El ruso que huyó, el ucraniano que se alistó al ejército y la ucraniana que extraña

Miroslav Velgan. Foto: @miroslavvelgan

GUERRA 

El conflicto entre Rusia y Ucrania es uno solo, pero ha afectado la vida de los jóvenes de ambos países de las maneras más diversas posibles.

Miroslav Velgan. Foto: @miroslavvelgan
Miroslav Velgan. Foto: @miroslavvelgan

Iván tiene poco más de 80 años, está soltero y sus hijos se fueron a una zona más segura de Ucrania hace tiempo. No lo llevaron a él, pero le dejaron un gato que se convirtió en su única compañía mientras mira los bombardeos rusos por la ventana de su apartamento.

Su edificio tiene un sótano, al que sus vecinos van cuando comienzan las alarmas antiaéreas en Bila Tserkva, en la región de Kiev. Pero Iván no puede ir porque apenas se puede mover. Entonces se queda mirando por la ventana. Desde el inicio de la guerra ha presenciado el bombardeo de varias edificaciones a su alrededor, y no sabe si agradecerle a Dios o a la suerte que sigue vivo, pero cuando suenan las alarmas, él solo puede mirar.

Habla todos los días con su hermano, que se encuentra en Crimea, y su sobrina cuenta su historia a El País con angustia en la voz. Maryna Anández (27) nació en el norte de Rusia, vivió toda su vida en la península que rusos y ucranianos se disputan y hace siete años que está en Uruguay. Se casó con un uruguayo y, ante los conflictos de Crimea, decidieron quedarse en el país latinoamericano para una mayor seguridad.

Maryna Anández. Foto: Cortesía de Maryna Anández
Maryna Anández. Foto: Cortesía de Maryna Anández

Ahora dice que extraña a su familia. Iba a ir a visitarlos en 2020, pero no pudo por el coronavirus; se propuso ir en 2021, pero las fronteras permanecían cerradas. “Le prometí a mi abuelo que iba a ir este año, ¿y podés creer que empezó a pasar esto?”, comenta, frustrada.

Como Rusia anexionó Crimea y Maryna tiene nacionalidad ucraniana, teme que no la dejen entrar a la región. “Me pone muy triste pensar que no voy a poder volver a ver a mis abuelos, es espantoso, sinceramente. Cuando lo pienso me da mucha angustia”, dice, y se le nota en la voz.

“Las primeras tres semanas, el primer mes (luego de la invasión rusa) el tema fue difícil de hablar”, recuerda Maryna. “Recién ahora estoy recuperando las horas que no dormí de los nervios, y ahora me siento mucho mejor, aunque las cosas horribles siguen pasando, pero la cabeza de uno tampoco aguanta tanta presión”, afirma.

Maryna Anández y su familia en Ucrania. Foto: Cortesía de Maryna Anández
Maryna Anández y su familia en Ucrania. Foto: Cortesía de Maryna Anández

Además, comenta con tristeza que “la desesperación de no poder ayudar, de no poder estar, es fuerte”. Al inicio de la guerra, la joven comenzó una colecta en Uruguay en su cuenta bancaria y envió el dinero a una organización benéfica ucraniana. Lamenta que a la distancia no se puede hacer mucho, pero aun así lo intenta.

A Miroslav Velgan (18) también lo impulsaron las ganas de ayudar cuando se ofreció como soldado voluntario para defender a su país. “La carne rusa que venga a nuestras tierras va a arder en el infierno”, manifiesta en Instagram, en un posteo en el que, vestido de soldado, muestra la destrucción en la ciudad norteña Chernihiv. “Fuck Russia”, agrega en otra publicación, en la que aparece sosteniendo un arma.

Al preguntarle sobre su vida y la guerra, las respuestas de Miroslav a El País son escuetas, pero relata que comenzó su servicio el 23 de febrero y que ha estado “capturando a grupos de saboteadores”.

