes, asesinando a su propia gente que busca libertad y desdeñando cualquier reforma real de tipo político y económico.

¿Pero, tiene un futuro sin ellos? ¿Puede esta población multisectaria gobernarse democráticamente por sí sola, o se viene abajo? Nadie puede pronosticarlo. La oposición siria está dividida, por sectas, política, región y tanto por gente de adentro como gente de afuera. Esto será difícil. No se puede tener democracia sin ciudadanos, y no se puede tener ciudadanos sin confianza; sin la confianza de que todos serán tratados con igualdad bajo la ley, sin consideración a quién esté en el poder, y sin confianza en una visión compartida de qué tipo de sociedad está intentando erigir el pueblo.

Estados Unidos tiene ese tipo de confianza porque este país empezó con una idea compartida que atrajo a la gente. Las fronteras llegaron más tarde. En la mayoría de los estados árabes que despiertan actualmente, las fronteras llegaron primero, trazadas por potencias extranjeras, y ahora la gente atrapada dentro está intentando encontrar una serie de ideas compartidas por las cuales vivir y confiar en cada cual como iguales.

Irak demuestra cuán difícil es hacer eso -el cisma entre sunitas y chiítas sigue siendo muy profundo-, pero Irak también demuestra que no es imposible.

A menudo se olvida lo inusual que es Estados Unidos como una sociedad plural que se gobierna a sí misma. En una época de profunda crisis económica, en este país elegimos como presidente a un hombre negro cuyo abuelo fue musulmán, y ahora los ciudadanos están considerando si lo reemplazan con un mormón. ¿Quién hace eso en el mundo? No muchos, sobre todo en Oriente Medio. Sin embargo, es claro que muchas personas allá ahora anhelan profundamente convertirse en ciudadanos; no todos, pero sí muchos. Si esa región tiene alguna esperanza de un futuro estable, es necesario apostar a ellos.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad