Mamá estimula: Las tres frases hirientes que más frecuentemente le decimos a los niños

Hombre hablando con su hijo mientras la madre mira. Foto: Shutterstock

CON LOS HIJOS

En su columna semanal, Claudia Guimaré explica el peso de las palabras y cuáles son las frases que debemos desterrar a la hora de comunicarnos con nuestros hijos

A menudo decimos que más que con palabras,se educa con el ejemplo, y que si tus hijos no te escuchan, no te preocupes porque te ven todo el tiempo. Pero si bien es cierto que una imagen vale más que mil palabras, y que "la palabra convence pero el ejemplo arrastra", no es menos cierto que las palabras también dejan huella y a veces, una muy dolorosa.

Por ello, es importante hacer el ejercicio de intentar darnos cuenta qué palabras decimos a menudo a nuestros hijos e hijas cuando estamos enojados, cuando les expresamos nuestra disconformidad con ellos, nuestra desaprobación de su conducta. Porque los adultos, solemos de manera inconsciente permitirnos licencias a la hora de expresar nuestro enojo o frustración con los chicos, que nos cuidamos bien de no tomar con otros adultos en la vida cotidiana.

¿O acaso gritamos "silencio!" o "porque yo lo digo y punto!" a todo pulmón en medio de la reunión de trabajo? ¿Acaso le decimos a nuestro jefe o jefa "hoy la verdad estás insoportable"? ¿Le diríamos a un extraño que acaban de presentarnos en una reunión y que nos saluda sin darnos un beso, "ah pero qué maleducado!, ¿acaso no te enseñaron a saludar en tu casa?". ¿Verdad que no?

La realidad es que con los chicos nos tomamos más atribuciones y podemos llegar a ser menos delicados, más hirientes, más duros, más groseros, más irrespetuosos. Pero a diferencia del impacto que esto podría tener en otros adultos pares nuestros, afectando la forma en que nos vean, en los chicos cala mucho más hondo, porque nuestra opinión sobre ellos, es para ellos su espejo más importante y afecta la forma en que ellos se ven a sí mismos.

Como hemos hablado en otras oportunidades sobre el tema de ponerle "etiquetas" a los niños y niñas desde pequeños, las palabras que les decimos y dan cuenta de su carácter, su inteligencia, su educación, son para ellos definiciones de la realidad, no simplemente nuestra apreciación personal. Y si esas palabras se repiten a menudo, se convierten en una verdad absoluta, un hecho innegable que los describe y está escrito en piedra: así son y punto.

Lo mismo sucede con las frases que les decimos cuando les rezongamos. Aunque parezca un exabrupto menor o aunque sea sólo en momentos de fastidio, esas frases quedan grabadas a fuego en la cabecita de los chicos y la mejor prueba de ello es que de adultos, muchas veces, nos sorprendemos al rezongar a nuestros hijos aplicando exactamente, palabra por palabra, las mismas frases de rezongo que nos decían nuestros padres cuando éramos pequeños. O como dice el chiste "a veces abro la boca y sale mi mamá".

En la columna de hoy, listamos las tres frases más comunes que no deberíamos decir más, y por qué.

¡No llores!

La primera máxima para una relación respetuosa, implica por supuesto que podamos ponernos en el lugar del otro y empatizar con él. Sólo de esa forma, podemos entablar un puente de genuina comunicación, de respeto, de cariño, de contención. Y si esto es complicado cuando se trata de acompañar a otros adultos, lo es aún más cuando el otro es un niño, puesto que nos implica un esfuerzo mucho mayor para poder "ponernos a su altura" y ver el mundo a través de sus ojos".

Cuando tenía 4 años una amiga de mi mamá vino a casa de visita y me trajo de regalo el cuento de Pinocho. Al rato mi madre vio que yo lo había tirado bajo la mesa y al preguntarme por qué había hecho eso, le dije que porque no quería leerlo porque "era tristozo". Mi mamá avergonzada frente a su amiga me dijo simplemente "Ay por favor Claudia, si es sólo un cuento!" y dirigiéndose a su amiga le dijo "ya se le va a pasar, no le prestes atención, es una pavada" y eso, me dolió más todavía, porque yo no quería desairar a su amiga, que de hecho me caía muy bien. Simplemente me angustiaba leer ese cuento.

