Nació en Paysandú, tiene 52 años. Contador por la Universidad de la República, se incorporó hace 23 años a ENCE, empresa española cuyos activos en Uruguay fueron adquiridos por el consorcio Montes del Plata, conformado por las firmas Arauco (Chile) y Stora Enso (Suecia). Desde 2016, lidera la compañía productora de celulosa, una actividad que lo “apasiona”, dice. Está casado y tiene dos hijos. En su tiempo libre disfruta de salir a caminar, leer y ver series.
Afirma que Uruguay tiene grandes posibilidades de avanzar en su desarrollo, incluso en un contexto internacional desafiante. Para “no dejar pasar el tren”, el principal de la empresa de producción de celulosa enfatiza en la necesidad de proyectar el país del 2040 o 2050 a partir de una hoja de ruta donde se establezcan políticas de Estado que cimienten el futuro. En ese camino, plantea apostar a la diferenciación por competitividad, más que por la atracción de inversiones a través de exoneraciones tributarias, así como a un Estado más ágil. “Si tenés un camino claro y sabés a dónde vas, llegás. Ahora, si el destino no lo tenés bien definido, podés perderte”, advierte Wollheim en esta entrevista.
-Estamos en la recta final del año, ¿cuál es el balance de Montes del Plata?
-En lo interno -donde buscamos ser cada día más eficientes, tener un clima de trabajo muy apropiado, poner foco en seguridad, cuidado del ambiente y desarrollo forestal- es un año positivo; venimos evolucionando como compañía. Para el mercado fue desafiante, con precios más bajos, una mayor oferta a nivel mundial y temas geopolíticos que han impactado en la demanda. Dicho eso, nuestro foco es ver dentro de Uruguay y de la compañía cómo ser más competitivos. Vendemos un commodity que es un producto intermedio de fuerte valor agregado y competimos con países donde la forestación se da de forma natural y los proyectos son mayores a los de Uruguay. Somos un sector que “echa raíces” y para el que la previsibilidad de las condiciones del país es clave para su desarrollo. Esa previsibilidad hizo que en Uruguay se haya desarrollado el sector con la ley forestal de 1987, y hoy vemos los frutos de esa política de Estado: está plantado un 7% del territorio productivo (1,1 millones de hectáreas) y con esa superficie se generó el 23% de las exportaciones de bienes el año pasado.
Esta es una industria fuertemente tecnológica y es un sector de futuro no solo en equipamiento, sino también para enfrentar el cambio climático. Por ejemplo, los árboles juegan un papel clave en la absorción del CO2, se genera un producto reciclable y biodegradable desde plantaciones renovables, y el CO2 biogénico que deriva del proceso productivo permite producir combustibles sintéticos. Al mismo tiempo, el sector involucra 23.000 empleos directos (y 46.000 en total) sobre todo en el interior del país, y genera sinergias con otras actividades del agro como la ganadería. Está regulado como ningún otro rubro del agro, y eso le hace bien al punto que está certificado por FCC y PEFC en nuestro caso desde hace varios años, lo que nos permite poder entrar en los mercados más exigentes. También ha posibilitado la emisión de bonos verdes de Uruguay. Creo que esta industria se merece que el MGAP (Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca) tenga una “F” (por forestal). Además, han llegado al país inversores de primer nivel internacional, con tecnología de primera y salarios por encima de la media del mercado.
-¿Cuál es el camino que tiene que recorrer el sector para crecer? ¿Y el país?
-Lo primero que debemos preguntarnos los uruguayos es qué país queremos tener para 2040 o 2050 y dónde están nuestras capacidades y ventajas comparativas. Yo imagino una sinergia mucho más fuerte entre la forestación y la ganadería, y la posibilidad de exportar carne carbono neutral. La carne siempre será el producto tradicional más importante del país, poder agregarle valor para entrar a los mercados sería sensacional.
-¿Qué acciones se deben emprender para promover el desarrollo y el crecimiento?
-Cada día se escucha más desde el gobierno y el sector político que se necesita más inversión para poder crecer y que es muy difícil abatir la desigualdad sin desarrollo. Por traslativa, podríamos decir que sin inversión es muy difícil abatir la desigualdad. Y ese es el gran desafío. Crecer no es desarrollarse; se puede crecer como país con un aumento en la inversión y eso no significa que nos estemos desarrollando. En Uruguay hay que hacer el clic de imaginarnos qué queremos y definir una hoja de ruta. He hablado con personas de diferentes sectores políticos y todos queremos un país mejor; la diferencia está en cómo se llega y en cuál es la vía más rápida. Nuestras grandes ventajas competitivas, como el nivel democrático del país y sus instituciones, son indiscutibles y generan oportunidades, pero hay temas que no se pueden seguir discutiendo todo el tiempo. Ahora hay que hacer que las cosas pasen. Y ahí está el tema de la valentía política y decir “este es el camino”.
