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Mejor balance 2021 y desafiantes perspectivas para 2022

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

La principal política reactivadora de Uruguay fue y sigue siendo la vacunación para lograr la inmunidad mayoritaria.

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El balance macroeconómico 2021 de Uruguay termina siendo positivo y mucho mejor de lo esperado un año atrás por la casi totalidad de los analistas. El PIB y el número de ocupados volvieron a los niveles prepandemia, en el contexto de reducciones del déficit fiscal y la inflación. Se ratificó así que la principal política reactivadora de Uruguay fue y sigue siendo la vacunación para lograr la inmunidad mayoritaria, en el contexto de los espacios acotados en términos de ahorros acumulados, capacidad de endeudamiento y política monetaria.

En la actividad, las Cuentas Nacionales recientemente difundidas confirmaron la aceleración del crecimiento durante el tercer trimestre, con una altísima expansión del PIB respecto al segundo (2,7%) y la acumulación de un incremento de 5,9% respecto a igual período de 2020.

En la comparación interanual, todos los sectores mostraron tasas positivas.
A la tracción que traían varios rubros por el entorno extrarregional favorable o por la construcción de la segunda planta de UPM, se sumó el rebote de los servicios y el comercio, impulsados por los efectos positivos de la vacunación y la recuperación de la movilidad prepandemia. Por su parte, desde la demanda, volvieron a destacar los crecimientos interanuales de las exportaciones de bienes y servicios (29% en volumen) en el frente externo y la inversión en capital fijo (17% real interanual) a nivel doméstico.

Si todo eso se combina con la expansión adicional que varios indicadores anticipan para el último trimestre, el crecimiento del PIB promediaría entre 4 y 5% durante 2021, muy por encima de las expectativas originales y recientes (±3%). Eso explica el rebote de la ocupación y su retorno en los últimos meses a los niveles prepandemia, con la creación de cerca de 50 mil puestos de trabajo en el promedio del año y la baja del desempleo a 8%.

En cuanto a la inflación, tanto el indicador básico como los subyacentes, apuntan a cerrar 2021 en torno a 7,8%, con una baja cercana a 1,5 puntos porcentuales versus 2020 (9,4%), pero que se logró fundamentalmente hasta mediados de año. En el último semestre terminó la etapa fácil en materia desinflacionaria, debido a la recuperación de la actividad y el mercado laboral, los consiguientes mayores márgenes de comercialización, el fin de la desaceleración salarial y la persistencia de alta inflación importada.

Por último, en materia fiscal, el déficit cayó desde 5,7% del PIB en 2020 al entorno de 4,8% en 2021, favorecido por la reactivación cíclica de la recaudación, pero también por cierta mejora adicional en términos estructurales. De hecho, al ajustarlo cíclicamente, considerando la capacidad ociosa que el propio desempleo refleja, el déficit corregido fue menor al efectivo, más aún si se excluye el Fondo-Covid (1,7% del PIB) que debería irse deshaciendo durante el próximo año. Con todo, ni esto, ni la reactivación, deberían cambiar la política fiscal regida por parámetros estructurales (crecimiento potencial, etc.), que no necesariamente han variado.

Este balance no solo fue mejor a lo esperado, sino que constituye un buen punto de partida para otro año desafiante.

Como comenté en este espacio el 29 de noviembre, si bien en 2022 el viento seguiría soplando a favor desde el entorno extrarregional, enfrentaremos retiro de los estímulos económicos en EE.UU. y cierta desaceleración de la actividad global. Por su parte, aunque la reapertura de fronteras o el afincamiento de argentinos en el país le daría cierto impulso transitorio a la economía uruguaya, el desempeño del vecindario continuaría siendo adverso, como argumenté el 13 de diciembre.

Con todo, pese a las amenazas latentes, sobre todo asociadas a la trayectoria global de la inflación o la evolución de la pandemia, el balance neto aún es positivo por el dinamismo mundial, la revaluación del yuan, los altos precios de materias primas y condiciones financieras aún expansivas para países como Uruguay.

Todo eso parece apuntar a una expectativa de crecimiento nuevamente entre 3% y 5% para la economía uruguaya durante 2022, en el contexto de mayor movilidad y nuevas rondas de vacunación. También ayudaría la propia inercia de la reactivación al cierre de este año, la entrada en producción de la segunda planta de UPM hacia fines del próximo y la favorable percepción externa sobre el país. Esto último no sólo se vincula a la diferenciación construida durante las últimas décadas, que el buen manejo sanitario de la pandemia acentuó, sino a la consolidación fiscal desarrollada durante el último tiempo, que la propia agencia Fitch reconoció al eliminar la perspectiva de pérdida del grado inversor.

La prolongación del crecimiento económico seguiría repercutiendo positivamente en el mercado laboral, con creación adicional de puestos de trabajo, menor desempleo y cierta recuperación salarial. Para que esta última sea “real” y no termine socavada por sorpresas inflacionarias, el Banco Central continuaría la normalización monetaria, con alzas adicionales de la tasa referencial, para moderar más estructuralmente las expectativas de inflación y llevarla al rango meta.

Con la actividad y el empleo en franco crecimiento, quizás sean ese y la consolidación fiscal —en medio de un nuevo ciclo electoral— los desafíos prioritarios de la gestión macroeconómica de Uruguay. El año que viene lo dirá.

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