La moraleja del "voto Buquebús"

ANTONIO MERCADER

A fines de 2004, un figurón de Casa Rosada se pavoneó ante la prensa proclamándose el artífice de la mayoría de votos conseguida por Tabaré Vázquez en las elecciones uruguayas. Era Enrique Albistur, secretario de Medios de Comunicación de la Presidencia argentina, con rango de viceministro. Según el diario "Clarín" (2/11/04), "Albistur armó una campaña de afiches callejeros y un festival para juntar fondos para trasladar votantes a Uruguay". Añadía que el "voto Buquebús", facilitado por el gobierno de Kirchner, le dio a Vázquez los miles de votos necesarios para evitar la segunda vuelta. La nota de "Clarín" se titulaba "Una manito desde Buenos Aires".

Los mismos que entonces se jactaban del "voto Buquebús" hoy le reprochan a Vázquez su ingratitud. En Casa Rosada anida la idea de que este gobierno uruguayo es un deudor desagradecido, lo que tal vez explique las necedades de Kirchner en el caso Botnia. Ahora se sabe que en Santiago el presidente argentino no quiso nada -ni siquiera tomarse una foto con Vázquez y el rey de España- aunque corrió a abrazarse a los piqueteros que bloquean puentes y piden la imposible "relocalización" de la papelera.

La altanería de Kirchner en este lío es la de quien cree que se le deben cosas: es el síndrome del acreedor burlado.

Es cierto que ese síndrome parecerá una anécdota cuando sea su esposa, Cristina Fernández, la que negocie con Vázquez. Una anécdota, sí, pero que debe servir de lección para nunca más exponerse a que gobernantes extranjeros se nos pongan en reclamantes. Lo mejor es no deberles nada. Y aunque no es reprobable que los uruguayos de Argentina acudieran a votar en 2004, la descarada movilización del kirchnerismo a favor de Tabaré Vázquez -a extremos jamás vistos en la historia platense- debía tener sus costos. Por eso, mirando al futuro, convendría que la ley de regulación de los partidos políticos propuesta por el Ejecutivo y a estudio del Senado, levante vallas ante cualquier injerencia foránea en tiempo de elecciones.

Es que el riesgo de intervenciones extranjeras merece más atención en estos días en que los petrodólares de Hugo Chávez rondan los procesos electorales latinoamericanos y que "valijeros" como Antonini Wilson surcan nuestras aduanas. Por ello, con esa ley habría que dificultar que gobernantes de cuño intervencionista como Chávez se inmiscuyan en nuestras elecciones para luego exigir pleitesía por los favores concedidos. Si la supuesta deuda con Kirchner se convirtió en trago amargo, deberle una "manito" al entrometido venezolano sería como jugar con fuego.

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