Lucas Pedrozo — de 23 años— caminaba por el techo de las casas de sus vecinos -algunos de ellos familiares- de la ciudad de Durazno cuando su tío le llamó la atención. Eran las 23:00 y se encontraba solo con su madre, que se había acostado hacía pocos minutos. Ella escuchó los gritos de su hermano -el tío de Lucas-, así que salió. “Bajate muchacho que te vas a caer”, escuchó que le decía al joven, que luego de responderle con un grito inteligible volvió a entrar a la casa.
Florencia, una de las cuatro hermanas de Lucas, también tiene su vivienda conectada con las de su familia, por lo que se acercó a ver qué estaba pasando. “Dejá de molestar a los vecinos”, le dijo antes de que él perdiera la compostura.
A raíz de esto llamaron al 911. “Nosotros no pagamos una mutualista, no teníamos acceso a un médico al que pudiera llamar cuando se descompensaba. Quisimos pedir ayuda de la forma en la que podíamos”, dice Silvia, su madre, a El País.
Algunos días antes del 12 de mayo -cuando falleció-, Silvia ya se había presentado en la seccional. Es que había recibido un llamado de una vecina para decirle que Lucas estaba golpeando su puerta. “Él les decía que tenía dos hijos que vivían ahí y pedía que le abrieran la puerta”, cuenta.
Este proceso no era nuevo. Avisar de la situación en la seccional y pedir que lo trasladaran al hospital para que recibiera su tratamiento médico. “Algunos funcionarios se burlaban y otros me decían que no podían hacer nada”, asegura su madre.
Si bien esperó que se comunicaran con ella, el teléfono nunca sonó. Por eso, días después, decidió llamar directamente al 911 para que lo fueran a buscar, aunque nunca se imaginó el desenlace que eso tendría.
Todo pasó en cinco minutos, aunque Silvia lo sintió como si fueran veinte. Del móvil policial se bajaron los funcionarios armados. “No sé si no eran los mismos que venían siempre, porque esta vez fue distinto”, dice.
Lucas salió al pasillo y se plantó frente a los policías aferrado a un cepillo de dientes. La funcionaria al mando dio una orden y le pidió a Silvia que ingresara a la casa. En ese momento escuchó el primer disparo.
En respuesta, Lucas entró corriendo a su cuarto agarrándose el pecho y se encerró. “Yo les di permiso para pasar porque confié. Nunca me imaginé que me iban a matar a mi hijo”, lamenta hoy su madre.
Todo pasó en cuestión de segundos. Los policías ingresaron y volvieron a escucharse disparos. Silvia lo vio salir esposado y ensangrentado, mientras era llevado por cuatro policías hacia el patrullero. Ya no podía tenerse parado por las heridas.
En ese momento llegó Melisa, otra de las hermanas de Lucas, que vio la situación y como su madre casi se desvanecía mientras observaba todo. Salieron de apuro en un auto detrás del móvil policial, al que vieron parar en el Centro de Asistencia Médica de Durazno -Camedur-, ya que por la sangre que había perdido no llegaría con vida a un centro de ASSE. Allí les anunciaron que Lucas había llegado en shock y que falleció a los pocos minutos. Tenía una herida que parecía “un hachazo” según relata Melisa a El País.
“En cinco minutos le quitaron la vida a una persona desarmada”, dice con dolor su madre. “Estos días no han sido nada fáciles, empezamos a movernos porque vimos que nadie lo hacía y había que difundirlo aunque no pensábamos hacerlo”, asegura entre llantos por el “dolor de tener que recordar todo lo que ocurrió”.
Recuerdo
Hasta los 19 años Lucas Pedrozo no había mostrado ningún signo de la esquizofrenia que desarrollaría más adelante. Cursaba segundo año de bachillerato deportivo, hacía calistenia, andaba en bicicleta y había comenzado a practicar boxeo. También hizo “varias changas”, como trabajar en el ámbito de la construcción y ayudar a su hermana Melisa a construir su casa.
“No nos explicamos cómo sucedió todo de la nada”, asegura su familia al día de hoy. Pero señalan que todo comenzó luego del fallecimiento de su abuela. Un cáncer terminó con su vida en tres meses, y aseguran que a partir de ese momento Lucas cambió su forma de ser.
Comenzó mostrando episodios de agresividad una vez al año, pero a partir de 2023 pasaron a ser cada vez más frecuentes. “Los vecinos ya lo conocían. A veces llamaban para avisar si estaba haciendo algo”, cuenta Melisa.
Lucas comenzó a escuchar voces que se reían de él, y se negaba a tomar su medicación. Incluso llegó a no querer tomar agua cuando se la daba su familia creyendo que podían haber introducido el medicamento en ella.
A más de dos semanas de su fallecimiento, la familia lo recuerda por todos los momentos que compartieron durante sus 23 años.
Su hermana menciona los festejos de cumpleaños y las mateadas de las 18:30 como momentos icónicos. Todos los días se juntaban Lucas, sus hermanas y su madre a tomar mate y conversar, con la compañía ocasional de algún tío o vecino. El recuerdo trae nostalgia a Silvia y Melisa, que esperan que la Justicia avance “lo más rápido posible” con su caso.
“Primero queremos que se haga justicia por lo que pasó. Pero también que esto sirva para dejar claro que deben destinarse más recursos para personas con problemas de salud mental, porque es un tema que debe abordarse de forma urgente”, asegura Melisa.
Ya hubo una reunión con autoridades de la policía
Una de las hermanas de Lucas se reunió el pasado jueves con el jefe de Policía de Durazno, Gabriel Lima, y el subdirector ejecutivo de la Policía, Efraín Abreu, momento en el que les expresó el dolor de la familia y manifestó su descontento con declaraciones de Lima tras el episodio. La instancia fue convocada por Abreu, para ponerse a disposición de la familia. En la reunión también estuvo presente su abogado, Juan Straneo. La hermana de Lucas, que trabaja como enfermera, manifestó su preocupación por entender que los policías que actuaron con su hermano no tuvieron en cuenta protocolos para tratar con pacientes de salud mental, así como tampoco habrían actuado correctamente al retirarlo esposado mientras se desangraba.