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¿Quo vadis, Biden? Implicancias para Uruguay y la región

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Foto: Reuters

OPINIÓN

¿Qué esperar de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca?

Desde la madrugada que siguió a la jornada electoral de Estados Unidos, los precios de los activos empezaron a anticipar el triunfo de Joe Biden con fuertes alzas de las bolsas, revalorización de otros activos riesgosos, debilidad global del dólar y alzas de los precios de productos básicos. Dichas tendencias se acentuaron al confirmarse la noticia y conocerse nuevos avances en vacunas contra el COVID-19.

De los principales factores de incertidumbre para la economía mundial, uno -la reelección de Donald Trump- se ha disipado, mientras que el otro -la pandemia- si bien sigue vigente, aparece con perspectivas menos desfavorables hacia 2021.

Pero, ¿qué esperar para Uruguay y la región del retorno de los demócratas y de Biden a la Casa Blanca? ¿Cuáles podrían ser sus lineamientos de política económica?

La mayoría de los análisis al respecto suelen concentrarse en eventuales cambios en el relacionamiento de Estados Unidos con América Latina, posibilidades de acuerdos comerciales, políticas inmigratorias y manejos diplomáticos, tanto con “los casos especiales” (Cuba, Venezuela) como hacia las mayores economías de la región (Brasil y México).

Sin embargo, dadas las prioridades del nuevo gobierno de reconstruir confianzas con países, desde China, pasando por los europeos, hasta Canadá, no cabría esperar mucha atención hacia la región, ni cambios económicos significativos en los aspectos mencionados.

En todo caso, en el corto y mediano plazo, la mayor incidencia para Uruguay y la región del cambio político estadounidense pasa por otros temas, desde una perspectiva más indirecta.

El primero y más importante tiene que ver justamente con las implicancias de un eventual acercamiento de Estados Unidos a China luego del distanciamiento ocurrido en los últimos años durante el actual gobierno republicano. Si bien es cierto que Trump tenía razón en varias críticas hacia China por prácticas anticompetitivas, irrespeto de derechos de propiedad intelectual y cuestionables políticas en diversas áreas, desde laborales hasta medioambientales, las formas y medidas de los reclamos terminaron golpeando el comercio global. La reacción proteccionista de Estados Unidos desató la llamada “guerra comercial” que desaceleró el crecimiento mundial, acentuó el fortalecimiento global del dólar y como consecuencia, deprimió más los precios de las materias primas y las exportaciones de nuestros países.

Con el triunfo demócrata debería esperarse mayor cooperación con China y otros principales socios comerciales, con cierto reimpulso a la globalización. No significa que el riesgo proteccionista haya desaparecido, sobre todo por el sentimiento vigente en la sociedad y con Trump en la oposición, pero podría eventualmente ser mejor canalizado.

El segundo tema relevante para Uruguay y el resto de América Latina pasa por la política fiscal del gobierno demócrata y sus consecuencias en las tasas de interés de la Fed y las condiciones crediticias de los países emergentes. Si las políticas de globalización que adopte Biden serán claves para “el canal real” de nuestro entorno externo (la actividad con China, el comercio mundial y las exportaciones), su manejo de las finanzas públicas lo será para “el canal financiero” (costo de endeudamiento y flujos de capitales).

En un segundo gobierno de Trump, la probabilidad de reducción del exorbitante déficit actual se percibía baja. Tampoco implica que dicho riesgo se haya disipado, pero los antecedentes de últimos gobiernos demócratas -Clinton y Obama- reflejaron mayores preocupaciones y acciones en términos de sostenibilidad fiscal.

Todo indica, además, que parte del equipo económico que acompañó a Obama-Biden entre 2009 y 2017 volvería a estar en el gobierno, con una mayoría parlamentaria mucho más estrecha esta vez.

Cabría esperar, entonces, que se repitiera el enfoque de política con una expansión fiscal adicional al inicio de la gestión y una consolidación posterior, quizás más gradual que aquella. Si efectivamente Lael Brainard, actual gobernadora de la Fed, lidera el Departamento del Tesoro, la coordinación entre el Poder Ejecutivo y la Reserva Federal quizás sea mayor y mejor que la observada en los últimos años.

Por último, como consecuencia de los dos temas anteriores, está la evolución esperada para el dólar y los commodities. En contraste con el gobierno de Trump, la combinación de políticas reglobalizadoras y cierta consolidación fiscal podría -además de hacer sostenible la reactivación- afianzar por algunos años un ciclo de tasas bajas, debilidad global del dólar y precios de materias primas significativamente mayores a los observados en el último sexenio. Y eso podría reimpulsar más estructuralmente los flujos de capitales hacia emergentes.

En fin, en el paralelismo con gobiernos demócratas, todo lo anterior podría equipararse a los favorables entornos externos que América Latina enfrentó en la primera mitad de los gobiernos de Clinton (1993-97) y Obama (2009-13). Quizás no como en el boom de 2003-2007 de George W. Bush, pero mucho mejor que bajo el mandato de Trump. Así lo anticipan los precios de activos y commodities, y eso dice muchísimo más que (estas casi) mil palabras.

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