Uno no elige a veces por lo que llora y los niños menos. Pero minimizar sus llantos por considerarlos "cosas de niños" no es bueno. Si les reprimimos cada vez que lloran, les estamos enseñando a que expresar sus emociones a rienda suelta está mal.

Llorar es natural y lo mejor que podemos hacer en lugar de reprimir esta acción haciéndole creer a los niños que estos exabrutos sentimentales no están bien vistos, es intentar entender la causa de su llanto y aprovechar la ocasión para hablar de ello, de ese miedo, de esa frustración, de ese dolor y si aun hablando ese motivo no desaparece porque no tiene solución, podemos aprovechar ese momento para enseñarles a transitar por esos dolores de la vida, porque si algo hay de cierto es que habrá muchos y mayores más adelante y cuanto más sanamente sepan procesarlos mejor.

Cuando te ponés así no te quiero

El chantaje emocional está mal por definición siempre, ya sea cuando el premio es chico o enormemente tentador. Pero si el premio es además nuestro amor o el castigo, la pérdida de éste, el chantaje se vuelve absolutamente corrosivo.

Nuestros hijos necesitan saber que nuestro amor es incondicional. Esto no significa que les aplaudamos cualquier cosa o que les dejemos hacer siempre lo que quieran. Significa que los queremos por lo que son y no por lo que hacen.

Cuando les enseñamos que el amor es condicional, y que se obtiene o se pierde en un instante y a veces hasta por cosas poco importantes que inclusive están sencillamente fuera de su control o alcance, les estamos enseñando a plegarse a la voluntad del otro para ser amados, y eso, es fácil entender, puede tener tremendas consecuencias a futuro a la hora de entablar relaciones afectivas saludables.

Y además, les estamos enseñando a funcionar de la misma forma con nosotros, padres y madres, ya que al fin y al cabo, se ama a quien hace lo que uno quiere y por ende, si los hijos pueden perder el amor de sus padres, los padres también pueden perder el amor de los hijos cuando les nieguen lo que estos quieran más adelante.

Porque lo digo yo y punto

De la mano de la crianza respetuosa ha ido quedando cada vez más claro que en lugar de obediencia, lo que debemos buscar en nuestros hijos e hijas es la cooperación.

Del mismo modo en que el viejo modelo del jefe que pegaba tres gritos y bajaba línea sin dar explicaciones ha quedado totalmente obsoleto, y las empresas buscan hoy motivar a los empleados para incrementar el compromiso de éstos con el objetivo a alcanzar, los padres de hoy día saben que lo que se hace por obligación se olvida con fruición y que el grado de amenaza y castigo constante que hay que mantener para obligar al otro permanentemente puede llegar a ser tan cortoplacista como agotador.

Pretender una obediencia ciega no sólo es imposible sin castigos que amedrenten cualquier disidencia sino que alienta a hacer por temor y no por voluntad, por lo que sin vigilancia constante, los logros obtenidos rápidamente se desvanecen.

Pero quizá la peor consecuencia de pretender una obediencia ciega en nuestros hijos e hijas sea desalentar su criterio propio, de manera que a futuro y fuera del alcance de nuestros ojos, tengan su brújula propia que les indique lo qué hacer, lo correcto.

Cuando permitimos que cuestionen nuestras intenciones, no los estamos dejando que nos desafíen sin razón, les estamos permitiendo que sean partícipes de las mismas, que las entiendan, no por la vía de la sumisión sino del convencimiento, y de esa forma, no solamente estaremos ayudándoles a afilar su capacidad de discernimiento sino que habremos honrado de mucho mejor manera la vieja máxima de "lo hago por tu bien".

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Claudia Guimaré
Claudia Guimaré

La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.

Conocé cómo Mamá Estimula puede auxiliarte en la crianza de tus hijos.

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