LA PANDEMIA DEL COVID-19
Científicos usaron simulaciones computarizadas para mapear cómo fluyen las partículas llenas de virus por el interior de un vehículo.
Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.
A lo largo del último año, conforme las autoridades de la salud han intentado contener la pandemia de COVID-19, los investigadores han concentrado su atención científica en una variedad de entornos potencialmente riesgosos: lugares donde grandes grupos de personas se reúnen y el nuevo coronavirus tiene grandes oportunidades para propagarse.
Han tomado muestras en superficies en los cruceros, monitoreado el número de casos en gimnasios, tomado muestras en las unidades de ventilación de los hospitales, mapeado la disposición de los comensales en los restaurantes y modelado los procedimientos de abordaje en aviones.
Menos atención le han prestado a otro entorno de la vida cotidiana: el automóvil.
Desde luego que un auto normal no transporta suficientes personas como para provocar un evento superpropagador, pero los autos conllevan sus propios riesgos: son espacios pequeños y sellados que hacen que la sana distancia sea imposible, además de que en ellos quedan atrapados los aerosoles, las diminutas partículas transportadas por el aire que pueden transmitir el coronavirus.
“Aunque te cubras el rostro de alguna manera, de todos modos expulsas aerosoles diminutos cada vez que respiras”, afirmó Varghese Mathai, físico de la Universidad de Massachusetts. “Y si es una cabina cerrada, entonces sigues expulsando estas partículas diminutas y, naturalmente, se acumularán con el tiempo”.
En un nuevo estudio, Mathai y tres colegas de la Universidad Brown -Asimanshu Das, Jeffrey Bailey y Kenneth Breuer- usaron simulaciones computarizadas para mapear cómo fluyen las partículas llenas de virus por el interior de un vehículo. Sus resultados, publicados a principios de enero en la revista Science Advances, sugieren que abrir ciertas ventanas puede crear corrientes que protegerían tanto a los pasajeros como a los conductores de enfermedades infecciosas como la COVID-19.
Para llevar a cabo el estudio, el equipo de investigación empleó lo que se conoce como simulaciones de dinámica de fluidos computacional. Los ingenieros suelen usar este tipo de simulaciones computacionales para crear autos de carreras con menos resistencia, por ejemplo, o aviones con una mejor sustentación.
El equipo simuló un auto similar a un Toyota Prius conducido a 80 km/h con dos personas: un conductor en el asiento delantero de la izquierda y un solo pasajero en el asiento trasero de la derecha. En su análisis inicial, los investigadores descubrieron que la forma en que el aire fluye alrededor del exterior del auto en movimiento crea un gradiente barométrico dentro del auto, con la presión del aire en el frente ligeramente menor que la de atrás. Como resultado, el aire que circula dentro de la cabina suele fluir de la parte trasera del auto hacia adelante.
Luego, modelaron el flujo de aire interno y el movimiento de aerosoles simulados con diferentes combinaciones de ventanas abiertas o cerradas (en todos los casos el aire acondicionado estaba encendido). No es de sorprender que encontraran que la tasa de ventilación era menor cuando todas las ventanas estaban cerradas. En este caso, aproximadamente 8% o 10% de los aerosoles expelidos por una de las personas en el auto llegaba a la otra persona, según la simulación. En cambio, cuando todas las ventanas estaban completamente abiertas, las tasas de ventilación se elevaron muchísimo y el flujo de aire fresco sacó muchas de las partículas aéreas del auto; solo de 0,2% a 2% de los aerosoles simulados viajaron entre el conductor y el pasajero.
Estos resultados concuerdan con los lineamientos de salud pública que recomiendan abrir las ventanas para reducir la propagación del nuevo coronavirus en espacios cerrados. “Prácticamente es llevar el exterior al interior y sabemos que el riesgo en exteriores es muy bajo”, explicó Joseph Allen, experto en ventilación de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard. En un artículo de opinión del año pasado, resaltó el riesgo que pueden representar los autos para la transmisión de coronavirus y los posibles beneficios de abrir las ventanas. “Cuando tienes tanto cambio de aire, el tiempo de residencia, es decir, el tiempo que los aerosoles permanecen en la cabina, es muy breve”, sostuvo Allen.
Puesto que no siempre es práctico tener todas las ventanas bien abiertas, sobre todo en pleno invierno, Mathai y sus colegas también modelaron muchas otras opciones. Descubrieron que la solución aparentemente más intuitiva (que el conductor y el pasajero bajen cada uno su ventana) era mejor que tener todas las ventanas cerradas, pero una estrategia aún mejor era abrir las ventanas opuestas a cada persona. Esa configuración permite que el aire fresco fluya por la ventana trasera de la izquierda y salga por la ventana delantera de la derecha, lo cual ayuda a crear una barrera entre el conductor y el pasajero. “Es como una cortina de aire”, explicó Mathai. “Empuja todo el aire que exhala el pasajero y también crea una región de corriente de aire fuerte entre el conductor y el pasajero”.
En un estudio de seguimiento, el cual todavía no se publica, Mathai descubrió que abrir las ventanas a la mitad parecía ofrecer el mismo beneficio que abrirlas totalmente, mientras que solo bajarlas un cuarto era menos eficaz.
La configuración más estratégica
Investigadores determinaron que el modo de ventilación más estratégico en un automóvil es que conductor y pasajero (si este está sentado en el asiento trasero) es que estén abiertas las ventanas opuestas a cada persona. Esta configuración permite que el aire fresco fluya por la ventana trasera de la izquierda y salga por la ventana delantera de la derecha, lo cual ayuda a crear una barrera entre ambas personas.