¿Habremos perdido el último tren?

DIEGO FISCHER

En un tiempo se habló de un mega Centro Cultural o de un shopping center. Se habló también de un proyecto que cambiaría radicalmente el rostro de la zona. Incluso se bautizó al conjunto de obras a realizar como Plan Fénix. Supongo que por el relato bíblico del ave que renació de sus cenizas. Nombre adecuado para un barrio semi abandonado y poco habitado en el que otrora abundaron las barracas de lana y granos. Un lugar que fue sinónimo de la riqueza del país, que llegaba a la capital en ferrocarril para luego ser exportada al mundo por el puerto. El plan tendría dos puntales: la Torre de las Telecomunicaciones de Antel y la reconversión de la majestuosa Estación Central de Ferrocarril, construida por el ingeniero italiano Luis Andreoni en 1897. Un interesante contraste entre dos estilos arquitectónicos de épocas muy distintas y distantes. Se sabe, las cosas no son como se proyectan. Y mucho menos si en esos proyectos juega el Estado uruguayo. Aunque aquí también hay hijos y entenados. ¿Acaso no es tan estatal Antel como la Estación Central de Ferrocarril? ¿Por qué entonces la compañía telefónica pudo terminar su edificio y la Estación fue clausurada?

El lunes pasado, una vez más, recorrí el lugar por fuera. La imagen del edificio es estremecedora. Si usted se para en la vereda de enfrente, verá cómo se ha volado gran parte del techo de pizarra negro. Comprobará que el reloj de su torre no tiene vidrio y la mitad de su esfera ha desaparecido. Observará que algunas de las ventanas de lo que en su tiempo fueron las oficinas de AFE están abiertas y que el cielorraso de las mismas se ha caído. Si cruza y trata de caminar por la pasiva del edificio, será corrido por los olores nauseabundos que reinan en el lugar, convertido en dormitorio y baño de marginados.

Verá cómo se han tapeado puertas y ventanas con chapas de acero y cómo se han colocado rollos de alambre de púas, para evitar la invasión de intrusos. A las estatuas de los ciudadanos británicos ubicadas en el frente del edificio, no les quedan zapatos; a marronazo puro fueron destruidas. Mejor suerte -hasta ahora- ha corrido Artigas que sigue presidiendo el edificio que lleva su nombre. Rambla de por medio, la terminal de contenedores del puerto de Montevideo, en manos de una empresa privada europea trabaja a full y con tecnología de última generación. Un siglo atrás la Estación Central mostraba una postal similar a la que hoy exhibe el puerto; era explotada entonces por ingleses. El Estado no había pasado aún por allí.

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