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Juan Salgado: "Hay que aguantar todo lo que se pueda el boleto"

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Juan Salgado. Foto: Fernando Ponzetto

ENTREVISTA

Acaba de ser reelecto como presidente de Cutcsa, la compañía de transporte colectivo que maneja el 65% del mercado de Montevideo. Ocupa el cargo desde el año 1996 y se enfrentó a varias crisis.

Durante 10 años chocó con la IMM para quitar el efectivo de los buses, logró masificar la tarjeta STM y redujo las rapiñas. Ahora, está ante un desafío por la imparable caída en la venta de boletos. Su obsesión: el precio del boleto. Dice que no sube hasta diciembre. Le preocupa la inseguridad y sueña con el retorno de los códigos a los barrios.

—¿Cómo es el panorama actual de la empresa?

—Estamos en una situación especial. Tenemos mucho cuidado, hay mucha alerta alrededor. Cambió la situación externa, hay que ver lo que pasa en Argentina o Brasil. El transporte colectivo es una actividad muy sensible porque el primer motivo de viaje es el trabajo. Cutcsa está ordenada y, gracias a la inversión en tecnología, tiene un nivel de eficiencia importante.

—¿Cuándo sube el boleto?

—El que paga el boleto debe saber que si la empresa no está ordenada los costos se trasladan al precio final. Hay que aguantar todo lo que se pueda el precio del boleto. Si el valor dólar no se dispara, vamos a mantener el precio hasta diciembre. Cuando se creó el fideicomiso el valor del petróleo era de US$ 150 el barril, el 25% del precio del boleto iba al combustible. El fideicomiso se creó para darle estabilidad al precio. Lo acordamos así con el intendente (Daniel Martínez). Cada uno tiene sus motivos, Cutcsa los tiene y son comerciales. Si el boleto aumenta por encima de lo razonable, baja la venta. Ya lo vivimos. Antes del próximo reajuste vamos a hacer todas las gestiones ante las autoridades para evitarlo. El intendente, por ser una figura política, también tiene sus motivos para darle una estabilidad al precio del boleto. Durante un año y medio el boleto no va a tener aumento para aquel que lo paga con tarjeta.

—¿Se escucha más a Cutcsa?

—Sí, hubo muchos directores de Tránsito. Desde Felipe Martín, con quien discutimos mucho pero tiene una cristalinidad impresionante, recién encontramos en Pablo Inthamoussu alguien con sentido común y que busca mejorar. Empezamos discutiendo pero demostró una gran claridad.

—En el medio hubo directores vinculados a las cooperativas.

—Sí, fue frustrante. Yo era idealista, creía que la gente del transporte aportaría a las soluciones pero no fue así.

—¿Cuál fue la peor inversión municipal en el transporte?

—El corredor Garzón y la Terminal Colón. En el segundo corredor, el de General Flores, algo que no se precisaba, por lo menos pudimos hacer algo. Después tuvimos que trabajar en la Terminal Belloni, iba a ser otro desastre. Esto pasa porque no se planifica. Dos por tres sale alguien con un bolazo y toma cuerpo. Lo de 18 de Julio no era ni un proyecto. ¿Dónde iban a estar las terminales de transbordo que en las horas pico iban a albergar a 5.000 personas? Y no hay buena experiencia de ciclovías por el medio de la calle. Para nosotros es importante escuchar a los comerciantes. Este plan iba a matar 18 de Julio.

—Durante 10 años, por lo menos, usted reclamó a la IMM que se promoviera con el precio la recarga electrónica de boletos y que aumentara el número de expendedoras.

—Sí, ahora tenemos miles de lugares para recargar y hay un incentivo en el precio. La gente respondió. Estamos superando el 70% de las transacciones con tarjeta. En aquel momento el objetivo era ir sacando el dinero de arriba de los ómnibus para evitar las rapiñas. Buscábamos evitar problemas a los trabajadores. Invertimos en cámaras de seguridad y con eso pudimos entregar material a la Justicia. Además, se instaló el programa Bus Seguro que dio un gran resultado. Son profesionales, serios, y le dan tranquilidad al transportista.

—¿Qué indica la estadística?

—Llegamos a tener más de 600 rapiñas al año. En 2015 hubo 110, en el 2016 ocurrieron 90 y el año 2017 lo cerramos con 58 rapiñas.

—Esa evolución se produce en momentos en que la inseguridad del país se disparó. ¿Cuál es su consejo?

—Sacamos gran parte del dinero. Las cámaras facilitaron el accionar de la Justicia y permiten mejorar la toma de decisiones. El tercer punto es la presencia policial en los lugares más complejos. También trabajamos con los grupos sociales de los barrios. Dábamos charlas y poníamos ómnibus para hacer paseos, como se hace hasta hoy. Esto comenzó hace 12 años, muchos de esos chiquilines hoy tienen 20 años, no podemos saber qué fue lo que evitamos pero los números dan lo que dan. ¿Podemos pensar que alguno de aquellos niños lo pensó dos veces antes de asaltar un ómnibus? Creo que sí. No es un trabajo de dos días pero tampoco hay que esperar tres generaciones.

—Cada tanto es necesario suspender el transporte en barrios difíciles como Casavalle por razones de seguridad. ¿Cómo observa el drama social de la inseguridad?

—No estamos de acuerdo con que un barrio se deje de lado por una rapiña, más allá de que sabemos lo que sufren los trabajadores. Yo me crié en esa zona. Mi padre guardaba el ómnibus frente al cantegril y de vez en cuando iba a llevar algún apuñalado al hospital. No había drogas. El 98% de la gente que vive ahí es de trabajo y si los castigamos quitándoles el ómnibus alguno puede quedarse sin sustento. Hemos llegado a sacar gratis a la gente del lugar.

—¿Por qué cree que se da el fenómeno de las bandas?

—Por la plata. Hay dos generaciones que no conocen los valores, algo que se aprende únicamente en la casa o en el barrio. En cada cuadra había un club social o boliche donde se escuchaba a los veteranos. Uno se iba formando en esas cosas, muchas veces se los escuchaba más que al propio padre. Hoy no hay nada de eso.

—Hoy no se puede tomar alcohol pero sí es posible fumar marihuana. ¿Cómo se entiende ese fenómeno?

—Yo no lo puedo entender, no creo que fumar marihuana sea necesario para nada. —¿Es un retroceso social?

—Para mí sí.

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