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El fin de una era

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Sebastian Piñera junto a su esposa Cecilia Morel tras votar. Foto: AFP
MARTIN BERNETTI

LA BITÁCORA

Que el próximo presidente sea Sebastián Piñera, no sería la mayor novedad. Piñera ya ha gobernado y, de volver al poder, lo más probable es que, como en la primera ocasión, no desarme todo lo que armó su antecesora.

Sebastian Piñera junto a su esposa Cecilia Morel tras votar. Foto: AFP
Sebastian Piñera junto a su esposa Cecilia Morel tras votar. Foto: AFP

Modificará sólo aquello que considere causante del freno al crecimiento económico.

La mayor novedad del comicio es que ha marcado el final de la alianza política más exitosa de la historia chilena. El entendimiento entre democristianos y socialistas comenzó a cosechar victorias en el referéndum que dijo "No" a la continuidad de Pinochet. A continuación, gobernó dos décadas consecutivas logrando grandes progresos.

Con las presidencias de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, la Concertación de Partidos por la Democracia logró consolidar el crecimiento vigoroso de la economía, la disminución de la pobreza y la "despinochetización" de Chile.

El propio Piñera es producto de esa "despinochetización", por su origen democristiano y porque fue el primer candidato de la alianza derechista que, en el plebiscito de 1988, se había pronunciado por el voto contra Pinochet. Por eso, incluso la primera presidencia de Piñera fue un logro de la Concertación: ya no podía implicar una marcha atrás. La veloz caída de su popularidad no tuvo una explicación lógica. Su gobierno fue medianamente bueno.

Tampoco es lógico el derrumbe de la popularidad de Bachelet. Hubo un escándalo con su hijo como protagonista. Pero Bachelet no lo encubrió. Al contrario, lo sacó del gobierno (donde trabajaba ad honorem), lo obligó a pedir perdón en público y también ella pidió perdón.

En cuanto a sus reformas, no es cierto que hayan implicado un abrupto giro a la izquierda. Apuntaban a dar el paso que le falta a Chile para alcanzar el desarrollo. En general, las reformas impulsadas apuntan a los niveles de equidad y otros rasgos sociales que caracterizan a la mayoría de los países desarrollados de Occidente.

En todo caso, sumar al Partido Comunista a la alianza sí puede haber sido un error. No sirvió para neutralizar las posturas intransigentes del PC, sino que multiplicó la izquierda dura con la aparición de una fuerza antisistema. Y causó la atomización de la centroizquierda, a partir del divorcio de socialistas y democristianos. Ese divorcio marca un final y un principio. El final de una alianza exitosa. Y el comienzo de un inédito tablero político, que podría dar una larga hegemonía de la centroderecha.

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