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En 2021 se duplicó la cantidad de niños en situación de calle

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Sede del Mides. Foto: Estefanía Leal
Edificio sede del Ministerio de Desarrollo Social, Mides, ubicado en Av. 18 de Julio y Barrios Amorin, barrio Cordon de la ciudad de Montevideo, ND 20210716, foto Estefania Leal - Archivo El Pais
Estefania Leal/Archivo El Pais

DATOS OFICIALES

Al menos 1.168 menores pasaron alguna noche en los refugios del Ministerio de Desarrollo Social.

Al menos 1.168 niños o adolescentes pasaron el año pasado alguna noche en situación de calle en Uruguay. El 45% de ellos no tenía experiencia de calle previa. Así lo revela información oficial del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) a la que tuvo acceso El País, en base a los números de cédulas de quienes pernoctaron alguna noche, o varias, en un refugio de la cartera.

Representan el doble del promedio de menores de edad sin techo en los años previos a la pandemia, y son un tercio más que los que pasaron por esos centros de acogida del Estado en 2020, el año en que covid-19 hizo engordar la pobreza.

La tendencia no cede. En lo que va de este 2022 se lleva contabilizado el ingreso de 772 niños o adolescentes en situación de calle que el Mides debió atender. Maite es una de ellas. Desde hace una semana intenta hacer las tareas escolares en medio del barullo de un centro de acogida al que entran y salen mujeres con hijos.

Hace cuatro días sus compañeros de clase se enteraron que dormía en un refugio y ella no sabía cómo esconderse detrás de sus rulos. Ana, su madre, también tiene vergüenza, pero cuenta a El País que consuela a su hija explicándole que “ya se saldrá de esta pobreza”.

Carlos Filgueira, uno de los investigadores que sentó las bases de la teoría social local, decía hace unos 40 años que en el país la pobreza se centraba en la infancia. Los últimos datos divulgados por el Instituto Nacional de Estadísticas le dan la razón: mientras menos de uno de cada diez adultos vive debajo de la línea de la pobreza, dos de cada diez menores de edad están por debajo de ese límite.

Ana, de 44 años, madre orgullosa de Maite hace 11, luce las manos curtidas de quien pasó años cocinando. Ella hacía unas croquetas de papa, muzzarella y panceta que eran la perdición de varios comerciantes de las galerías de 18 de Julio. Tenía sus clientes fijos y alquilaba un modesto apartamento en Barrio Sur que costeaba gracias a sus dotes culinarios. Pero…

“La pandemia bajó las ventas, había menos movimiento, luego subió el precio del aceite, de los huevos, del pan rallado y empecé a acumular deudas”, cuenta sin desprender la vista de las baldosas de la vereda, como quien cuenta una historia que jamás pensó que contaría.

A fines de diciembre, poco después de que a Maite le entregasen el carnet que la habilitaba a cursar sexto año de escuela, madre e hija vendieron algunas de sus pertenencias y se fueron a vivir a una pensión al costo de $ 500 la noche. Pero Ana cada vez tenía menos trabajo, “la guerra de Ucrania encareció todavía más los productos”, no les podía seguir aumentando los precios a sus clientes y ya no contaba con ingresos.

Fue así que dejaron la pensión y el Mides las derivó a El Zorzal (en Leguizamón y Bustamante, en el Buceo, la vieja sede de la Facultad de Comunicación). Ahí están hace una semana, con unas pocas pertenencias, con las latas llenas de mostacillas con las que Maite se entretiene haciendo collares, y compartiendo la habitación con una “chica venezolana y su hijo de dos años” que también quedaron en la calle.

El Zorzal, nombre de una de las aves más extendidas en Sudamérica, es un centro especializado para mujeres con niños en situación de calle. El Mides lo creó junto a El Hornero (otro nombre de ave autóctona) en el segundo semestre del año para hacer frente a la creciente demanda de centros para familias sin techo.

“Existe una máxima: ningún niño en Uruguay puede pasar siquiera una noche durmiendo a la intemperie”, dice María Fernanda Auersperg, directora nacional de Protección Social.

Cuando un menor de edad es visto en las noches deambulando por las calles, acampando o tirado en una plaza se activa el protocolo: si está sin un adulto responsable se da pase a la Línea Azul del INAU (0800 5050). Cuando hay un adulto, en cambio, interviene directo el Mides y se busca el cobijo en un centro especializado.

Antes había algunos centros de 24 horas en que podían ir mujeres con niños, pero la alta demanda hizo que no hubiese espacio y, bajo la administración anterior, se empezaron a contratar hoteles. La inmensa mayoría de las familias acababa en una habitación de hotel, donde dos cuidadores debían atender, en promedio, a 44 familias.

“En un momento ya no sabíamos cuál era la causa real de la situación de calle, porque había mujeres que decían que vivían con una prima, se dejaban de sentir cómodas y una conocida les decía que el Mides les conseguía una habitación de hotel”, cuenta Auersperg.

Por otro lado, la pandemia no solo trajo pobreza, también un aumento de la violencia dentro de las casas que obligó a muchas mujeres a refugiarse con sus hijos y “cada vez se necesitaban más y más plazas de hoteles”. Los niños a veces se quedaban solos mirando televisión o alguna madre dormía todo el día con la puerta trancada y los cuidadores no podían controlar que los pequeños fueran a la escuela, cuenta la directora. “Por eso surgieron los centros de diagnóstico y derivación El Hornero y El Zorzal”, explica.

Los niños corren a toda prisa en El Zorzal. Maite, en cambio, está en silencio en un salón frente a una computadora. Aprovecha para jugar y estudiar a la vez.

Según la información que el Mides proporcionó a El País, en la noche del pasado 7 de abril había 699 niños y adolescentes en situación de calle bajo el cobijo del ministerio. De ellos, el 58% estaba cursando la escuela (como es el caso de Maite), el 11% estaba inscripto en un liceo o UTU, el 25% era menor de cuatro años -por lo cual no estaba dentro de la enseñanza obligatoria- y del restante 6% “no se cuenta con el dato en el padrón de inscriptos de ANEP” (lo que no significa que necesariamente estén desvinculados, aclara la respuesta oficial).

Ana aprovecha los ratos de concentración de su hija para repartir su currículum -explica que es cocinera, que terminó el ciclo básico e hizo parte del bachillerato de UTU- con la intención de “alguna vez tener un hogar propio”.

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