Paul Tibbets
Después de haber participado en varias misiones de bombardeo sobre la Europa ocupada por los nazis, en septiembre de 1944, el joven piloto estadounidense, Paul Tibbets, fue elegido para integrar un grupo muy reducido de militares a quienes se les informó sobre el secreto "Proyecto Manhattan" de desarrollo de armas atómicas. Su tarea fue participar en el diseño de las modificaciones necesarias para que el B-29 pudiese transportar y descargar una de esas poderosas bombas. El 5 de agosto de 1945 el presidente Harry Truman aprobó el uso de la bomba, que fue bautizada como "Little Boy", y la tripulación comandada por Tibbets fue la encargada de cumplir con la misión. Cuando Tibbets se retiró de la Fuerza Aérea en 1966 había completado más de 29 años y medio de servicio, pero siguió volando como piloto de aviones privados y ejecutivo de una empresa aeronáutica. Tibbets nunca se arrepintió de ser uno de los responsables de la muerte de 100 mil personas en Hiroshima.
El general de brigada retirado Paul Tibbets, piloto y comandante del avión B-29 "Enola Gay" que en 1945 arrojó sobre Hiroshima, Japón, la primera bomba atómica, falleció ayer en Ohio a los 92 años.
"Teníamos sentimientos, pero debíamos dejarlos a un lado. Sabíamos que la bomba iba a matar a gente en todas partes. Pero mi interés principal era hacer el trabajo lo mejor que pudiera, así podría acabar la matanza lo más rápido posible", relató en una entrevista años después de la misión que destruyó la ciudad de Hiroshima. Tibbets, que en esa época era un coronel de 30 años, nunca se arrepintió de su papel en aquel sombrío día. Fue, según dijo, cumplir con su deber patriótico, hacer lo correcto. "Duermo tranquilamente todas las noches".
RECUERDOS DEL HORROR. El 6 de agosto de 1945 Tibbets, al mando del avión que había bautizado con el nombre de su madre, con otros nueve tripulantes a bordo llevó hasta la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica utilizada en una guerra.
La bomba se descargó a la hora 08.16 de la mañana, según figura en el relato oficial realizado por Tibbets. "Se produjo una explosión terrible, muy fuerte, inimaginable, cerca del centro de la ciudad. La tripulación del `Enola Gay` vio una columna de humo que se elevaba rápidamente y fuegos intensos que brotaban", relató.
"Si Dante se hubiera encontrado con nosotros en el avión, se habría horrorizado. La ciudad que vimos tan claramente bajo la luz del día estaba ahora recubierta de una horrible mancha. Todo había desaparecido bajo esa espantosa cobertura de humo y fuego", agregó.
Otro de los militares que viajaba en el avión, el copiloto Robert Lewis, describió la terrible visión que tuvo en ese momento: "La cabina del avión se iluminó con una extraña luz. Era como asomarse al infierno; parecía como si la lava cubriera toda la ciudad".
La explosión, que destruyó completamente el 65 por ciento de los edificios, mató a unas 70.000 personas. En los cuatro meses siguientes, las heridas causadas por el estallido y la radiación resultante elevaron la cifra de muertos a más de 100.000.
Tres días después, Tibbets, otra vez al mando del B-29 Superfortaleza sobrevoló la ciudad japonesa de Nagasaki para observar las condiciones meteorológicas antes de que otro avión estadounidense descargara la segunda bomba atómica llamada "Fat Boy".
POLÉMICA. Estos bombardeos atómicos forzaron la rendición de Japón y, desde entonces, han sido causa de controversia entre quienes los consideran crímenes de guerra y quienes afirman que evitaron una cifra mayor de víctimas y bajas si hubiese continuado el conflicto. (EN BASE A AGENCIAS)
Nunca se arrepintió
Después de la cuestionada celebridad que lo llevó a convertirse en el primer piloto en arrojar una bomba atómica en un encuentro bélico, Tibbets fue objeto de una gran cantidad de leyendas urbanas. Por ejemplo, muchos aseguraban que luego de la misión del "Enola Gay" había sido encarcelado, internado y que hasta se había suicidado por no haber podido soportar el sentimiento de culpa. "Decían que estaba loco, que era un alcohólico, que entraba y salía de instituciones", relató él mismo en una entrevista en 2003.
Lo cierto es que nunca se arrepintió de "haber cumplido con su deber patriotico", como se refería al hecho. Consciente de las polémicas que despertaba, pidió antes de morir que no se hiciera un funeral ni que se colocara una lápida en su tumba, ante el temor de que pudiera convertirse en un lugar donde sus detractores realizaran protestas.