CLAUDIO FANTINI
Todas las sociedades, miradas desde cierto ángulo, muestran la imagen de Jano, aquel dios de la mitología romana cuya efigie tenía dos caras contrapuestas. Son los espíritus contradictorios de las naciones, que se exhiben con mayor nitidez en determinados momentos de la historia. Como la España trágica de la década del treinta, desangrada en la lucha entre el espíritu ultracatólico y conservador representado por el falangismo, y el espíritu secular y liberal de izquierda que expresaban los republicanos.
En el tiempo, las dos caras contrapuestas de Jano van mutando sus facciones y fisonomías, pero en el fondo se mantiene la dualidad fóbica por la cual los dos espíritus contrapuestos atraviesan la historia culpándose mutuamente de todos los males y adversidades que se abaten sobre la sociedad. En el caso argentino, desde su origen se manifiestan y repelen el "país ensimismado" y el "país enajenado". El primero, presentando al mundo exterior como un espacio plagado de asechanzas, y el segundo presentando a ese mundo como la perfección que falta en el país interior.
El filósofo e historiador norteamericano Nicolas Shumway lo llama "el mito de la exclusión", porque cada uno de los espíritus ve en el otro sólo lo aborrecible y lo defectuoso, percibiendo en sí mismo sólo perfecciones. Frente a este fenómeno hay dos tipos de liderazgo: Uno es el que construye poder sobre la dualidad fóbica, postulándose como genuino representante de uno de los espíritus y aborreciendo y excluyendo al contrapuesto.
El otro, es el que busca tender puentes de acercamiento entre los dos espíritus enfrentados.
El primero es un liderazgo ideológico y excluyente, mientras que el segundo es posideológico y pontificio (actúa como puente, o punto de contacto). En el caso de los Estados Unidos, una de las caras de Jano es la Norteamérica conservadora, moralista y religiosa que habita principalmente los estados más rurales y mediterráneos; mientras que la otra es el país cosmopolita, liberal, abierto y secular que se manifiesta sobre todo en la cultura de las grandes ciudades de ambas costas.
De las últimas décadas, el de Bill Clinton ha sido el gobierno más posideológico y pontificio, en la medida en que buscó, desde el espíritu liberal y secular al que pertenece, no excluir sino tender puentes al país del espíritu contrapuesto. En cambio el de los neocon ha sido el gobierno más ideológico desde la administración Reagan. Lo que hizo Bush a partir del 11-S fue, mediante el miedo, construir poder sobre la fisura sociocultural que divide a los norteamericanos.
John McCain no hubiera sido una continuidad lineal del actual gobierno, pero la victoria de Obama evidencia el desplazamiento de la sociedad desde un conservadurismo fuertemente ideológico a un progresismo posideológico. Su discurso no es excluyente ni trasunta aborrecimientos. Más bien se trata de un discurso pontificio, porque busca puentes o puntos de contacto entre las dos almas eternamente enfrentadas.
El posideologismo de Obama se vuelve explícito al afirmar, como lo hizo en su último acto de campaña, que "el sentido común está por sobre la ideología". También al explicar la importancia de guiarse por "ideales y valores", en lugar de recurrir a ecuaciones ideológicas para interpretar la historia.