—¿Estuviste en combate directo alguna vez?

—En Gostómel y Brovary.

—¿Has perdido a alguien durante la guerra?

—Sí, a un amigo

—¿En combate?

—Sí.

—¿Tenés miedo?

—A nada.

“Ser ucraniano significa estar constantemente en un estado de prueba de tu derecho a existir”, escribe en Instagram. Más abajo en su perfil, hay una foto de él con uniforme de soldado abrazando a una mujer: “Mi apoyo, gracias #mamá”, reza.

Las historias que la guerra entre Rusia y Ucrania genera en los jóvenes nacen del mismo conflicto, pero se bifurcan en una cantidad inmensa de posibilidades; mientras algunos se lanzan a la guerra, otros huyen con todo lo que tienen de ella. Serge Mogilnichenko (20) nació y creció en Moscú, pero resalta sus raíces ucranianas, heredadas de sus abuelos.

El 23 de febrero se fue a acostar con tranquilidad. Cuando despertó el 24, vio las noticias de la guerra, buscó un pasaje de avión y a las dos horas estaba en el aeropuerto.

—Muchos conocidos recibieron un mensaje del Gobierno que decía que debían ir a un entrenamiento militar especial. Fueron y nadie escuchó nada de ellos por mucho tiempo, luego resultó que los habían mandado a la guerra en Ucrania —sostiene, en conversación con El País.

En Rusia, el servicio militar es obligatorio por 12 meses para hombres entre 18 a 27 años; sin embargo, muchos lo evaden con excepciones médicas o educativas, u optan por pagar multas. De todos modos, ante la guerra, Serge temió que lo obligaran a luchar.

“Compré el primer ticket disponible para salir de Rusia, quería ir a Europa, y en ese momento solo Grecia y Austria estaban abiertos al país por el covid”, explica.

Serge eligió ir a Grecia y allí se encontró con su novia, ucraniana que hace años vive en Moscú, y que estaba desde días atrás y por pura casualidad celebrando el cumpleaños de su padre en el país europeo. “Fuimos a París porque allí tengo una abuela lejana, que nos ayudó a encontrar un lugar donde quedarnos, ahora estamos intentando tener documentos y buscando trabajo”, cuenta el joven, que cada tanto le consulta a su novia para asegurarse de haber dicho bien las partes de la historia que la involucran a ella.

La abuela de la chica residía en una pequeña localidad cercana a Zaporiyiacuando llegaron los rusos. La anciana no quería irse porque amaba sus raíces, pero el ejército invadió su región y ella tuvo que huir rumbo a Polonia en medio de la noche.

Mientras cuenta todo esto, Serge despotrica contra la guerra, contra el sistema ruso y sobre todo contra su presidente, Vladimir Putin. En 2018 y 2019, el joven asistía a las manifestaciones de Alekséi Navalni, conocido opositor del Kremlin, y fue multado dos veces por protestar, con montos equivalentes a unos US$ 100 y US$ 150.

“Antes cuando ibas a demostraciones te multaban o ibas a la cárcel uno o dos días, pero ahora a la gente que va a manifestaciones le pueden dar años de cárcel”, afirma y sostiene: “Si me hubiera quedado (en Rusia), no me hubiera quedado en mi casa, hubiera ido a cualquier demostración que pudiera, intentando apoyar a Ucrania todo lo posible”. “Para mí entonces había dos opciones, ir a la cárcel por un muy largo tiempo o ir a Europa”, asegura.

Serge y Maryna, a salvo gracias a los kilómetros que los separan del conflicto, temen las consecuencias de la guerra para sus familias y seres queridos. Miroslav, que se lanzó a la batalla, dice que no tiene miedo a nada. Pero la vida de todos sufrió un gran giro a raíz de la guerra, una guerra que ha atravesado los destinos de millones de personas desde que inició.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Guerra entre Rusia y Ucrania

Te puede interesar