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Alquilar el vestido se impone pese al auge de compras online

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Vestuario productivo. Los vestidos que no se usan pueden ser una fuente de ingresos para sus dueñas, al ponerlos en alquiler en tiendas.

Las tiendas que arriendan prendas para eventos y fiestas son un fenómeno en expansión; basadas en una amplia oferta y un énfasis en la experiencia de cliente desafían la competencia de Internet.

Una regla no escrita del manual de estilo de muchas mujeres sostiene que no se puede repetir vestido de una fiesta a otra. Y, en plena época de despedidas de fin de año y casamientos, un grupo creciente de tiendas encuentra en esa «regla» un lucrativo y original negocio: el alquiler de vestidos. De hecho, entre septiembre y marzo, estos locales viven su zafra, llegando a duplicar el número de alquileres respecto al resto del año.

La variedad de su propuesta, precios competitivos y la experiencia que brindan al cliente ubican a estos emprendimientos como un nicho en expansión incluso, frente al fenómeno de las compras online en el exterior, en teoría, un competidor por el bolsillo de las consumidoras.

Las tiendas de alquiler de vestidos asomaron tímidamente hace cinco o seis años pero desde 2015 se han convertido en un boom con múltiples aperturas. Las adolescentes y mujeres adultas (en general, de entre 15 y 35 años) son quienes impulsan la demanda.

«Cuando empecé no había nada enfocado al alquiler de vestidos de diseño» para un público joven, recordó Macarena Zas, diseñadora y directora de la tienda 1000 razones. La idea de este proyecto le vino cuando estudiaba en Facultad y pensó que, alquilando los vestidos que diseñaba, podría amortizar los costos de fabricación en una mayor cantidad de veces que con ventas definitivas.

Actualmente, su local tiene más de 600 prendas y una amplia colección de accesorios y zapatos. Si alquila el modelo completo, la clienta recibe un descuento. «Queremos que lo económico no sea una limitación», recalcó Zas.

Nadia Corbo empezó su negocio hace cuatro años como un hobby. Al principio, iba a domicilio de sus clientas con una valija repleta de vestidos; luego, optó por recibirlas en su casa. La demanda fue in crescendo al punto que decidió abrir su propia tienda en Punta Carretas: Rent the look. «Al principio, éramos muy pocos en esto y era visto como algo que hacías si no tenías plata», apuntó Corbo, que en su local dispone de unos 300 vestidos.

Los precios competitivos es uno de los atractivos que alimentan el alquiler de vestidos. Las prendas se consiguen a valores más bajos que aquellos a la venta en las tiendas regulares. Un vestido nuevo puede costar en promedio $ 5.000 o más (según la marca) mientras que los alquileres van de $ 1.000 a $ 2.500. Y por un plus, se incluyen accesorios y zapatos.

«Alquilar es mucho más práctico que comprar. Si comprás, gastás mucha más plata por lo tanto te tiene que gustar mucho el vestido y es algo que te va a llevar más tiempo (definir)», opinó Daniela Tozzo, directora de No repito Vestido. «Si vas a un lugar donde alquilan, tenés para elegir, y si no te gustó tanto el vestido no importa, porque te lo pusiste una vez y listo», apuntó. Su proyecto, que lleva cinco años y tiene en alquiler unos 300 vestidos, comenzó con otras emprendedoras a las que les compró la marca.

Las tiendas confeccionan sus mix en función de las tendencias de moda. Para ello, compran prendas de diseño local (nuevas y usadas); algunas mandan confeccionar modelos y varias subalquilan los vestidos de particulares, que a cambio reciben una comisión de entre el 25% y el 40% del alquiler.

En Huma rojo, que comenzó en 2015 y ya tiene dos tiendas, unas 100 «proveedoras» ponen en arriendo su ropa, sobre un total de 1.200 vestidos que tiene el local.

Aunque esta modalidad ha ido en ascenso, «todavía no está tan masificado», comentó Agustina Balaguer, socia del emprendimiento. A su juicio, «a la gente le cuesta dejar su vestido sobre todo por un tema de aprensión». Poner el vestuario a «producir» es un buen negocio porque si tiene demanda, se recupera en poco tiempo lo invertido en la compra, destacó Balaguer. Sin embargo, muchas chicas se compran un vestido y «le quieren sacar el jugo dos, tres, cuatro veces pero después no se lo ponen porque no quieren usar siempre lo mismo. Entonces se lo quedan porque les da cosa haber gastado y usarlo una vez sola».

Que el vestido se dañe o se rompa es un argumento para descartar hacer negocio con prendas costosas. Frente a estos accidentes, las tiendas evalúan la situación caso a caso. Cuando el daño es irreversible, se aplica una multa al arrendador (así se establece por contrato); el monto es abonado al dueño de la mercadería, ya sea la tienda o un particular. Tozzo no subalquila justamente para evitarse esos dolores de cabeza.

Mejor experiencia

El auge por las compras online en el exterior tiene en la vestimenta una de las categorías predilectas de las uruguayas. En lo que va del año se efectuaron más de 290.000 compras web, según datos de la Dirección Nacional de Aduanas. Pero a pesar de este furor, las tiendas de alquiler de vestidos no sufren los clics. Argumentan que nacieron bajo este escenario por lo que no perciben una disrupción en su modelo de negocio.

En contrapartida, remarcan sus fortalezas en la atención que brindan al cliente. Más allá de su popularidad en redes sociales, las tiendas obtienen promoción gratuita a través del «boca a boca» que las clientas hacen con sus amigas, compañeras de trabajo y familiares, al comentar su experiencia.

Para Balaguer, las tiendas son una mejor opción porque «las clientas se pueden probar el vestido, ver cómo les queda y tienen asesoramiento, algo que allá (por el canal online) no tienen, y que se valora mucho porque muchas veces vienen solas».

Zas opinó que «si bien la gente trae (vestidos del exterior) es un mercado que da para que todos tengan su lugar». También influye que las compras web tengan limitaciones (se pueden hacer cuatro al año por un valor de hasta US$ 200 cada una), matizó.

Según Corbo, la venta online «no es rival porque hay gente que no sabe comprar en Internet», o directamente no tiene tarjeta internacional para operar en el exterior.

Los plazos de entrega inciden en la decisión final, agregó Tozzo. «Muchas veces pasa que alguien se compra por Internet y viene a último momento al local porque no le llegó el vestido o porque no le quedó bien. Cuando alquilás, te lo probás, te queda bien, no hay sorpresas, y te asegurás la prenda para la fecha en que lo necesitás», comparó.

Incluso algo trivial como elegir la vestimenta para un evento esconde una carga emocional. «Las mujeres se toman el trabajo de comprar (online) cuando es una fiesta que tiene mucho interés, porque es de un familiar o una persona muy cercana», dijo Zas.

Con estos atributos, la economía colaborativa se ramifica en un nuevo nicho.

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