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Utopía recurrente: ¿moneda común en el sur?

La creación de una unidad de cuenta o mecanismo de compensación para facilitar el comercio exterior entre Argentina y Brasil, e incluso con otros países de la región, tampoco es muy novedosa

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Los presidentes argentino y brasileño, Alberto Fernández y Luiz Inácio Lula da Silva
Los presidentes argentino y brasileño, Alberto Fernández y Luiz Inácio Lula da Silva.
Foto: AFP

Aldo Lema

¿Qué tienen en común Alfonsín, Sarney, Menem, Duhalde, Lavagna, Lula, Macri, Bolsonaro y Massa? Todos, en algún momento de las últimas cuatro décadas, sugirieron una moneda común para la región. Más recientemente, el planteo fue reimpulsado por el presidente de Brasil y el ministro de Economía de Argentina, apuntando aparentemente primero a la creación de una unidad de cuenta o moneda común para el comercio exterior bilateral, que pudiera ser el preámbulo de una futura unión monetaria en la región, quizás incluso con moneda única.

No es entonces una propuesta nueva, ni será la última vez que aparezca en el debate. Analicemos, desde un punto de vista técnico, su viabilidad y en la eventualidad de que prospere entre argentinos y brasileños, si Uruguay, Paraguay, Chile u otros países latinoamericanos, deberían sumarse y renunciar a su autonomía monetaria.

Por un lado, la creación de una unidad de cuenta o mecanismo de compensación para facilitar el comercio exterior entre Argentina y Brasil, e incluso con otros países de la región, tampoco es muy novedosa. Hace años existe el Sistema de Pagos en Monedas Locales (SML), que permite a exportadores e importadores hacer transacciones en sus respectivas monedas, con interacción (neteo) entre los bancos comerciales y centrales involucrados. Si esto tan simple no ha funcionado, sobre todo por el sistemático desorden cambiario de Argentina, menos probable aún es que vaya a funcionar incorporando otra unidad de cuenta o una pseudo “moneda común”.

Por otro lado, recordemos las condiciones necesarias para la creación de una unión monetaria más compleja, que eventualmente avance a una moneda única a la larga. Este es un tema largamente investigado, que tuvo un gran impulso a inicios de los sesenta con los trabajos de Robert Mundell, Premio Nobel de Economía.

De una vasta literatura académica durante las últimas décadas, emergieron al menos cuatro requisitos fundamentales para la viabilidad de una unión monetaria: 1) integrantes expuestos a shocks y ciclos económicos similares; 2) alta movilidad de factores productivos en la región y elevada flexibilidad de precios relativos (salarios, no transables, etc); 3) alto grado de coordinación macro e integración fiscal con mecanismos de transferencias compensatorias entre los países y 4) supervisión financiera común para asegurar también la convergencia de políticas y ciclos de crédito.

¿Cumplen el Mercosur o la región con todas esas condiciones?

Con un simple enfoque conceptual, que la evidencia disponible y la propia experiencia del Mercosur refrendan, la respuesta es no.

Posiblemente sus integrantes enfrentan algunos shocks comunes, sobre todo desde el resto del mundo, en particular desde China por el lado de la actividad y los precios de exportaciones, así como desde Estados Unidos en materia financiera. Pero su altísimo proteccionismo y bajísima diversificación, como ya demostró Gerardo Licandro en un estudio sobre el tema a finales de los ‘90, junto con los propios problemas de integración intrarregional, reducen la sincronización de Argentina y Brasil. Y la de ellos con Uruguay o Chile, más insertos en el mundo y menos volátiles.

También es escasa la movilidad de factores productivos, sobre todo entre los gigantes del barrio, y baja la flexibilidad de precios relativos, especialmente en Uruguay, para validar un alto cumplimiento de la segunda condición. En la comparación con la Unión Europea nos parecemos más a sus integrantes latinos que a los nórdicos y centrales.

Si en 30 años de Mercosur no se ha respetado a plenitud la libre circulación de bienes, servicios y factores, ni se ha logrado una gran inserción al mundo, menos aún se ha dado la coordinación de las políticas macro. Ha sido una mala Unión Aduanera y una imperfecta Zona de Libre Comercio, muy lejos además de lograrse el ambicioso objetivo de ser “un mercado común”. En el bloque han predominado las descoordinaciones e inestabilidades macroeconómicas, no solo por la heterogeneidad monetaria e inflacionaria, con maxidevaluaciones rotativas, sino por las recurrentes crisis, vulnerabilidades y divergencias fiscales.

Todo eso que ha tenido el Mercosur, pero también buena parte de América Latina, es justamente opuesto a lo requerido para tener una moneda común. Sin contar, además, con un país “disciplinador” y reputado como Alemania en la Eurozona.

Sin buena coordinación macro, ni sana unión fiscal (la tercera condición), habrá también desincronizaciones e inestabilidades financieras, lo que pone en entredicho el cumplimiento del cuarto requisito.

Por todo eso, antes de propuestas de “salto largo” (¿al vacío?), Argentina y Brasil deberían concentrarse en lo básico y prioritario. Si quieren mantener latente la utopía de una moneda común, primero deben abandonar su alto proteccionismo; favorecer la movilidad plena de bienes, servicios y factores productivos en la región; volverse muy estables económicamente; y acumular décadas de buena coordinación de políticas macro. Nada más, ni nada menos, que cumplir a rajatabla con el Tratado de Asunción.

Y también por todo eso, países como Uruguay, Paraguay, Chile u otros, deberían prestarle poca atención a estas recurrentes propuestas utópicas, para seguir concentrados en el logro de estabilidad macro y financiera, que potencie sus propias monedas y su autonomía monetaria.

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