EN MONTEVIDEO
La dueña del lugar dejó en claro que "algo estaba mal cuando entraron" el hombre y la mujer que intentaron robarle y explicó por qué luchó tanto para no perder su computadora.
Adela Walch, titular de Rubias y Morenas, atendía tranquilamente en su local de la calle Wilson Ferreira Aldunate cuando una clienta salió a hablar por teléfono y dejó la puerta abierta. El descuido fue la oportunidad que encontró una pareja de ladrones para colarse al recinto.
El hombre se acercó a la estilista: le consultó el precio de un corte y la posibilidad de hacerse unas mechitas. La mujer que lo acompañaba quedó de pie, justo frente al mostrador donde había una laptop.
La estilista se dio cuenta que la mujer se había llevado la computadora e instantáneamente agarró al hombre en una especie de llave, lo abrazó y le puso una tijera sobre el cuello. “Qué me devuelva la computadora o te entierro la tijera”, disparó. Así salió a la vereda y con el ladrón casi inmovilizado, caminó rumbo a la galería vecina donde estaba la secuaz.
Él atinó a decir: “No tengo nada que ver, ¿de qué hablás?, “soltame”. Los vecinos miraban sorprendidos —e inmóviles— cuando la locataria enfrentó a la mujer. “Devolveme la computadora y no me la tires, porque le clavo la tijera”, espetó. Ella la obedeció, se la entregó en mano y la peluquera liberó al hombre.
Sus clientes, que habían salido a ver qué sucedía, regresaron al salón. Tras la adrenalina del momento, la profesional contó que en la computadora guarda años de trabajo, quizá más de 40. Es ahí donde documenta nombres, contactos, tratamientos, datos de proveedores, etcétera.
“Algo estaba mal cuando entraron. Se acercó mucho al hablarme, quedó tapando el mostrador. Mientras me hablaba, noté que solo tenía una naranja en la mano, recuerdo que me fijé en eso antes a hacer este movimiento que ni yo puedo creer”, detalló.
“Pensé en decirle que no atiendo hombres, pero en el sillón estaba un cliente varón. Sentí que algo estaba mal y enseguida escuchamos un ruido”, repasó. “Algo se cayó Adela”, le había dicho una clienta. Eso la hizo notar la ausencia de la computadora. De no ser por el sonido de una revista contra el piso, el movimiento de la mujer habría pasado desapercibido.
La clienta que estaba en el local contó así los hechos: “Vi que una pareja entró, los observé hablando con Ade, y seguí hablando por teléfono. Solo me percaté que algo no estaba bien cuando vi pasar a mi peluquera con un hombre a rastras y mi hijo salió a la vereda y me hizo señas. Vengo siempre acá, ya sabía que tenía una buena estilista, lo que no imaginé nunca era que alguna vez, la vería utilizando sus tijeras para defenderse”.