El veterinario Ricardo Muselli fue quien trajo el primer rodeo de llamas puras a Uruguay en julio de 2001 por el sólo placer de tenerlas en su establecimiento en Colonia.
Las tenía pastando entre sus ovejas cuando se enteró que en Estados Unidos se utilizaban como animales de guardia contra el coyote y se le ocurrió probarlas in situ contra el perro, el zorro y el jabalí. Esos predadores son, en Uruguay, responsables del 8% al 9% en la mortandad anual que sufre el stock nacional de ovinos, hoy de unos ocho millones.
Luego, el Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL) apoyó su proyecto y se empezó a difundir el uso de llamas entre los productores laneros.
Muselli calificó la iniciativa como un "éxito bárbaro" ya que en estos años importó y vendió unos 700 ejemplares en todo el país. "El índice de mortandad en los rebaños bajó más de 50% y hasta se han reportado casos de mortandad cero entre mis clientes", reveló.
Una llama puede llegar a vivir 25 años, pesar entre 80 y 160 kilos y medir 1,8 metros. Se adapta fácilmente al clima de Uruguay, porque la diferencia con su hábitat original no es significativa.
"El parque de un barrio privado le sienta bien", dijo Muselli y explicó que "hay gente de Carrasco que las ha comprado para adornar sus jardines porque son atractivas a la vista".
En el establecimiento coloniense, único habilitado para la cría de estos animales, han nacido en estos años unas 300 llamas. El costo de cada una, sin distinción de sexo, edad o color es de US$ 1.500, pero la venta anual hoy no supera los 20 ejemplares.
"Eso es todo lo que puedo vender, más no podría colocar", aseguró. Por otro lado, la todavía reducida densidad de población animal en el país hace que sea inviable la explotación de la fibra y la carne de llama, que en otros países como Argentina, Perú o Bolivia es rentable. Claro, en Argentina existen 450 mil llamas, en Perú 3 millones y en Bolivia el doble de esta última cantidad.