Hoy gozamos beneficios de decisiones que se tomaron hace años como la Unidad de Gestión de Deuda, la prohibición de fumar en lugares cerrados, el Plan Ceibal o el tratamiento de la pandemia. Me pregunto cuáles son las políticas de Estado que hoy estamos decidiendo que van a hacer que las nuevas generaciones estén en un país mejor. Eso es una responsabilidad que tenemos hoy en la sociedad, no le podemos poner toda la carga al sistema político. Ahí entran los temas básicos, ni que hablar la educación y la seguridad. Hay que buscar a los mejores en esas áreas y definir (políticas) para el Uruguay. No se trata de copiar y pegar, sino de tomar conceptos y aplicarlos a nuestra realidad.
En la industria, la inversión y los servicios debemos hacer lo mismo. Tenemos que aprender más de lo que producimos. Por ejemplo, el turismo genera un derrame formidable en la economía. ¿Cómo se potencia? ¿Cómo hizo el país para desarrollar el software? Tracemos la hoja de ruta y alineemos al sector público, al privado y la academia. Lo que no puede pasar es que los chicos estudien carreras que quizás se desestimulan desde el sector público o que los privados no ven que sean competitivas.
Me gustaría que no tenga que venir una crisis para darnos cuenta de que quizás somos muy autocomplacientes. Tenemos que ser más críticos para poder mejorar y competir.
-El forestal, entre otros sectores, se ha desarrollado a partir de leyes especiales. ¿Se necesitan más de esas herramientas para fomentar la inversión?
-Creo que hay que dejar de ir por el lado de la regulación o las leyes para promover ciertos temas. Lo primero es trazar la hoja de ruta y en base a eso convencernos de que ese es el camino y luego ver la forma de avanzar. El mayor incentivo para un sector es la celeridad. Hoy estamos en un mundo ágil, en el que no podés esperar meses o años para ciertas decisiones; si no, otro país te sacó la delantera.
-¿En qué medida las fortalezas del Uruguay siguen siendo suficiente en un mundo que cambia tan rápido?
-Esos pilares son necesarios, pero no suficiente. Hoy me gustaría que Uruguay se logre diferenciar por competitividad, no por una exoneración de impuestos que, de hecho, ahora está en veremos por el impuesto mínimo global. La verdadera diferencia que debe lograr Uruguay es a través de la eficiencia, la productividad, y no se necesita del Estado tanta ayuda, sino apoyo. Me refiero al apoyo para que las cosas se puedan dar a la velocidad que se necesita. Cuando hay respaldo del sistema político, de un gobierno hacia la inversión, eso es un atractivo para la llegada de inversiones, pero después tenés que ver el sistema burocrático. El ministro de Economía, Gabriel Odonne, ha hablado muchas veces sobre la celeridad de los trámites. También el Estado tiene que aprender más de los sectores claves de la economía. Uno “nuevo” como el forestal, necesita que lo entiendan más para que el relato ayude a que vengan inversiones. Y cuando estas son de calidad y comienzan a generar utilidades luego de muchos años (de inyectar capital), lo que tiene que pensar el país es cómo hace para ser atractivo y que esas utilidades se queden en Uruguay. Por eso hay que ser muy cuidadosos con los relatos, porque algunos promueven la inversión y otros la frenan.
-¿Cuál es su expectativa a largo plazo para el país?
-Uruguay tiene las oportunidades que queramos, (pero) no se nos puede ir el tren. Es un momento clave por la situación geopolítica para dejar de compararnos con aquellos a los que le ganamos y empezar a compararnos con los que nos gustaría ser, a la uruguaya. No es solo voluntarismo, tenemos que definir qué hacemos para hacerlo posible. Nos van a salir bien muchas cosas, otras no, pero vamos a aprender en el camino. Si tenés un camino claro y sabés a dónde vas, llegás; si el destino no lo tenés bien definido, podés perderte.
De enfoque preventivo a predictivo
-Estamos en la era de la automatización, la digitalización y la inteligencia artificial (IA). ¿Cómo aplican estas tecnologías en Montes del Plata?
-Cuando hablamos de competitividad, la innovación es clave. Por ejemplo, Montes del Plata desarrolló, junto con empresas asociadas y la ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación), un sistema de riego con diferentes bocas que mediante la IA pone la cantidad exacta de agua en cada planta, lo que mejora el ambiente, la seguridad del personal, la productividad y la eficiencia. También usamos IA para optimizar la carga de los camiones y reforzar la seguridad de los choferes en la ruta. Además, los 25.000 sensores que tenemos en nuestra planta nos permiten tener una mayor automatización, pero no hay pérdida de empleo, sino que el proyecto nació así. Una ventaja del sector es que tiene tanta tecnología que la revolución digital ya está incorporada. Esto te permite ser más eficiente, porque en vez de producir en forma preventiva, lo podés hacer de modo predictivo, anticipándote a problemas.