Teresa Domínguez: una historia de coraje

De Señorans a Montevideo. A los 55 años de su llegada, sus hijos le rindieron homenaje

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DIEGO FISCHER

Esta historia de inmigrantes no es una historia más. Resume la vida y los sacrificios de una mujer oriunda de Galicia, analfabeta, que supo criar a tres hijos en Uruguay, hoy grandes profesionales. La semana pasada, los tres le rindieron un homenaje.

Teresa Domínguez nació en Señorans, una aldea de Galicia que, por entonces, tenía 50 habitantes. Muy joven, se casó con Ramón García quien en 1955 emigró a Uruguay buscando un futuro que su tierra natal no le podía dar. Teresa quedó en su aldea, cuidando a tres hijos: Constantino (6), Elvira (4) y Manuel (2).

Analfabeta, pero con una inteligencia innata y enormes ansias de superación, no hubo labor que no desempeñara para mantener a su familia. Durante tres años labró la tierra, crió cerdos y una cabra de la que obtenía la leche que daba a sus niños. En 1958, Ramón los convocó a que vinieran a Montevideo: había logrado un trabajo estable como herrero. El Uruguay era entonces un país generoso que todavía recibía a los inmigrantes con los brazos abiertos.

En el vapor Juan de Garay llegaron Teresa y los niños, el 14 de marzo de 1958. En el momento que pisó el puerto de Montevideo se prometió a sí misma que sus hijos tendrían una vida mejor a la suya: estudiarían y serían profesionales y personas de bien. A poco de llegar descubrió las bondades del sistema educativo uruguayo donde, entonces como hoy, cualquiera puede estudiar y cursar una carrera universitaria de forma gratuita.

Sin más trámite se empleó como doméstica y mandó a los niños a la escuela. Trabajaba muchas horas por día en la casa de Don Guillermo y Doña Sarita, quienes desde un primer momento descubrieron la nobleza, los valores y los deseos de progresar de aquella mujer robusta y de mediana estatura. La apoyaron y la alentaron a lograr su sueño. Con lo que ganaba Don Ramón como herrero y ella en sus limpiezas cubrían el presupuesto familiar, sin lujos pero con gran dignidad. Los cuatro primeros años en Montevideo vivieron en una casa sobre la avenida José Belloni y luego -durante 40 años- en la calle Helvecia 4121, en Piedras Blancas. Allí crecieron los hijos y fueron avanzando en sus estudios.

El nivel de exigencia de Teresa "era muy alto", recuerda Manuel García Domínguez su hijo menor, un químico farmacéutico e ingeniero químico con una larga trayectoria laboral en empresas nacionales y multinacionales.

Con gran locuacidad y emoción se refiere a su madre como Doña Teresa y reconoce que sus hijos nunca la tutearon.

"No bastaba con ser bueno, había que ser el mejor en los estudios y solidario", comenta y agrega: porque -como decía Doña Teresa- "nunca se es tan pobre para no tener algo que dar o compartir".

"Siempre nos motivó con el ejemplo y jamás escatimó una palabra de aliento a la enseñanza que nos debía dejar la frustración por perder un examen o tener un traspié en la vida".

A comienzos de los años 60, Teresa se enteró que el Instituto Anglo estaba dando becas para estudiar inglés. La beca costeaba estudios y materiales; se pagaba, solo, una matrícula simbólica de lo que hoy serían US$ 10. Teresa no dudó un instante e hizo que Constantino se postulara. Ganó y al fin del curso obtuvo un promedio de 94 sobre 100. Tiempo después Teresa fue a agradecerle a la Directora del Anglo, Agnes Cobham; le llevaba de obsequio un pequeño frasco de perfume que no era de marca. Esperó durante muchas horas para ser recibida; un secretario vestido de traje gris no le habilitaba el paso.

-¿Para qué quiere usted hablar con la directora?- preguntaba el hombre una y otra vez.

-Es algo personal -respondía Teresa con tono suave y sereno. Volvió al día siguiente. La señora Cobham la atendió.

-Vengo a agradecerle la posibilidad que le ha dado a mi hijo mayor de aprender inglés.

Y le entregó el regalo. La Directora lo abrió y se emocionó.

-Quisiera pedirle algo: si a fin de año, vuelven a dar becas, me gustaría que mi hijo Manuel pudiera presentarse.

-Espere un momento -dijo la directora, y ordenó al hombre del traje gris que le trajera la ficha curricular de Constantino. Cob-ham miró detenidamente las anotaciones y comprobó que el muchacho había tenido el promedio más alto de su promoción. Sonriente, expresó: "Señora, alumnos como su hijo prestigian a esta institución". Y sin más trámite le otorgó la beca a Manuel.

Con el tiempo, Teresa tuvo un puesto de venta de pescado en el Mercado Municipal. Sus hijos varones la ayudaban. En 1973, cuando fueron clausuradas las Facultades, temió que sus hijos no pudieran terminar sus carreras y decidió que los varones aprendieran dactilografía, taquigrafía y preparación bancaria, y que su hija hiciera costura y diseño. Le daba terror pensar que no pudieran lograr una profesión para defenderse en la vida. Una y otra vez se decía: "mis hijos no pasarán lo que yo he vivido". Cuando reabrió la Universidad, al poco tiempo, Constantino, Elvira y Manuel obtuvieron sus títulos universitarios. Constantino, ingeniero químico; Elvira, odontóloga; Manuel, químico e ingeniero químico. Todos formaron también sus familias.

El pasado jueves, al cumplirse 55 años de su llegada a Montevideo, Teresa fue homenajeada por sus hijos en un acto cargado de emoción, celebrado en la Torre de los Profesionales, al que asistieron más de 400 personas.

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